Me despedí de Diana y me dirigí a clase. Todavía estaba media mareada y adolorida por el golpe, pero no iba a empezar mal mi año por culpa de un varón.
Subí las escaleras, entré al salón de matemáticas y ya estaban todas las chicas ahí. Faltaba un minuto para comenzar y la profesora estaba tarde a la clase, por lo cual lo primero que percibí, al ingresar, fue un cuchicheo abundante. Al parecer estaban describiendo a cierta persona: mandíbula marcada, hombros anchos, nariz pequeña. Hasta que finalmente pude escuchar el nombre del poseedor de tales atributos. «Charlie».
A mi escuela no llegaban muchos alumnos nuevos, para ingresar debías de realizar 3 evaluaciones: matemáticas, lenguaje e inglés, especialmente para alumnos que desean ingresar a enseñanza media, estos tienen una extrema dificultad. Por lo que si se te admite, significa que tuviste un desempeño excelente, aparte de que no muchos tienen la opción de siquiera postular, tanto por los cupos limitados y, porque la gran mayoría de la población no sería capaz ni de solventar los gastos de matrícula.
Es injusto, sí. En este país se llama a la educación como "un derecho", sin embargo es obvia la brecha que existe entre quienes la reciben del estado y quienes pagan por esta. Aunque prefiero reservarme todas mis quejas contra Latinoamérica hasta otro momento.
Bueno, como decía, no es recurrente ver a un nuevo estudiante, de hecho no recuerdo que hubiera uno desde que estaba en 2do medio; Malina. Quien era mi mejor amiga, pero que a final de tercer año tuvo que devolverse a Inglaterra; su país de nacimiento. Por ese motivo, es noticia de primera ver una cara desconocida pisar Notteltier.
Aprovechando que la profesora debió ir a buscar tinta de plumón a la sala de docentes, de un momento a otro, una de las tantas chicas que bisbiseaba, antes de que comenzara la clase, pareció recordar algo, porque luego de 55 minutos de cálculo, retomó el hilo de la previa copucha y lentamente, mientras el pequeño bullicio dejaba su sutileza al esparcirse por el salón, comencé a sentirme profundamente observada.
Percibir que tanta gente mencionara mi nombre a mis espaldas comenzaba a generarme cierta ansiedad, me traía flashbacks de una etapa no muy buena en mi vida. Claro, en este momento no se trataba de algo tan malo, o al menos no lo sabía aún, pero no puedes deshacerte de esos horribles momentos que viviste alguna vez y que parecen repetirse. No me estaba gustando esa sensación, por lo cual decidí sacar un trozo de chocolate, el cual antes había pensado en arrojar a la basura, y echármelo a la boca.
Se supone que esto debía calmarme los nervios, pero al notar que la maestra todavía no volvía, las niñas no veían razón alguna para detenerse, de manera que continuaron hablando de mí. Ahora repitieron el aclamado nombre; «Charlie». Mi dolor de cabeza y mareo de la mañana parecieron volver, pero con mucha más intensidad, de repente sentí que en cualquier momento de estos iba a vomitar, por tanto tuve que agarrar mi mochila entre abierta y, sin esperar a que la profesora volviera, debí partir como flecha al baño, que afortunadamente estaba cerca.
Al entrar divisé a una chica alta, de cabello negro que estaba enjuagándose las manos, pero no pude fijarme en quién era debido a que mi única preocupación era llegar al cubículo, y con suerte, no derramar vomito en mis zapatos. Destapé el inodoro y, efectivamente, mi desayuno estaba devolviéndose por el mismo lugar que ingresó.
Dejé de oír el agua corriendo, pensé que era porque mis sentidos en ese momento no podían percibir nada más lejos que ese retrete, pero me equivoqué. Unas manos que aún goteaban estaban apartando el cabello de mi cara.
—Tranquila, yo lo sostengo.
Oí una voz muy dulce. Fue bastante reconfortante sentir un poco de apoyo en esa instancia. Afortunadamente no estuve mucho rato así, pero lloré un poco y creo que ella lo notó.
—¿Estás mejor?
Bajé la tapa y tiré la cadena mientras con cierta dificultad me levantaba del piso y me dirigía al lavamanos a enjuagarme la boca— Perdón, no ha sido un buen día —¿no podías 1 segundo dejar de ser tan piscis y pedir perdón hasta por llorar?—, pero creo que ahora estoy mejor —digo mientras me seco una pequeña lágrima con la manga de mi chaleco.
—No tienes de qué disculparte —hace una pausa, mientras que por el gran espejo me doy cuenta que observa mi mochila la cual seguía en el suelo—. A cualquiera le hubiera pasado lo mismo si hubiera ingerido chocolate blanco —suelta una pequeña carcajada y me rio yo también—, es asqueroso.
—¡Oye! —finjo haberme ofendido, pero ella vuelve a reír por lo chistoso que hablo con kilos de pasta de dientes al interior de mi boca.
—Ni siquiera es verdadero chocolate, aparte —toma la barrita por el empaque y la observa por un segundo—. ¿Quién te la obsequió?
—Mi ex —escupo con fuerza la crema dental al recordar su cara—. Espera ¿Cómo sabes que...?
Me da en mano el rectángulo empaquetado —Lee la fecha de vencimiento.
«23/11/2005».
Comienza a reírse nuevamente pero con más ganas— ¡Se descompuso el año pasado! Vaya que debe odiarte.
Me había molestado ya enterarme de que un ser despreciable me hubiese regalado algo vencido, aparte del golpe en la nuca con los mareos que ambos me otorgaron. Que alguien se riera de mí no estaba mejorando las cosas, y sentí por un momento el impulso de gritarle por la frustración que había acumulado todo el día.
Decidida a decirle lo peor, despegué mi vista del lavabo, para mirarla por el reflejo del espejo, pero me topé con su sonrisa. Ella estaba apoyada en la muralla izquierda del baño, mirando hacia el infinito, mientras todavía reía por lo bajo.
—Lo siento, no es chistoso.
No me había dado cuenta, pero en todo el tiempo que pasamos hablando, jamás me había detenido a mirarla. Estuve todos esos minutos sin reparar en esa negra cabellera que llegaba hasta sus caderas y enmarcaba su rostro con un flequillo sobre su cejas, todo este rato sin apreciar sus pómulos al hacer relucir su increíble sonrisa, rodeada de unos labios rojizos que parecían llamarme de cierta forma que aún no comprendía.
Se acercó hacia mí y pude sentir una calidez en mis mejillas, sentí su mirada y me di vuelta hacia ella. Ya no la observaba en el fondo del espejo sino frente a mí, y por alguna razón se me hacía imposible mirarla a los ojos. Así que ella con su mano derecha levantó mi barbilla de modo que me insertó en el contacto visual.
De pronto lo entendí todo, mandíbula marcada, 1.82, nariz pequeña y largas pestañas que resaltaban aquellos ojos, que erróneamente describieron como miel, cuando realmente eran caramelo. Lo sabía perfectamente, porque ya los había visto antes.
—Creo que no nos hemos presentado todavía, mi nombre es Charlie ¿cuál es el tuyo?