2. Plácida siesta en una camilla

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Despierto totalmente desorientada, lo único que recuerdo es haberme sumergido en un apasionado beso con la acera, y por lo que veo a mi alrededor; paredes estrechas, ventanas amplias, ausencia de un reloj de muralla y unas tres camillas, ahora estoy en la enfermería.

—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

—Despertaste, mi niña —Diana; la enfermera, siempre ha sido igual de amable—. Bueno, ya casi está por terminar la primera hora —apenas dice eso, suena la campana—. Siempre acierto y jamás he necesitado de un reloj —dice para sí misma, mientras se dirige a buscar una bolsita de gel frío—. Afortunadamente caíste de frente y pudiste apoyar tus brazos, por lo cual no tienes mayores lesiones, pero ese golpe te ocasionó un pequeño bulto en la parte trasera de tu cabeza —me entrega el hielo.

—Esa escoria —digo en un susurro inaudible—. No imagino cuánto se quejó Alejandro al traerme aquí.

—Oh, no querida, no fue él quien te trajo aquí.

Ya veo, esa basura orgullosa ni siquiera pudo hacerse cargo de sus actos— Y ¿quien fue entonces?

—Mmm, a ver: ojos miel, cabello oscuro y largo, mucha fuerza considerando que te trajo desde la cancha hacia aquí...

—Gracias —digo con tono sarcástico.

—Ya sabes a lo que me refiero, trata tú de llevar a alguien en brazos toda esa distancia —reímos por lo bajo, porque efectivamente mis pequeños bracitos con suerte son capaces de levantar mi mochila.

—Vale, cuéntame más.

—Un metro ochenta y dos. Creí haber oído que su nombre era Charlie, al parecer era su primera vez pisando este establecimiento.

Ya veo, Violeta enamoró al chico nuevo, toda una máquina sexual.

—Tenía lindas pestañas y ... —unos golpes en la puerta interrumpieron su descripción de mi futuro esposo—. Espérame que atiendo esto.

No pudo esperar a que Diana girase el pomo de la puerta y su figura ya estaba inmersa en la habitación— ¿Violeta, estás bien? —por un milisegundo viví la fantasía de que sería el chico ojos miel, pero para mi decepción, el visitante tenía ojos azules.

—Ándate a la mierda, Alejandro —¿Tan difícil es que este ser humano no se cruce en mi vida?

—Solo venía a disculparme, ¿okay? —traía un objeto en la mano, escondido tras la espalda no pude identificar qué era—, de verdad lo lamento mucho.

—Si tanto lo sentías, pudiste al menos dignarte a traerme a la enfermería, tal vez por, no sé, ¿¡Haberme azotado la cabeza!?

—¡Tenía que irme a clases! No puedo llegar tarde siendo capitán del equipo, debo dar el ejemplo.

—¿Todavía eres capitán? Que equipo de mierda debes tener, considerando que "el mejor", hace un saque fuera del área —reí al terminar mi oración, no recordaba lo feliz que me hacía burlarme de él.

—¡Solo fue una vez! y tal vez no me hubiera desconcentrado si no hubieras pasado, con tu cabello dorado y tus ojos verdes, junto a mí —já, ¿de verdad debo tragarme esta mierda?

—Cuidado, no vayas a matar a alguien porque percibiste estrógeno cerca tuyo.

—No sé porqué me sigues odiando, creí que habíamos tenido un buen tiempo juntos —por favor, supérame—, bueno, no importa, toma esto —me entregó lo que ya antes había divisado entre sus manos—. Y si te hace sentir mejor, te hubiera traído yo, si no se me hubiera adelantado esa jirafa —¿Por qué me haría eso sentir mejor? Al menos la jirafa tenía sentido común.

No pude insultarlo una vez más, porque ya se había esfumado de allí. Me había regalado una barra de chocolate blanco, ¿se había acordado de que era mi favorito?, que probablemente compró de las máquinas expendedoras, y con una cinta tenía atada una nota escrita que decía: 

«Te veías linda en el suelo».

Simplemente, un aweonao.

Para compensar los capítulos cortos, el próximo se viene mucho más largo ;)



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