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Pare en el templo de mi padre y fui en busca de aquel Dios que me odiaba o me tenía más rivalidad, lo reconci a unos pocos metros de distancia creyendo que estaba solo, pero me equivoque, estaba muy bien acompañado por la inepta diosa del amor, Afrodita...quede al frente de estos dos, y me miraron extrañados.

- Que se te ofrece Atenea - canturreo con aquella voz varonil.

- Quería hablar contigo.

- No tengo tiempo - habló con superioridad... quien se cree.

- Bien, entonces me marchó - dio un gruñido y arrebato a Afrodita de sus brazos para caminar detrás mío.

- Que bien cumples tus promesas Ares. - dije un poco irónica y calmada.

- No es de tu incumbencia.

- No, no lo es.

- Que querías?

- Quería ayudarte... - se quedó en silencio para después soltar algunas risas.

- No me interesa nada de ti Atenea, y sabes muy bien porque.

- Porque soy mejor que tu? - me tomo por el brazo atrayendome a su cuerpo rápidamente lo arrebate.

- Tu no eres mejor que yo.

- No me vuelvas a tocar.

- Tu falta de experiencia con hombres me divierte.

- eres un perdedor Ares.

- No, claro que no lo soy.

- Siempre tratas de humillar a los demás, dime, que se siente que tu propia hermana te humille más de una vez.

- No me hagas enfadar Atenea, no me provoques. - algunas venas de su cuello se podían resaltar, estaba molesto, lo poco que me importaba.

- Acepta de una vez que nunca estarás a mi altura, Ares. - hable firme, caminando por el pasillo directo a la salida, unas manos se enrollaron en mi cintura deteniendo mi paso.

𝕰𝖑 𝖑𝖆𝖟𝖔 𝖉𝖊 𝖑𝖆 𝖌𝖚𝖊𝖗𝖗𝖆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora