Después de la pelea 1

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El andar de los caballos sacudía el carruaje y las personas sentadas dentro chocaban sus hombros entre sí. Solo podía escucharse el pisoteo de las herraduras sobre las calles de piedra.

Muchas veces habían pasado por situaciones tensas, pero esta vez Armin no podía armarse para levantar la mirada, sentía los ojos de Jean como dagas en su frente. Sabía lo que los demás estaban pensando.

Él y Mikasa habían insistido en hablar con Eren. Habían confiado en él a pesar de que sus compañeros les gritaran que no debían hacerlo. Y ahora todos estaban atados y bajo custodia.

Una sonrisa triste apareció en el rostro lleno de moretones y sangre seca de Armin.

Y entonces la voz de Jean explotó en cólera.

—¿De qué te sonreís? ¡Ya te parecés a ese psicópata¿Acaso esto lo tenías planeado con él y ahora están fingiendo estar capturados para engañarnos?

—¡Jean! —rugió Mikasa.

—Jean, no es momento de señalarlos entre nosotros, ahora de nuestro lado quedamos nosotros solos.— Hange tenía la cabeza apoyada contra la pared del carruaje y su voz sonaba cansada.

Jean, que estaba sentado enfrente de Mikasa, trató de calmarse mientras la miraba a los ojos.

—Mikasa, ¿hasta cuándo vas a defenderlo? No le alcanzó con matar a Sasha y ahora quiere enterrarnos a todos. A vos también, ¿no te das cuenta?

Mikasa corrió la cara y llevó la mano a su bufanda roja, apretándola con fuerza entre sus dedos. —Eren no...—No pudo continuar la oración porque sintió su voz quebrarse y solo se quedó callada. Además no estaba segura de qué decir.

Armin mantuvo la vista baja mientras se agarraba sus propias manos. Una lágrima cayó en el piso del carruaje.

—Todo es culpa mía.— Hange respiró hondo.— Perdón a todos por no haber estado a la altura de ser su comandante. Esto no habría pasado bajo el mando de Erwin.

El soldado de la facción Jaeger que estaba en el carruaje con ellos golpeó su rifle contra el suelo del carruaje.

—Silencio.

Apenas cayó la noche, el carruaje se detuvo.

Armin se despertó confundido, con los oídos zumbándole y el pómulo adolorido. Miró al soldado.

—Vamos a pasar la noche acá. Ahora les van a traer algo para comer, compórtense.

Jean chasqueó la lengua—Pero qué amables, ¿Podemos al menos ver a Connie y a Nikolo o al señor Jaeger le molesta?

El soldado no le contestó y solo se asomó por la ventana para tomar los panes y la jarra de agua que su compañero le había alcanzado. Después de darles otra advertencia, se bajó del carruaje para cenar con sus compañeros.

—Qué increíble.— Gruñó Jean mientras mordía el pan duro.

El resto no estaba de ánimos para conversar y empezaron a comer en silencio hasta que sonó un silbido fuera del carruaje y una sombra abrió la puerta, dejando una olla humeante con varios cuencos y cucharas.

La persona subió al carruaje y vieron que era un recluta de la Legión. O un viejo recluta de la vieja Legión.

—¿Armin Arlert?

Armin asintió reconociéndose y el joven le extendió una caja con medicinas y vendas.

Al sostenerla, las manos de Armin temblaron y los ojos se le humedecieron. Pero, de repente, se sintió avergonzado de su reacción. Echó a carcajadas y lanzó la caja por la ventana. También empujó el cuenco de sopa que le habían servido.

—¿Él te mandó? ¿Ya no puede dar la cara después de todo lo que hizo hoy?¡Como si las necesitara además!

El rostro de Armin empezó a emanar una corriente de vapor, no dejando casi rastro de sus heridas. El recluta se marchó inmediatamente algo agitado.

Jean rió por la nariz, pero Mikasa apoyó afectuosamente una mano en el hombro de Armin. Antes de que pudiera decir algo, la voz del recluta sonó desde afuera del carruaje.

—Armin Arlert, El señor Jaeger desea verlo.

En otras circunstanciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora