― 𝑪𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟏 ―

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Como un cuadro barroco, la espesura de los nubarrones tupía el cielo de un sábado por la mañana, encapotándolo con diferentes texturas y variadas gamas de grises que, capa a capa, hacían de éste una obra triste y lúgubre. En ocasiones, fugaces rayos de sol se colaban tímidamente entre la bruma, pincelando con delicadeza el tizne sombrío de aquel día. El juguetón revoloteo de los gorriones alrededor del vecindario no hizo su presencia, tampoco su piar. Sólo un sosegado silencio consolaba el cuerpo cubierto por las mantas que, tendido sobre la cama, parecía no tener intención de afrontar lo que le deparase el principio de aquel fin de semana.

Absorta en el olor a humedad y pintura, sus ojos acabaron descansando en el objeto que todavía seguía envuelto en aquel papel de regalo con motivos navideños; postrado contra la pared, el lienzo de quince por quince centímetros que ocultó en el rincón menos deseado de su cuarto parecía asomar a través de la penumbra. Su mera presencia evocaba sentimientos que creyó ahogados entre lágrimas y alcohol, y es que no sabía con exactitud si el punzante dolor de cabeza se debía al berrinche, a la resaca, o tal vez a una combinación de ambos factores.

El suspiro que escapó de sus labios dejó un sabor amargo y pastoso, acompañado de un suave regusto afrutado proveniente de aquel vino tinto que compró de camino a casa. Una creciente presión sobre sus sienes hizo que se irguiera con torpeza, ignorando a su vez la nauseabunda sensación golpeando la boca de su estómago; las paredes parecían estrecharse, tambalearse y amenazar con derrumbarse, mientras todo a su alrededor comenzaba a desdibujarse y retorcerse en una espiral sin freno de mano. Ese era el efecto post-borrachera que desgraciadamente seguía latente en ella.

" —Una pizza hubiera estado bastante bien... ", se reprendió mentalmente, tratando de hallar alivio para esa mala jugada que derivó en su estado actual. Aquel intrusivo pensamiento fue el detonante para que su tripa gruñera sin cesar, clamando por un sustento más sólido que mero licor. E incluso si se desenvolvía perfectamente entre los fogones, su motivación y creatividad por prepararse un desayuno tanto nutritivo como sabroso no jugaban a su favor. Al menos no hoy.

No obstante, recobrar sus malgastadas energías era un asunto primordial; acomodándose sobre la orilla del catre, la calidez de sus pies tomó contacto inicial con la fría aspereza de los baldosines, palpando con sus dedos cada junta que los unía. Tuvo que recomponerse del momentáneo mareo que la noqueó tan pronto se incorporó sobre sus dos piernas; sus rodillas temblaban bajo el peso de su cuerpo que, a su vez, lucían descubiertas a través del vestido de vuelo que ayer portaba y que ni siquiera se molestó en quitarse, arrugado a más no poder. Desde aquella nueva perspectiva pudo apreciar pequeñas magulladuras y cardenales de diferentes tonalidades sobre éstas, algunas verdosas y otras violáceas, a la par que lúcidas vivencias de su torpeza volvían a recordarle la letal combinación entre el alcohol y su volátil resistencia a él. Pero lo hecho, hecho estaba.

Máscara de pestañas se resecaba sobre sus mejillas, del pintalabios magenta ahora sólo quedaba un tenue rastro sobresaliendo de los bordes de sus belfos y su pelo alborotado conformaban el estrafalario reflejo que le obsequió el espejo del baño. Lidiar con el agotamiento emocional era algo complicado de sobrellevar; siempre se le había dado mejor recomponer los sentimientos de los demás que los suyos propios, recolectar aquellos pedazos y volver a unificarlos con paciencia y tesón. Porque así era más sencillo eludir el desastre que en su interior albergaba, porque si se detenía a ser consciente de lo que realmente sucedía con ella misma terminaría por perderse completamente. Y es que ocultarse tras el antifaz y actuar como si nada pasara era mucho más fácil que comenzar a entenderse, a sanar todas aquellas emponzoñadas heridas.

El seco chasquido de su lengua quebrantó el sepulcral silencio, disipando ligeramente la tensión. La tibieza del agua junto con la fragancia floral de su limpiador facial se complementaba a la perfección; la delicada frescura de aquel aroma era capaz de borrar la fatiga de su faz y de renovar su espíritu, a pesar de que las ojeras surcando las cuencas de sus ojos resultasen más prominentes sin corrector que las disimulara. Tanteando en los cajones del tocador, dispuestos paralelamente a cada lado del lavabo, palpó la singular textura de su peine de cerdas suaves. Sin duda, su favorito a la hora de desenredar su anudado cabello sin temor a aquellos temidos y dolorosos tirones. Un rápido cepillado a sus dientes dio por terminado ese acicalamiento exprés.

❝ 𝓓𝗼𝘃𝗲𝘀 ❞ ― 𝕰𝐫𝐞𝐧 ∴ 𝕵𝐚𝐞𝐠𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora