Deseos

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(de morir)

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(de morir)

Desterrado era la palabra más amable que se podía adjudicar por mera pena a sí mismo. Porque Chōsō había encontrado algo en él que mismo Itadori perdió de vista: lo amaba. 

Al resplandor de la luz del día y a mitad del camino Itadori volvió a vacilar. Seguía sopesando no solo el final de su aventura, sino el destino que había atrapado en sus garras a todo el mundo. 

Se había alejado de todos. Cada quien hubo tomado su camino y él, no sabiendo si se llevó la peor parte (Seguramente no, y solo era una exageración bien dada a un ser humano) del destierro, en un mar lleno de esperanza inmerecida, tenía deseos. 

Cada noche en cada estrella se podían contar todos sus deseos hasta entonces. La mañana los dormía y la noche los hacía llorar en su nacimiento evocando viejas sonrisas de, posiblemente, una felicidad ciega a las palabras crudas de una maldición. 

Sus deseos eran pocos, pero caros en la actualidad: 

Quería volver con sus amigos. Lo deseaba con tanta fuerza que sus ojos se humedecían. 

Quería cumplir con el deseo de su abuelo y borrosamente, podía recordar la voz de aquel a quien podía llamar padre... lo deseaba tanto. 

Deseaba no haber visto morir a tantas personas. 

—Junpei... —y parecía tan lejano el rostro de su amigo que las lagrimas se le habían secado a favor del rezo de su sonrisa—. Nanami... chicos. 

El recuerdo evocado de aquellas dos excelentes personas corrió a su pecho en un frenético suspiro. Cabía la posibilidad de que sus muertes fuesen un resultado de su existencia como el recipiente de Sukuna; cosa que desde hacía tiempo no le dolía ser menos que ello. 

Itadori se había disminuido en su existencia, siendo devorado por la importancia del recipiente de Sukuna. 

—¿Quienes? —escuchó y Chōsō, quien se le había separado un rato, volvió para extenderle un zumo de naranja sin abrir—. ¿Quienes son ellos? Bebe algo, desde hace días no has probado gota de nada. 

Era cierto, su deber como hermano mayor era cuidarlo. 

Itadori le volvió a sonreír por la atención y después de asegurarse de que el jugo no había vencido, lo bebió con desesperación hasta terminarlo y arrojar el cartón. Nada podía afectar un pedazo de cartón a un selva en la calle. 

—Gracias por el jugo —le dijo y los ojitos de Chōsō brillaron; asintió—. Solo eran viejos amigos. 

—¿Eran? —le preguntó e Itadori se limpió los labios sin detener el paso. 

Asintió. 

—Sí, ya están muertos —repuso y lo siguiente lo murmuró:—. Aunque desearía tenerlos conmigo. 

A Chōsō le pareció increíble el dolor que Itadori, su hermanito, debía cargar. Se alegró de haber tomado la decisión de acompañarlo en este camino y compartir penas de la vida pasada. 

—Dime. Itadori —lo llamó limpiándose el sudor de su pálida frente—. ¿Tienes miedo? 

La poca especificación del azabache no era complicada. Actualmente vivir daba viendo y ese era tan solo el inicio del tumulto de los temores del castaño. 

—Sí —confesó—. Tengo miedo a todo, menos a morir. 

Ese final que a todos nos espera podía ser gentilmente sumado a su lista de deseos, de esos que nadie se atreve a decir con la seriedad y seguridad necesarios. 

—¿Y qué piensas hacer?

—Seguir, aunque tenga miedo —respondió Itadori y dieron vuelta en una de las calles para seguir adelante. 

Siete duros minutos permanecieron en silencio hasta que los labios de Chōsō se curvaron en una sonrisa siniestra a causa de su rostro poco amigable, e Itadori ignoró ese detalle. Su hermano mayor aunque quería demostrar su felicidad, más daba miedo. 

—Ya veo —dijo Chōsō y continuó sus pasos más animado. 

 

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Desterrado ━ Itadori YuujiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora