Soledad

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De las cenizas subirá el fuego de la soledad que lo hunde cada vez más en la desesperanza

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De las cenizas subirá el fuego de la soledad que lo hunde cada vez más en la desesperanza. 

Perdió el honor hacía tiempo. No había más que decir del tema, tan lejano como las nubes que penden del cielo y se ríen de él. 

De pronto sus pies le pesaron. No tardarían en llegar, tal vez sólo faltaban unos minutos más de camino y habría llegado al lugar exacto donde indicaban los filmes. Cada pasó le comenzaba a costar más, era como si su espíritu se estuviera acobardando y su cuerpo reaccionara de forma peculiar.

¿Qué era lo que antes llenaba a su corazón? 

La presente soledad que le comía el sueño le daba la respuesta. Sus manos no parecían tener razón, ¿De quién sus ojos se habían desconectado para hacerlo sufrir solo y en silencio? 

El día a mitad de su muerte le dio la respuesta. 

Se llevó la mano al bolsillo de sus pantalones y lo palpó. Aquel objeto que todo este tiempo estuvo cuidando con tanto recelo.

—Es un alivio —dijo Chōsō, sacándolo de sus pensamientos—.  Que no nos hemos topado con muchas maldiciones en el transcurso. 

Itadori asintió. Observó de soslayo las espaldas de su acompañante y aunque le ganó aprecio, no podía asegurar que Chōsō le había hecho olvidar su soledad. No era lo mismo. 

A diferencia de Nobara, él no se quejaba de nada y estaba casi todo el tiempo callado, a excepción de hoy. A diferencia de Fushiguro, todavía parecía ser desconocedor de las sonrisas. 

A veces, para Itadori, estár con Chōsō era como caminar al lado del viento en un día nublado y desolado. 

—Pero hay que estar atentos —dijo, sintiendo el cambio del clima a uno más tropical—. Lo mejor es exorcizar a toda maldición que nos crucemos. 

Había llorado tanto, y en todo el mundo, solo Chōsō lo había notado. 

—Ah, Chōsō —llamó y el azabache detuvo su paso—. ¿Alguna vez te has sentido solo? 

Y el conflicto se dibujó en el rostro del Útero maldito. 

—¿Solo? —respondió negando con firmeza—. He de suponer que es un sentimiento similar al que experimenté cuando mis hermanos murieron...

—Cuando los maté —se adjudicó Itadori con crudeza y Chōsō negó. 

—Fue un accidente —repuso— Pero desde entonces y ahora que estoy contigo no he me sentido así. Tampoco he llorado. 

—Lo suponía... —respondió Itadori en tono bajo—. ¿Y si yo muriera?

Parecía una broma aquella pregunta, pero llegados a este punto en el viaje, Itadori tenía un choque de emociones y pensamientos. Comenzó a visualizar distintos escenarios. 

—Entonces lloraría las lagrimas que tengo guardadas porque eres el núcleo de mi como hermano mayor y el dolor se encarnaría a mi —respondió sin titubear—. Ya lo dije, Itadori, cargaré con las penumbras de tus pecados por ti para coser las alas de ángel que necesitas.

La expresión del castaño se distorsionó. Tanto tiempo había pasado en que no había recibido unas palabras tan llenas de amor que le fue imposible no llorar. Se limpió los rastros de lagrimas y vislumbrando el inicio de la playa, apuntó a los rastros del mar que rugían dándoles la bienvenida.  

—Gracias, Chōsō —¿ya cuantas veces le había agradecido en el día?—. Mira, hemos llegado. 

El mencionado, indiferente a la emoción de su menor, observó el lugar y como si fueran sombras hechas de arena, se imaginó lo que vivió Itadori en su tiempo. 

—Ya veo —dijo y detuvieron sus pasos—. Este es el lugar. 

 

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Desterrado ━ Itadori YuujiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora