Capítulo 1
"Huyendo de casa"
—Jash es feo, lelolelolelo.
—Jash parece niña, lelolelolelo.
—Jash es raro, lelolelolelo.
Niñas.
Niños.
Todos me miraban, todos se burlaban de mí.
Apenas entraba por el gigantesco portón de la escuela y ya me estaban esperando en las esquinas sólo para molestarme, para pegarse a mí y gritarme cosas horribles, cosas feas, cosas que... me lastimaban. Mucho. Las palabras de los que son mis compañeros de clases me dolían, me herían mucho, eran inaguantables, hacía que mi pecho tenga un dolor horrible, que mi corazón se lastime más de lo que ya estaba.
—Jash.
Mi nombre fue pronunciado por el peor de todos. Por el que me molestaba hasta cuando no estaba en clases. Por el que no sólo me golpeaba con palabras, sino que también lo hacía con sus puños, con sus pies, y no sólo él sólo, sino también con sus amigos.
Mis pasos aumentaron mucho más rápido y eso, a otros, pareció divertirles. Todos los que estaban a mi alrededor; los niños vestidos de uniformes blancos y pantalones negros, las chicas con faldas negras, camisas blancas con listones de otros colores en sus cabellos, empezaron a soltar carcajadas altas, fuertes. Los que estaban cerca de mí ejecutando aquel acto hacían soltar otras de salivas, esparciéndose por encima de mí. Yo tan sólo caminé un poco cabizbajo.
Un montón de chicos, unos más altos que yo y otros de mí mismo tamaño, en grupo de cuatro o quizás cinco, o seis, o más, no sabía cuánto porque se fueron uniendo poco a poco, pero me detuvieron el camino, posando su mirada en la mía la que sin duda reflejaba timidez, temor.
Mi lonchera; lugar donde mi mamá suele meterme un cartoncito de jugo con varios sándwiches de los que eran mis favoritos, fue llevada a mi pecho gracias a mis brazos lo cuales parecían estar inmóviles y la apreté en el lugar, mirando a todos los que estaban a mi lado. Me di una vuelta a la derecha para correr, pero no pude ya que en ese lugar se habían unidos más chicos. Me terminé de dar la media vuelta y el que me llamó por mi nombre ya estaba detrás de mí.
Quise irme por la izquierda, pero ya estaban llenos de los mismos niños de éste lugar.
Estaba en una palabra que mamá no le gusta que le diga, pero así era:
Jodido.
Papá solía usarla cuando estaba en su oficina, "hastiado" de trabajo. Acostumbraba a decir:
—Estoy jodido por todo este papeleo.
—Estoy jodido por llegar tarde al trabajo.
Entre otras oraciones más.
Él la dice, así que, ¿por qué no puedo yo decirla? ¿Será una de esas cosas de adultos que mamá y papá no suelen decirme cada vez que sueltan comentarios como: "Te espero en la habitación" "Quiero que traigas protección"? La vida de un adulto debe de ser muy complicada, pero la de un niño, casi un adolescente, es una mierda, como en mi caso. Los adultos son fuertes y capaces de resolver sus problemas, pero yo no soy fuerte, ni soy adulto, y menos resuelvo los problemas.
—¿Te ibas a escapar, eh, mariquita?
Las frívolas y duras palabras que escuché abandonaron de la boca de su creador; Peter, con una rudeza que me intimidaba, hacía que me sienta incomodo, mal, que le tenga miedo, que mis manos suden, que mis nervios se acumulen por todo mi cuerpo, que mis piernas flaqueen de temor, de pasmo.