Prólogo

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Me voilà dans le bruit et dans le silence

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Aquí estoy, en el ruido y en el silencio

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—Lester Buchanan, un inigualable fiscal del distrito, el mejor de todos los tiempos. Disciplinado, modélico, buen padre y esposo. Acaba de ganar una condecoración gracias al incansable trabajo para erradicar la violencia y corrupción de las calles. Esta noche en ¡Que pasa América! Lo tendremos para poder entrevistarlo y saber más sobre este nuevo justiciero de la ley al que los malos deben temer porque es implacable, como ese pelo rubio que trae. Miren, digno sucesor de Brad Pitt.

El presentador de, Que pasa América, muestra una foto de hace dos años, donde sale con sus tres hijos en un parque jugando, sonríe mientras besa a su esposa en la mejilla. Acerqué más el cuenco de palomitas, agarré un buen puñado y seguí comiendo. No quería perderme la entrevista de esta noche por nada del mundo.

Ojeo el ordenador entre mis piernas, siguiendo lo que dicen de él en varias redes sociales a la vez. Incluso hay una cuenta de fans suyos, donde repostean sus fotos y le hacen edits. Todo un personaje famoso. La mayoría de los comentarios son agradeciendo su trabajo, mostrando su apoyo para recibir más galardones incluso, le instan a empezar su carrera política.

Lo que hace un pelo rubio y sonrisa Colgate.

Después de los anuncios, el programa vuelve y en primer plano aparece Lester.

—Bueno señor fiscal, es un honor tenerlo con nosotros esta noche —alaba, mientras presiona un botoncito para producir aplausos.

—El gusto es mío James —estrechan manos y vuelven a sus sitios— mi hija estaba como loca de que por fin viniera, es tu mayor fan.

—Bueno, pues entonces un saludo a la dulce Freya —saluda a la cámara, como si de verdad fuese a responder alguien— estas invitada el día que quieras para poder desvelarnos secretos de tu padre.

—Eso es imposible, no tengo secretos —quisiera aplastar su cara contra mi puño, y así juró decir la verdad— y si los tengo, mi hija es leal a mí. Nunca te contaría nada mío.

—Veo que eso de ser cerrado viene de familia —ojea las tarjetas donde apunta la información de sus invitados— hoy en nuestro programa hemos preparado una sección especial para usted.

Dejo de prestar atención al programa para fijarme en el fiscal general, todo un ídolo de masas, el mejor de su promoción. Su pelo rubio engominado cae para atrás con un brillo impresionante, sus ojos verdes irradian confianza y seriedad. Los anillos en los dedos, los tatuajes asomando por las mangas del traje Armani, junto con una cicatriz que va desde la punta de su dedo anular hasta por lo menos el codo.

Dejé el bol de palomitas en la mesa, recorro la distancia hasta mi habitación, el piso de cuarenta metros cuadrados llevaba a oscuras una semana, no había ido a pagar la luz. Menuda novedad, evitaba al casero a toda costa, tampoco tenía su dinero. Entré a la habitación con una cama de noventa, un sofá uniplaza y una cómoda a punto de caerse. Cogí el móvil negro de la cómoda. Era hora, las doce y cuarto de la noche.

Faltaba quince minutos para que acabase el programa, me sobraban diez para lo que tenía pensado hacer. Recuperé mi sitio en el sofá y subí más el volumen. Doce y quince. Hora del espectáculo. Marqué el único número de la lista y llamé.

—Todo listo. A tu orden —respondió la voz del otro lado.

El presentador anunciaba que ya estaba por terminar pero que antes quería dar paso a una video recopilación de sus mejores casos.

El peso de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora