(concurso Criaturas Mágicas)

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Por ominoso que fuera, sólo era un cráneo. En realidad, menos aún; era medio cráneo. La sensación de estar incompleto de un cadáver anciano, sumada -¿restada?- a ser un mero fragmento de aquel cadáver, y ni siquiera el fragmento entero... no era muy impresionante. Hacía falta un carácter muy particular para encontrar algo de interés en aquellos restos de hueso. No obstante, "un carácter muy particular" hubiera sido una de las formas más educadas en que el doctor Preston Wieghard hubiera sido descrito por sus amigos, de haberlos tenido.

Había invertido varias horas en liberar por completo aquel cráneo parcial de un milenio de arena removida dentro y fuera de él. Y otro tanto observando el resultado; había anunciado tras unos minutos que se trataba de una mandíbula de mujer, y a partir de ahí se había sumido en una concentrada observación. No notó a la muchacha de pelo castaño que entró en su carpa siguiendo el ritmo de su iPod, con un contoneo incontenible que rebotaba desde su cabeza y se extendía bajando por los hombros, cintura y piernas. Y ella se dio cuenta de que él estaba allí, pero no por eso le prestó atencion. No mientras la música le hiciera eco dentro.

Seguía bailando cuando encontró la espada. A diferencia del cráneo, Wieghard la había ignorado completamente; la excavación había sacado a la luz tanto el nuevo trofeo del antropólogo como esta antigua arma. Pam se movió a su alrededor, examinándola desde cada ángulo. La costra de herrumbre y tierra parecia formar un todo, y sólo una vida de expedición en expedición le decía que aquella vaga forma había sido un arma en algún momento. La tocó perezosamente; la tierra se desprendió bajo su roce.

- ¡Au! -gritó sorprendida por el inesperado dolor. El filo había quedado al descubierto. La herrumbre debería haber destruido todo restro de una hoja digna de ese nombre. En vez de eso, se había cortado, hondo y agudo y profundo y...

- Pam, ¿es mucho pedir que no hagas ruido? -la voz desafectada de su primo la irritó; ¿no le importaba que estuviera sangrando? Y todo por su condenada espada de...

¿Donde estaba la herida? ¿Y la sangre? El dolor habia estado ahí, ¿no era cierto? Miró sus dedos, a un lado y a otro. No había ni señal.

Preston se la cogió de las manos y las miró por un instante. Le tomó la mano donde Pam, bajo todo sentido común, tendría que tener la carne abierta:

- ¿Has manipulado un artefacto arqueológico sin ni siquiera unos guantes? Creía que al menos esto lo habrías aprendido en estas semanas...

- ¡Pasa de mí, Preston! -le gritó irritada. Su primo, en serio, ¿donde estaba cuando repartieron las habilidades sociales? Probablemente el primero en la cola de los cerebritos. Y luego usó ese intelecto tan superior suyo para negociarse un físico que uno asociaría más con Indiana Jones que con un arqueólogo de verdad. No es que le sacara mucho partido; sin importar cuantas de sus amigas de la universidad bebieran los vientos por él, ni una habia cruzado más allá de cinco palabras con Preston sin considerarlo un cretino integral.

- Yo ya paso de ti. Eres tú la que entra aquí y se pone a chillar, criaja chiflada -protestó con ese tono suyo pedante, exasperante y exasperado- ¿Vas a empezar a ganarte los créditos de una vez?

- ¿Perdona? ¿No eres tú quien me aparta de todo lo que sea mínimamente científico? ¿Qué se supone que haga? -Preston sólo se cruzó de brazos y se inclinó adelante, injustamente alto, frente a ella. Pam se negó a ceder ni un centímetro, plantándole cara por puro orgullo, sabiendo que se había tomado el viaje a Egipto como unas vacaciones pagadas que le cubrirían créditos universitarios mientras visitaba un país exótico. De algo tenía que servirle ser prima del doctor en antropología, engreído profesional y profesor adjunto de arqueología Wieghard.

Y él accedió con sorprendente facilidad. Debió haber sospechado algo cuando la aceptó sin problemas, indicando sólo que rellenara los documentos de consentimiento.

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