Cuatro

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Volví a echar un poco de la mezcla en el sartén mientras esparcía la miel por unos panqueques ya listos.

Los ancianos de la casa, sí, todos incluyendo a Jaret. Habían ido a dar un paseo con Dios sabrá quién a las ocho de la mañana. La única despierta era yo, sin pasar por alto que mi cara era de mírame y no me toques, así que mi madre eligió su mejor opción y no me invitó. Perfecto.

Aproveché para hacer el desayuno. O quemar la casa en contexto ¡Es que no dejaron nada hecho! Tuve que improvisar y preparé una mezcla instantánea de panqueques. No se me daba nada bien eso, para nada, iba a morir. Los panqueques quemados con miel. Otros en el sartén se me estaban pegando. Todo mal. Todo.

Di un respingo cuando tocaron mi hombro. Alarmada me giré. Era Nick con cara de recién levantado.

—Ah, hola, —saludé. Él se me quedó viendo la cara, aterrado, y me limpió las mejillas con los dedos. Seguro estaba cubierta de harina.

— ¿Intentas matarnos?—preguntó al ver los panqueques con gesto de horror. Vale, sí, estaban más negros que sabrosos.

—Yo solo quería cocinar ¡Estaba haciendo algo productivo!

—Te aseguro que esto, —señaló el plato, —no es productivo, Jul.

—Sigue juzgando, Nick, sigue ¡La envidia no te queda nada bien! ¡Mis panqueques se ven deliciosos!

—Como digas, Buddy Valastro.

— ¿Bu... qué?—alcé una ceja, interrogante.

—Venga, está claro que no sabes nada del mundo de la cocina, —asintió, más para él que para mí—. Déjalo, yo cocino algo decente.

—Que no. No es necesario, —di dos pasos hacia atrás para que me dejara terminar. Pero justo mi codo tocó el sartén caliente y grité—. ¡AH! Esto... ¡Ah!

A Nick se le abrieron los ojos, alarmado, y comenzó a buscar la causa de mi dolor.

Pobre sartén.

¡Pobre de mi piel!

Rodee a Nick y caminé hasta la encimera para sentarme en una de esas sillas altas que tanto amaba mi señora madre, me ardía la piel. El chico me siguió y sujetó mi brazo con sus manos para examinarlo.

— ¿Dónde guardan el botiquín de emergencias?—preguntó, aun viendo mi piel enrojecida. ¡Dolía eh!

—Allí, en el segundo cajón, —señalé la alacena donde la señora Stad guardaba la comida. Al lado, una cómoda de madera con todo lo necesario para cualquier desastre.

Él asintió. Caminó hasta el lugar y sacó el botiquín. Luego se acercó, dejando el botiquín en la encimera para comenzar a buscar entre medicamentos con un ápice de concentración. Rebuscó hasta que encontró un tubito de crema amarilla.

—Esto te pasa por testaruda, Julie Schmidt.

— ¡Oye! ¡Trataba de hacer algo bueno para todos!—hice un puchero y el volcó los ojos, divertido—. ¡Y no me llames por mi nombre completo!

—Vale, vale.

—Y atiente a mi codo.

—Sí, ya, cálmate.

—Y no me calmo, Nick ¡No me calmo!

—Jul, ¡Cállate! No puedo poner la crema ¡Dios!

Me quedé muy quieta mientras él untaba la crema en la zona enrojecida. Según yo, había sido una quemadura de primer grado. Claro, yo solo suponía, je, je.

Un otoño a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora