1. Prólogo

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—¿Estás dormido? —dijo una mujer.

—No —le respondió un niño.

Las rústicas viviendas de Riva siempre habían sido lugar cálido para todos sus habitantes, pero, cada año, tras cada invierno, era más difícil mantener el calor. Cada vez más crudo el frío atormentaba a las familias que allí vivían.

—Tengo mucho frío —respondió el niño. Se llamaba Jon, tenía doce años y le tocaba vivir el invierno más frío que se había presentado en toda su vida.

Igual que su madre tenía el cabello castaño, la nariz recta y un rostro fino y triangular.

—Oh, mi niño...

—Cuéntame uno de esos cuentos que me contaba papá.

La madre miró hacia abajo y asintió. Su esposo había ido a pelear en la guerra civil de Arcadia muchos años atrás. Nunca regresó.

—Cuenta la leyenda —empezó la madre—, que, hace muchos años.

—¿Cuántos, mami? —dijo el niño con emoción.

—Shh, vas a despertar a tu hermano —le sonrió—. Muchos, muchos, años. Cientos —Jon escuchaba con un brillo en los ojos—. Existía una ciudad llena de paz y armonía, donde muchas razas distintas a nosotros vivían, donde todas las ciudades se juntaban en paz y armonía.

—¿Cómo se llamaba, mamá?

—La ciudad se llamaba Arzadia, mi niño, y estaba muy lejos de aquí, cruzando el gran bosque Kiefern y las montañas. Lamentablemente, unas brujas atacaron el precioso lugar y con sus hechizos destruyeron la tierra, los bosques y pastizales. La tierra murió y nuestra gloriosa clase luchó valientemente para salvar una gran parte del mundo, nuestro preciado hogar.

»Pero las brujas mandaron a un gran ejercito de oscuros, entre orcos y elfos, todos podridos por la magia, estos no pudieron atravesar los frondosos bosques de pinos que nos rodean y que nos permitieron sobrevivir en paz y crear nuestro reino de Arcadia. Por eso, mi nene, nuca debes atravesar esos bosques, porque quien entran, no sale jamás.

—Ahora, a dormir.

—Voy a acabar con todas esas brujas cuando sea grande, mami.

—No, mi niño, nada de aventuras y brujas. Total, aquí en Riva hay tantas cosas por hacer.

Jon refunfuñó, pero en seguida se fue a dormir, soñando que arrancaba la cabeza a todas las brujas y volvía a llevar a todos los hombres y mujeres a la gran Arzadia. La ciudad de sus sueños.

La noche se volvió espesa en todo el lugar y lejos de Riva, en un pueblo del reino de Fjall, la noche era alborotada.

—¡Bruja! ¡Bruja! ¡Bruja! —gritaba un gran grupo de pueblerinos alzando antorchas y tridentes mientras empujaban a una mujer encapuchada que gritaba por su vida.

—¡Déjenme! ¡Por favor! ¡No soy una bruja!

—¡Calla peste! —gritó una vieja—. ¡Las de tu clase deben de estar muertas todas!

—¡Nos privaron de Arzadia! —le acompaño un hombre barbudo que cargaba con un martillo de fragua. La turba gritó para matarla.

Un grupo de hombres agarró a la mujer y le retiraron la capucha. Sus rasgos eran preciosos y en definitiva distintos a los de todos los hombres y mujeres. Tenía los ojos ligeramente rasgados y hacia arriba, pero grandes y de color gris y morado. La nariz era respingada y perfecta y las orejas ligeramente puntiagudas. Unas líneas de color plateado contorneaban su rostro y se extendían hacia su cabello del mismo color.

Los hombres la amarraron a un tronco y empezaron a apilar madera seca y ramas que habían conseguido de todo el pueblo. Los niños estaban en la primera fila para ver morir a la bruja.

—¡Por Arzadia! —gritó un niño de la edad de Jon. La cara de la bruja se transformó a un horror profundo. No tendría más de catorce años.

—¡Por favor! —gritaba sollozando, miró al cielo y suplicó—. ¡Necesito ayuda!

Hubo un silencio abrumador cuando empezó a llover, todas las antorchas se apagaron y del bosque salieron doce figuras encapuchadas. Todo el pueblo retrocedió a excepción del hombre que cargaba el martillo.

—¡Por Arzadia! —gritó y se lanzó hacia el grupo de encapuchados que había surgido del bosque.

La figura que encabezaba el grupo alzó una mano y el herrero se convirtió en un conejo.

—Kaysa, menn skilja ekki —dijo una voz femenina.

—Móðir.

El pueblo quedó sin decir una palabra y sin moverse mientras la mujer que había hablado desenredaba las sogas de la joven. La tomó de la mano, que le temblaba, y regresaron las trece al bosque, donde retiraron sus capuchas y dejaron ver sus rasgos similares. Algunas con facciones mas firmes, ninguna tan fina como Kaysa.

—Kaysa, te lo repito, los hombres no cambian. Son pestes y no debes salir del bosque. ¡Nunca! O acabarás muerta en alguna ocasión.

—No seas tan dura con ella, Lena. Völva espera.

Las doce brujas asintieron de vuelta y se desvanecieron en el bosque. Pero los rumores vuelan rápido y ver a doce brujas después de cientos de años despertó conmoción en todos los reinos de los hombres.

El Misterio de ArzadiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora