Capítulo cuatro

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Parpadeo dos veces viendo cómo se dirige a la salida, una sonrisa decora mi rostro en el momento que se gira y se despide con su mano desde la puerta.

¡Si! Lo logré, si pude. Le hablé, me habló, hablamos y por mucho tiempo.

Quiero morir, pero quiero vivir, pude hablarle sin parecer una tonta. Puedo decir que ese fue un avance inesperado.

Cuando escribí y le di la pregunta me arrepentí instantáneamente. Tengo esta horrible costumbre de actuar sin detenerme a pensar en las posibles consecuencias y ese fue definitivamente un tema delicado. 

Fue suerte el no haberle ofendido y mucha más fortuna que me respondiera la pregunta, no me quejaré de saber un poco más de él, al contrario, no puedo dejar de sonreír. Sin embargo, no puedo evitar pensar que quizá debió ser una conversación para más adelante.

Ni modo linda, ya pasó y así queda.

Termino de comer mi amado brownie y bebo mi café amargo, saco un libro de mi bolso no sin antes llamar a Jade.

—¿Qué sucede acosadora retirada? —Entrecierro mis ojos y sonríe.

—Ya les dije que no soy una acosadora, nunca me preocupé por averiguar cosas de su vida personal o algo así, simplemente disfrutaba las vistas.—Le saco la lengua.—Sólo iba a pagar, para poder leer tranquilamente sin que crean que no lo haré.

—En nuestra defensa casi te vas sin pagar una vez.

—¡Ya les dije que fue sin querer! —Jade ríe mientras recoge la taza y el pequeño plato.—Fue un accidente, cero intencional.

—Te traeré unas galletas de miel para celebrar que por fin le hablaste al chico.

—Talvez así les perdone el que no me hayan dicho que era sordo. —Jade mira hacia otro lado mientras intenta ocultar una sonrisa.

—Detalles.

Después de por fin obtener mis galletas, pagar por todo y leer un rato mi pobre libro abandonado decido caminar hacia mi casa en vez de tomar el colectivo.

La caminata me relaja bastante, me sirve para estirar mis piernas y observar a mi alrededor.

Una vez llego a casa cierro con llave la puerta, mis padres están trabajando por lo que estoy sola. Pongo música a un volumen lo suficientemente alto como para que se escuche afuera y no crean que no hay alguien aquí.

Haberme graduado bastante joven del programa de arte dramático con énfasis en escenografía fue como un sueño hecho realidad, sobre todo porque salí con una reputación que me permitió ganar dinero rápidamente. Fui catalogada como un ángel de la escenografía—Título bastante cursi, si me permiten agregar.—y conseguí empleo rápidamente. 

Puedo permitirme alquilar un pequeño apartamento de quererlo, pero no quiero.

Me niego a estar sola en un sitio, el silencio es abrumador para mí y no puedo dejar de pensar en todas las posibilidades de que algo me ocurra y no haya quien me pueda ayudar.

El silencio para mí es soledad, la soledad representa peligro y el peligro trae al miedo consigo. Me habría desgarrado por dentro de tener que vivirlo.

Quizás es por ello que considero que Kleinod es valiente, no mentía al decir que yo no habría soportado algo así. Somos polos opuestos en ese sentido. A él le aterra la idea de volver a escuchar en un sitio que no sea su casa, mientras que a mí la idea de estar en total silencio me paraliza.

Me agradó mucho que tuviera la valentía de contarme parte de su miedo, es la ventaja de hablar con desconocidos, es decir, si no hay vínculo, no hay nada que temer.

Ruido y silencio [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora