Parte única

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— Tengo una pregunta ¿Por qué tienes agendado a Kuro-san como nekoneko?

— Tengo una mejor ¿Qué mierda haces con mí celular?

— Estás muy distante últimamente y quería asegurarme de que no me estabas mintiendo, pero ahora no se que creer — gruño lanzando el celular al sofá.

— Pues para que sepas Kuro se auto agendo en mí celular la última vez que nos vimos porque le robaron su teléfono — dijo frotando su frente —. Creí que había dejado claro que no me gusta que revisen mis cosas.

— Esto no se trata de ti Tsukki, se trata de nosotros.

— ¿Ahora mí teléfono es algo público?

— ¡Si dejaras de estar tan pendiente de esa cosa no tendría porque sentirme mal!

— ¡Entonces dime eso maldita sea, estoy cansado de tener que estar adivinando que mierda te pasa!

— ¡Se supone que eres mí novio!

— ¿Y eso me convierte en adivino? Se supone que eres adulto, deberías poder decirme cuando te sientes mal.

— No es fácil para mí Tsukki — murmuró bajando la cabeza.

— ¡Pues es más fácil que revisar mí maldito teléfono sin mí permiso como si fueras un psicópata!

El silencio reino en la habitación por unos segundos antes que el rostro de Tadashi se llenará de lágrimas. Ahí estaba otra vez. Tsukishima rodo los ojos antes de agarrar su abrigo para salir de la habitación.

— Será mejor que duerma fuera hoy, dejaré mí teléfono revisa todo lo que quieras, mañana hablamos.

Yamaguchi quiso decir algo pero cuando abrió la boca el rubio ya había dejado el departamento.

¿Cuando se habían vuelto así? Parecían enemigos temerosos de un ataque sorpresa, como si los fueran apuñalar en la comodidad de su cama.  No podía identificar el día en que todo empezó, pero ya iban a pasar dos meses desde que su hogar se había convertido en un campo de batalla dónde no había un día sin una pequeña o gran discusión. Que si un amigo había llegado de imprevisto, que si se tenían que quedar estudiando hasta tarde fuera, que si olía al perfume de otro.

— Ya no nos tenemos confianza ¿Cómo es que llegamos a vivir juntos? — Kei apoyo la frente en el espejo del ascensor, no sabía dónde iría, y sin teléfono podía despedirse de ir a su casa en taxi.

Cuando Yamaguchi le había propuesto mudarse juntos apenas dudo, habían pasado dos bonitos años de relación viviendo cada quien en su casa sin tener mayores problemas que coincidir para las citas. El rubio no se consideraba un romántico, pero la idea de despertar todas las mañanas frente a la carita pecosa de su novio le parecía demasiado tentadora como para negarse. Así que acepto. Los primeros meses fueron geniales, todo el día abrazados en el sofá viendo pelis, haciendo el amor en cada rincón de la casa, quedándose hasta tarde tomando alguna cerveza en el balcón.

Luego tuvieron su primera pelea, algo tonto, tanto que el rubio no recordaba que era. Pero luego todo cambio. Yamaguchi era una persona sensible, inseguro, ante el menor signo de rechazo -un no, un shh, un "aja"- parecía perder el rumbo. Y cuando lo perdía hacia hasta lo imposible por recuperarlo.

— ¿Nos cansamos de nuestra vida perfecta Tadashi?

Las calles de Tokio eran frías, más frías que de costumbre. Las pálidas mejillas de Tsukishima reflejaban las luces de la ciudad.

El rubio llego hasta un alto edificio, tocó el portero eléctrico con temor, no se había fijado la hora que era al salir de casa, probablemente no le contestaría si era muy tarde.

Cervezas y besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora