4. "El pasado (no) es el pasado"

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Dallas, Texas, 1960

Klaus no le contó a Marie Vanderwall sobre viajes en el tiempo o apocalipsis o hermanos superpoderosos. Pero esa tarde, bajo ese árbol, él habló de su maldición: Ver gente muera allá a donde fuera que caminara.

Marie se quedó y escuchó pacientemente como él divagaba y hacía chistes en el relato, interrumpiendo solo para hacer preguntas curiosas, sin decirle en ningún momento que mentía (probablemente que viera a Ben antes ayudó un poco. Aunque, de nuevo, Klaus no tiene idea de como pudo hacer aparecer a Ben ni como volverlo a hacer) o juzgandolo.

Su conversación se vió interrumpida solo cuando Dale apareció, un veterano rudo, hosco y arisco, que en su figura impotente pareció extrañamente vulnerable cuando los miró.

—Dijiste... Dijiste que viste a mi hijo —Dale dice, casi inseguro, retorciendo los dedos tras su espalda—. ¿Cómo sabías...?

Así es como empieza. Marie frota el brazo de Klaus como muestra de apoyo en un gesto que en poco tiempo se volvería algo natural entre ellos, y asiente con la cabeza, como si le dijera: Está bien, deja que hable con su hijo, yo te respaldaré aquí.

Bajo el árbol, Klaus habla para Dale y para el pequeño, repitiendo las palabras que el niño le dice, pruebas irrefutables ya que son cosas que solo el niño y su padre sabrían. Dale, este estoico soldado vacío del albergue, llora libremente mientras se despide.

Al final de la conversación, el niño de desvanece en una luz azul. Klaus jadea, sorprendido por esto. Él puede... ¿puede hacer esto? ¿hacer que se vayan? ¿ayudar a liberarlos? Nunca antes había pasado. Es... interesante.

Entonces, resulta que Klaus no es expulsado del albergue ese día, ni ninguno de los otros días. Ahora no es solo uno de ellos, los veteranos, él es también la respuesta a un poco de la paz que creyeron que nunca encontrarían.

Marie está a su lado, al final del día, con una pequeña sonrisa que es mucho más indulgente de lo que debería. Klaus no sabe porqué, pero cuando ella lo mira, siente que se desarma por completo. Solo quiere derrumbarse y decírselo todo.

—¿Desde cuándo? —ella pregunta, muy suave. Más suave desde lo que Klaus cree merecer.

Él se encoge de hombros e intenta una sonrisa que termina siendo una mueca.

—Siempre, creo. Maldición de nacimiento —se golpea suavemente la cien con los nudillos para ejemplificar.

—No creo que sea una maldición —ella señala. La luz naranja se refleja en sus ojos claros—. Ayudaste a Dale hoy.

Start Again | Klaus Hargreeves.Where stories live. Discover now