15. EL DUENDE

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Lo primero que vio Jungkook al regresar del claro fue la sobrecapa de Jimin.

La dichosa prenda blanca estaba ahí, colocada encima de la misma silla en la que la había dejado la noche anterior, y le saludaba con una sonrisa sardónica, como retándole a tocarla, a cogerla aunque fuese para guardarla al fondo de un cajón, para tirarla por la ventana o para prenderle fuego. Si no fuera porque el licántropo estaba bien descansado y lúcido como el que más, habría jurado que la capa le estaba retando a interactuar. Pero, precisamente, como estaba bien descansado, sería fuerte y esquivaría la tentación; la capa se iba a quedar con las ganas.

Se pasó las manos por el pelo y suspiró hastiado. Normalmente la cama doble en el centro de su cuarto tiraba de él con una suerte de fuerza gravitacional cada vez que se acercaba a ella más de la cuenta, y tumbarse a dormir sobre la nube de mantas y almohadas nunca le parecía la peor de las ideas. Pero aquella tarde estaba de todo menos cansado, y lo único que sentía por la que en otras circunstancias sería su mullida alma gemela era indiferencia. No en vano, acababa de despertarse de una siesta considerablemente larga y, después de cinco horas de sueño profundo e ininterrumpido, lo raro sería no tener los ojos como platos.

Hmmm... platos.

Lo que sí tenía era hambre.

Salió volando de su cuarto en dirección a la cocina y él, que siempre dejaba la puerta de su habitación abierta si no estaba dentro, pegó un portazo. Que se enterase la túnica de que quién mandaba allí.

Era tarde para comer y pronto para cenar, pero una merienda cutre no le serviría ni para callar el rugido de su estómago, ni para calmar la ansiedad, ni para alejarse de su cuarto todo el tiempo que le gustaría, así que se pasó por el forro las reglas no escritas sobre los horarios de las comidas y se preparó un banquete digno de un rey.

Cuando se sentó a disfrutar del resultado de su afanosa tarde de cocina, la comida no era lo único que rumiaba.

Sí, quizás debería ir a devolverle la túnica al sacerdote.

Al cabo de un rato más corto de lo que a Jungkook le gustaría, un lobo negro con el estómago lleno corría hacia el norte con las patas traseras cubiertas de prendas hechas nudos. Se había jurado a sí mismo que no volvería a cometer el error de la desnudez accidental costase lo que costase, así que se había atado a la pierna izquierda su propia ropa, y a la derecha la causante de todo ese embrollo.

Por supuesto que no llegaría hasta Hanam, claro que no. Lo último que quería era establecer contacto directo con los sacerdotes, dadas las circunstancias pre-alianza y pre-guerra de las que era preferible que se enterase la menor cantidad posible de gente. Aunque el Templo de la Confluencia era terreno neutral y los lobos no eran expresamente mal recibidos allí, la presencia inesperada de un licántropo podía levantar sospechas incluso aunque nadie supiera que el licántropo en cuestión era el heredero del clan Xi; no quería imaginarse el efecto mariposa que se podía desencadenar si, encima, alguien lo reconocía.

Además, no iba a plantarse allí, donde no dejaban entrar a nadie si no era un día señalado, y pedirles amablemente a los sacerdotes guardianes de la puerta que le abrieran, que le tenía que devolver la ropa a uno de los suyos. Se figuraba las caras que pondrían todos los que lo escucharan, y las carcajadas contenidas en sus gargantas imaginarias no auguraban nada bueno.

El animal negó con la cabeza para sí mismo.

No, su intención era volver al punto del río en el que había estado la noche anterior y en el que la miniatura de un sacerdote con manos llenas de anillos y con lunares que no deberían estar grabados en su retina le había robado la paz. Entonces cogería la sobrecapa y la colgaría de esa rama a la que el otro decía que no llegaba para demostrarle que sí, que si se quiere se puede, y que si quería su ropa tendría que cogerla de la maldita rama.

CLAN [jjk/kth]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora