23. CIRCUNSTANCIAS

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Jungkook jugueteaba con sus propias manos, repasando sus nudillos, sus pellejos y las líneas de sus palmas que ya no tenían nada que sujetar; ni túnica, ni anillo de alambre, ni otro meñique un poco más corto y con el mismo lunar que punteaba el suyo.

La primera estaba de vuelta sobre los hombros de Jimin, entallada como siempre con el cinturón azul que el sacerdote no había tardado en volver a atarse; el segundo, colocado en el dedo corazón del otro chico, exactamente igual que antes, como si todo lo que había pasado mientras el anillo no adornaba ese dedo simplemente hubiera sido una alucinación; el tercero, por su parte, no estaba debidamente enganchado a la mano de Jungkook, aunque tampoco estaba tan lejos como para que el licántropo lo echase de menos mientras la pareja seguía su camino hacia el norte. Si apretaba mucho los párpados, Jungkook podía notar la brisa que creaba la mano de Jimin al balancearse demasiado cerca de la suya. Al fin y al cabo, no había sido una alucinación.

–¿Por qué me has dado el anillo?

La voz de Jungkook sonó apenas más alta que el murmullo del río, que corría más estrecho cuanto más al norte paseaban.

–¿Eh?

La voz de Jimin no desentonó. El sacerdote llevaba callado desde que se habían alejado del sauce y, con Jungkook correspondiendo a ese cómodo silencio, al rubio no se le hizo difícil empaparse de la quietud del bosque. Jungkook esperó que fuera ese despiste, y no el agotamiento, lo que hacía que Jimin hablase tan bajo.

–Si ya tienes las piedras azules y estás aprendiendo a usar las transparentes –le echó una mano–, ¿por qué te has quitado el anillo y me lo has dado antes de sanar el lirio?

–Oh –Jimin lo miró con ojos encapotados, aunque un poco más presentes. Después miró al anillo que estaba de vuelta en su mano, y explicó-, porque no se pueden mezclar cuentas de más de un color. Tienen fuerzas de canalización diferentes, así que sería muy confuso para mi cuerpo hacer el balance entre los dos tipos. Aparte, claro está, de que las transparentes aún no las controlo del todo.

La diversión de lo obvio marcó las últimas palabras del sacerdote, que jugaba distraído con la piedrecita de su dedo corazón. Sonreía de medio lado, como perdido en un recuerdo que, hasta el momento, guardaba para sí. Jungkook lo miraba con el cuello torcido hacia la izquierda y los ojos llenos de intriga. Un reino por sus pensamientos.

–¿Por qué sonríes?

En el tono de Jungkook no podía haber más ternura, porque no cabía. El resto del espacio de su voz lo ocupaba la curiosidad malsana. Qué mal gusto por parte de Jimin eso de quedarse para él lo que tanta gracia le hacía.

–Porque ya intenté mezclar dos colores una vez, y no salió muy bien. Te he dicho que no nos dan un cinturón hasta que no hemos aprendido a usar las cuentas de ese mismo color, ¿verdad? –preguntó el sacerdote, y se tomó el asentimiento de Jungkook como una señal para corresponder su silencioso deseo de saber–. Bueno, pues a mi yo de cinturón morado también se lo dijeron, pero como si no. Pensé: "¿No será más fácil cambiar de nivel poco a poco? En vez de usar oficialmente las moradas mientras aprendo a usar las verdes hasta que me dejen avanzar de cinturón, ¿por qué no intercalar las cuentas de un color que ya controlo con las de uno nuevo para que el cambio completo se haga poco a poco?" –por la risa abochornada que ensanchaba la boca de Jimin con cada palabra, Jungkook dedujo que la respuesta era cuestión de sentido común, pero el lobo no intervino. En lugar de eso, dibujó una mueca expectante en su propio rostro, y dejó que Jimin siguiera con la historia– Pues, aparentemente, todo el mundo en Hanam sabía que era mala idea. Pero, ¿escuché yo a alguien? Absolutamente para nada. Digamos que la cosa terminó conmigo en cama cuatro días, aunque aún no tengo claro si lo que me mandó allí fue experimentar con piedras de dos colores o el capón que me dio Taemin cuando se enteró.

CLAN [jjk/kth]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora