18. O

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Perdón.

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La habitación estaba a oscuras. Ni siquiera la luz de la luna llena que había aquella noche conseguía colarse tras los gruesos tapices que a su hermana se le había puesto entre ceja y ceja tener por cortinas.

Jungkook recordaba la batalla campal que se desató en su casa cuando recibieron de parte de los embajadores del clan Lambda, de las tierras del sur, aquellas dos piezas de tela bordadas a mano. A Hyeji le enamoraron desde el primer momento y, como las paredes del salón de las reinas Xi ya estaban cubiertas de otros adornos que no dejaban espacio suficiente para colocar las nuevas adquisiciones, acceder a que su hija se las quedara les pareció una idea tan buena como cualquier otra. Al menos fue así hasta que Hyeji, que tenía las ocurrencias más peregrinas y la determinación más estoica, decidió que uno de esos tapices sustituiría a sus cortinas. "Que no, Hyeji, que la tela es muy rígida, que cuando las quieras abrir se van a arrugar y los bordados van a acabar destrozados, mejor póntelos en la cabecera de la cama" Que eso también, decía ella. Los gritos con los que Jungkook tuvo que compartir casa en aquellos días le parecieron un auténtico suplicio.

Jungkook no sabía cómo se las había arreglado su hermana, porque no dejó entrar a nadie a su habitación durante el tiempo que duró la discordia pero, innegablemente, se las arregló. El desencuentro terminó al cabo de siete días con uno de los tapices presidiendo la pared a la que estaba pegado el colchón; con el otro colgado delante de su ventana en una especie de artilugio que hacía que, si tirabas de una cuerda, la tela subiese y bajase al enrollarse en torno a una barra horizontal; y con una Hyeji satisfecha y orgullosa que, durante al menos otras cuatro semanas, no respondía a ningún apelativo que no fuese "Señora Inventora".

Sí, los gritos de aquellos días habían sido un suplicio, pero ahora Jungkook daría lo que fuera por oírlos una vez más.

Los únicos sonidos que escuchaba el chico desde el amparo de las mantas de Hyeji eran las voces de sus madres, que estaban enfrascadas en su enésima partida de ajedrez de la noche. Esos ecos llegaban ahogados por los tablones del suelo del segundo piso, pero no por los de una puerta que hiciera de obstáculo entre él y las reinas, porque Jungkook, muy en su línea, la había dejado abierta. Sí, él estaba dentro del cuarto, y cuando él estaba dentro de los cuartos solía cerrar las puertas, pero ese era el de su hermana, y lo justo era que la habitación de Hyeji la esperase como la de Jungkook lo había esperado a él y como la de Namjoon, al menos por ahora, ya no esperaba a nadie.

El joven lobo había tomado la decisión de dejar una rendija en la puerta con las mismas reservas con las que en su día decidió no llevarse a Yongin el panel hecho de musgo que le regaló a Hyeji por su octavo cumpleaños. Ese mismo arreglo floral, que ahora descansaba en la mesilla de su hermana, era el que Jungkook estaba intentando mirar fijamente en un intento desesperado de que el recuerdo de tiempos mejores lo acunase hasta dormirlo. Pero el sonido seco del rey de blancas que cayó al suelo del piso de abajo, y rebotó, y rodó, no ayudaba. Y el chillido triunfante de Songyi tampoco.

Aunque a Jungkook no le importaba. Sabía que el ruido que hicieran sus madres jugando en el salón sería consecuencia ineludible de dejar la puerta sin cerrar, pero también era una señal de que estaba en casa; un resquicio de los recuerdos de tiempos mejores que tanto quería que lo acunasen hasta dormirlo.

En ello estaba, voces de sus madres a la espalda y perfil de musgo enmarcado al frente, cuando sintió dos toquecitos sobre su hombro derecho. Abrió los ojos.

¿Cuándo los había cerrado?

Pero los abrió poco, dos rendijas; le hacía falta fijar la mirada muy bien para identificar a la persona que se le acercaba por detrás.

CLAN [jjk/kth]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora