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- Chicas, les juro que esto es una pérdida de tiempo.
Haciendo un supremo esfuerzo para mantener una postura glamorosamente altanera, pues su respiración por momentos quería cambiar a un resuello propio de haber subido 350 escalones hasta un viejo templo que reposaba airoso ante los siglos entre un variopinto conjunto de cerros y montañas, mucho más allá de los últimos caseríos del recinto al que habían viajado Gisela y sus tres compañeras de trabajo.
- Ya tiempo para escoger y trabajar de otro proyecto para la feria cultural del colegio NO tenemos. Además, tú fuiste la que gastaste la mitad del disponible por tu indecisión en los temas propuestos. Escogimos éste porque te pareció el menos feo, ¿y ahora sales con lo de pérdida de tiempo? Pues no, Gisela! Ya nos metimos todas en esto y lo acabamos a como dé lugar. 
La aludida sólo ofreció una mueca irónica en respuesta, exasperando a Rosa, la que la había increpado. Las otras dos, Jessica y Maribel, aún resoplaban tratando de recuperar el aliento sin poder sumar en el diálogo. Les faltaba mucho de la condición física y del carácter de Rosa.

- Y bueno, yo sólo digo que al mal paso darle prisa. No me hallo en esta selva horrible y peor viendo este templo tan acabado, capaz se nos cae encima cuando estemos dentro…
- Gise, no seas impaciente – replicó Jessica, tras por fin haber recuperado la respiración normal. – Yo estoy muy entusiasmada por este proyecto del que Maribel contó la leyenda que gira sobre este sitio.

- Cierto es – continuó la otra chica, también recuperada de los casi interminables escalones ascendidos.- Cuando presentemos el trabajo sobre este lugar lograremos la mejor nota.

Gisela exhaló un suspiro mientras volteaba los ojos. Si sólo el ser bonita, popular, tener a todos los chicos del instituto en su bolsillo y ser hija de una influyente familia le otorgaran calificaciones, ya se habría graduado con notas legendarias hace rato. Pero no, tenía que someterse a estas torturas como hacer trabajos investigativos, rodeado de nerdas, raritas o frikis de lo exótico (así fuera una de ellas su mejor amiga) para completar su boletín de notas y lograr finalmente graduarse.

No tenía ni tiempo para pensar en los radiantes vestidos que debía comprar para lucir en una futura fiesta de gala, o seleccionar un galán acorde que la acompañe antes y luego del festín. ¡Mierda, ni siquiera había cobertura de celular para compartir selfies en redes sociales cada cinco minutos como era su costumbre! Qué estrés. Debería haber una app para puntuar y expresar en redes toda esa frustración y fastidio que sentía. Un llamado de sus compañeras la obligó a adentrarse en el templo.

Un taciturno monje, ataviado con un raído hábito y una sonrisa ramificada de arrugas les dio la bienvenida. La sencillez del exterior del templo, cuyos pilares estaban envueltos en flora local, con cientos de hojas camuflando los relieves y detalles labrados al ser construido; contrastaba con la calidez intrincada del interior.

Varias antorchas y hachones dispuestos estratégicamente otorgaban una anaranjada tibieza titilante al lugar, repleto de pedestales coronados con estatuillas de un ser humanoide, de amable y hospitalaria expresión. Muchos de ellos cargaban sobre su cabeza un pote, una zanahoria, una papa, ramilletes de hierbas o algún otro ingrediente comestible, sin mencionar los que llevaban herramientas para cocinar. Cucharones, cuchillos, espátulas, molinillos, morteros y demás que abrazaban sobre los pechos en amoroso acto de protección.

Sin embargo el detalle que más contrastaba con el exterior, en donde se respiraba el frescor del aire oxigenado por la selva, perfumado con el constante húmedo de la tierra y matizado con otras sustancias orgánicas en dinámica constante; era un denso y apetitoso olor.

Se percibía como un guiso que hubiera hervido muchas horas a fuego bajo, liberando en forma armónica y casi sinfónica la percepción de especias. Primero el comino aperturaba seguido de tomillo, orégano, cilantro; un pinchazo de pimienta contrastaba el floral perfume de estragón, hinojo, alcaravea, nuez moscada; y la miel envolvía otros efluvios dulzones sea del anís, la hierbabuena o la canela. Todo eso consistía en el adorno, en el maquillaje, de un cimiento proteico que vibraba en el anuncio de un alimento que no sólo nutriría el cuerpo, sino que embelesaría el espíritu.

LA RICA SOPADonde viven las historias. Descúbrelo ahora