Educando al feroz vampiro

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Mi cabeza dolía, mientras recuperaba la consciencia me repetía a mí mismo mi nombre, me llamo Pranay Silveira, tengo diecinueve años, estudio en la universidad local y trabajo como mesero en La Bohemia.
Vivo en él lado insalubre de la ciudad y me duele hasta el pelo y sería un eufemismo decir que estoy asustado. Esto lo hacía con el fin de mantener mi mente alerta.
Mis párpados pesaban, pero mis labios sintieron algo, más no reconocía el qué, justo iba a cerrarlos cuando una humeante cuchara quedo cerca de mis labios y el aroma a caldo de pollo hizo que mi boca salive hambrienta.
—Come, una gruesa voz imperante me ordena, quisiera obedecer, pero mi cuerpo duele, está cansado y débil.
La cuchara irrumpió dentro y tome el denso y rico caldo.
Poco a poco fui comiendo y también poco a poco fui abriendo mis ojos.
Ahí estaba en todo su esplendor mi compañero, pero ahora ya no parecía aquel cadáver.
Por instinto me retire un poco de él, (está bien, admito que fue más que un poco lo que me alejé), mi mano fue hasta mi cuello, pero no encontré alguna herida.
Él entendió mi preocupación, —ya no tienes la herida, niño, el pedante agresivo me ha llamado niño, su sonora risa me hizo sentir torpe, desnudo y pequeño.
De forma protectora acerque más la sábana a mi cuello, como si esta pudiera protegerme de semejante mastodonte.
—No tengas miedo, a ti no te mataré.

La sonrisa del tipo es de satisfacción
No logro hablar, pero mis ojos se entornan mirándolo de forma desconfiada.

— ¿A mí no me matarás?

El hombre niega con la cabeza.

—de hecho tengo una deuda contigo, mi nombre es Engla... Engla Romano.

El hombre extiende la mano como saludo y yo a penas la tomo y siento la diferencia de temperaturas, los colmillos se dejan ver en una depredadora sonrisa.
—Soy un vampiro, dice este con normalidad, entonces mi cerebro de pollo considera que este es un excelente momento para desmayarse como princesa.

No puedo creer que yo, el temido y legendario Engla Romano, comandante del César, esté calentando caldito de pollo.
No puedo creer que haya recorrido una buena distancia para alimentar a este humano como si yo fuera el sirviente.
Pero mi sentido del honor y una buena tonelada de culpa, me dicen que le debo mi vida y aún más a ese fideo viviente. Así que alimentarlo no es problema.
De paso aprovecho la noche para alimentarme y merodear en busca de mis atacantes, al no encontrarlos regreso al cuchitril llamado, casa del niño que me cuidó.
Ya de madrugada mientras caliento el líquido aromático, observo al muchacho.
Mis ojos recorren esa hermosa cara.
Es precioso.
Su rostro esta en paz y me molesta no escuchar su tonto parloteo.
Me molesta no escuchar su canturreo revienta tímpanos, y sobre todo me molesta a muerte necesitar ese beso que se había convertido en la parte más bonita de mi día.
Y ahora estoy en medio de esa casa que podría contaminar a toda la parte elegante de la ciudad, mientras deseo patearme las bolas por pensar como una estúpida muchacha que desea un simple beso. Pero lo necesito como a mi siguiente latido.
Entonces, despacio me acerco a la cama y observo al muchacho dormir, solo para acercar mi boca a la suya.
Y como en un maldito cuento de princesas... Él niño abre los ojos.
Yo de inmediato tomo la cuchara con el caldo y lo acerco hasta su boca tan rosada como la de una prostituta francesa.
—Come, le ordeno, pero solo logro que el niño se aleje y se cubra con una desgastada sábana ya muy sucia, —no me tengas miedo, no voy a matarte, le recalco para tranquilizarlo, pero solo logro que incrédulo repita eso de no matarlo, para ganarme su confianza extiendo mi mano y él la toma, su mano tan pequeña es cálida y antes de que mi cerebro vuele por esa tibieza, creo conveniente presentarme, —soy Engla Romano, sonrío amistoso, —soy un vampiro.

La verdad no logro descifrar que me movió para no alterar los recuerdos del muchacho, solo sé que yo deseaba que este se conserve en sus cinco sentidos, tampoco tengo respuesta para aclarar por qué le dije que soy un vampiro, ahora aquí estoy, tratando de despertar a la maldita versión masculina de la bella durmiente con un balde de agua fría. Pero di mi palabra de que estaría a salvo.

Mi amigo el vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora