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—Esther, mi pequeña —habló mi abuela, a lo que yo volteé a verla. — tenemos que hablar. –su semblante se puso serio.

—¡Claro! ¿de qué hablaremos? –contesté con una pequeña sonrisa.

—Quiero hablar contigo sobre Juanjo.

—¡¿Está aquí?! ¡Yo sabía que volvería por mí!  —mis pensamientos fueron alegría, porque yo sabía que en algún momento tú volverías por mí. Yo estaba segura de eso.

–No, no. –se apresuró a continuar y mi sonrisa se desvaneció. — Cariño, hay algo que debo decirte. —carraspeó. — Esther, tú no eres una persona con el mejor pasado. Tú pertenecías a una mafia.

—¿Qué? —hablé incrédula. — ¿Es una broma?

–No, Esther. Pertenecías a una mafia de Los Santos, el pueblo ese que está a siete horas de aquí. —bajó la mirada. — La poli hizo una emboscada y con ayuda de Benjamín, que no es simplemente el esposo de tu tía Maggie, sino que también es un mafioso, lograste escapar. —me miró. — Maggie era una de tus mejores amigas, no es tu tía y Benjamín es Mistery.

—¿Qué? ¡Pero yo no hice eso! –cayó tan de golpe que esperé lo peor de ti.

—Sí, Esther, lo hiciste. Después de eso tus amigos te encontraron y viajaron hasta donde estabas tú, pero ese mismo día hicieron otra emboscada y te obligaron a huir. Luego conseguiste hacer una vida, pero alejada de todos. —suspiró. — Estuve dos años buscándote, no sabía donde estabas y me preocupaba. Y... te ibas a disparar, pero en el último momento te arrepentiste y te diste un disparo en el estómago. —hizo una pequeña pausa. — Estuviste aproximadamente media hora tirada. Estabas en cuidados intensivos porque habías perdido mucha sangre y por no ser de que una persona que pasaba por ahí y te vio, tú no seguirías aquí.

—¿Y por qué perdí mis recuerdos? ¡No solo fue por un disparo! —grité alterada.

—Estabas en un descampado y habían algunas rocas, cuando caíste te pegaste contra una roca y te tuvieron que suturar la cabeza, por eso tienes una marca en la cabeza, no es porque te caíste de la bicicleta. —habló apunto de romper en llanto.

–¡¿Qué le paso a Juanjo?! –pregunté con lágrimas en mis mejillas y una fuerte confusión. — ¡Habla! —grité, pues ella estaba inmóvil. —

–¡Está muerto! ¡¿Okey?! ¡No va a volver! —quedé paralizada, no sabía que hacer. — Primero estuvo en perpetúa, p-pero se suicidó... Yun y Armando no pudieron seguir más con el dolor y también se suicidaron. Todos están muertos. —susurró lo último.

Los recuerdos llegaron tan de repente que aturdieron mis sentidos y un fuerte dolor de cabeza me hizo caer y soltar un grito que me desgarró la garganta. Cerraba los ojos en busca de que pararán y dejarán de hacerme daño, pero mi pequeña cabeza mediocre no me hizo caso y siguió atormentandome.

¿Volverás? | Juanjo Rodríguez. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora