Capítulo 3: Raylee

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No estoy segura de que soltarle mi propuesta a Blake a bocajarro haya sido una buena idea. Pero durante un momento he pensado que estaba a punto de salir corriendo por el camino de acceso al bungalow, y puede que me haya lanzado a soltárselo todo de un modo un poco brusco para evitar que se largase. Claro que no sé si eso ha ayudado demasiado.

Mi plan era ser algo más sutil. Un poco. Pero al final me han podido la frustración y los nervios. ¡Quién lo diría! Teniendo en cuenta que acabo de contarle a Blake que nunca he tenido un orgasmo. ¿Se puede ser más ridícula?

Sí, se puede, lanzándote sobre el mejor amigo de tu hermano.

Tiro de él para desequilibrarlo; es tan alto (o yo tan bajita) que ni de puntillas alcanzo su boca. Pero debo pillarlo desprevenido porque ni de coña podría moverlo si él se estuviera resistiendo.

Blake parece tan conmocionado que no acierta a reaccionar cuando mis labios presionan los suyos con un entusiasmo vergonzoso. Pero... es Blake, el chico al que todas ponen ojitos; al que se giran para mirar al cruzárselo por la calle. Al que se insinúan en cada ocasión, seguramente con más acierto y elegancia que yo.

Alcanzo a rodear su cuello y me aprieto un poco más contra él. Si no me devuelve el beso pronto, prometo que me retiraré con la poca dignidad que me queda y me meteré en mi bungalow sin decir una palabra más. ¿Y si lo estoy incomodando? Tal vez no sepa cómo rechazarme sin herir...

Una de sus manos sale disparada y me agarra de la nuca, mientras sus labios se entreabren y su lengua irrumpe en mi boca sin ningún tipo de suavidad o pudor. Recorre cada rincón con cierta desesperación. Hambriento. Y esa voracidad apenas contenida me arranca un gemido que él se bebe con una necesidad feroz.

—Joder, Raylee —murmura, apretándome contra su cuerpo.

Se separa lo justo para mirarme a los ojos. No sé qué debe ver en ellos, porque de repente parece paralizado. Sus brazos caen y el tipo de tensión que se había apropiado de sus músculos cambia por completo.

Se acabó. Debe haberse dado cuenta de que esto es una locura, y yo, una perturbada.

—¡Joder! —repite, y se pasa la mano por la cara—. Necesito un trago.

Me arranca la tarjeta de la mano y sube los escalones que llevan al bungalow sin mirar atrás. El clic de la cerradura magnética resuena a mi espalda y sus pasos se pierden en el interior.

¿Debería entrar? Sí, probablemente sería una buena idea, aunque es posible que, en cuanto se tome esa copa que tanto parece necesitar después de besarme, comience a gritarme por abalanzarme sobre él.

No puedo creer que le haya contado que nunca he tenido un orgasmo. ¡Ja! ¡Que no me he corrido jamás! Ni siquiera yo misma he sido capaz de conseguirlo. Dios, seguro que hay algo que no va bien en mi cabeza.

No. Eso sí que no. No voy a culparme ni a volver a pensar que algo va mal en mí. Tuve un novio en el instituto con el que perdí la virginidad. Dejadme que os diga algo: fue un fiasco. Aunque, seguramente, él piensa lo mismo de mí. Éramos torpes e inexpertos, así que procuré no sentirme mal cuando no fui capaz de llegar al clímax. Él le puso mucho más empeño en las siguientes ocasiones, eso hay que reconocérselo, pero yo empecé a agobiarme con el tema y no era capaz de relajarme. Al final, acabamos rompiendo. Nunca dijimos que fuera por esa razón, pero me sentí aliviada cuando sucedió porque así no tenía seguir fingiendo ni sometiéndome a esa tortura.

Sí, el sexo era una tortura para mí.

Luego, en la universidad, las cosas no mejoraron. Tuve un par de líos que no pasaron de la segunda base y otro que avanzó hasta llegar al final. Yo estaba tan tensa que el tipo apenas si consiguió metérmela. A partir de ahí, todo fue cuesta abajo.

No te enamores de Blake AndersonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora