PRÓLOGO

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Tosí sin parar por el humo que entraba por debajo de la puerta de mi cuarto. Sentía como entraba por mi garganta, mis ojos picaban y lloraban constantemente. La sensación de asfixia iba creciendo, el pánico corriendo por mis venas más y más potente cada vez.
¿Dónde están papá y mamá? ¿Y Jeremy?
Solo escuchaba el rugido de madera ardiendo, y resonaba un grito lejano. Intenté moverme, pero estaba encogida encima de mis sábanas, solo pensar en incorporarme me provocaba un nuevo mareo. Necesito salir de aquí, algo no va bien. Necesito encontrar a mamá, ¿son esos sus gritos? Repetía constantemente en mi cabeza esas preguntas y afirmaciones, en medio del caos y el calor abrasador, nada tenía sentido para mí.

El pánico crecía y crecía cada vez más, no veía nada entre la neblina oscura que se filtraba cada vez más cerca de mí. Mi cuerpo se siente pesado, tengo que levantarme, me dije a mí misma. Me levanté de la cama intentando taparme la boca y la nariz para no respirar más. Fui corriendo hacia la puerta, la abrí y..."

– Leena, ¡Leena cariño, despierta! – La voz de la tía Dolly entra por mis oídos. – Cariño, estás teniendo pesadillas de nuevo. No pasa nada cielo – Me acaricia la espalda suavemente mientras me abrazo a ella llorando – No pasa nada.

Las pesadillas nunca han dejado de acecharme en estos últimos cuatro años. Una y otra vez, distintas pesadillas se enlazan en mi mente cuando cierro los ojos en un intento de conciliar el sueño, siempre despertándome con la misma inquietud y dolor.

Pese a que realmente los recuerdos son confusos y, según mi terapeuta, el doctor Ackman, los vacíos presentes en mi memoria corresponden a un intento de borrar el trauma que sufrí, no soy capaz de parar de soñar, de ver esas imágenes en mi cabeza. Hay momentos en los que no distingo realidad de imaginación, hay escenas que ni tan solo puedo afirmar que sean reales.

Sin embargo, la única evidencia que conservo es la ausencia de mi familia, la ausencia de Jeremy, papá y mamá, desde aquella horrible noche. Desperté en el hospital al día siguiente, con tía Dolly aferrada a mi mano, llorando en la misma silla postrada al lado de mi cama de hospital, en la que había estado una semana. Los doctores dijeron que había tenido mucha suerte, nadie entendía cómo había logrado salir ilesa del incendio en el que me dijeron que estuve.

Desde ese día tía Dolly se hizo cargo de mí, ya que tenía tan solo 14 años y era la única familia – o lo que yo consideraba como tal – que me quedaba en Highest Hill.

Observo la cara de tía Dolly, he perdido la cuenta de todas las mañanas en las que se ha repetido esta misma escena. Me despierto entre lágrimas, llorando por unos recuerdos que me atormentan, y hago sufrir a la tía por algo de lo que se culpa, aunque nunca dijera nada. No sé como salvarme, no sé como salvarla. No quiero arrastrarla a mi infierno.

Repito la misma rutina de estos últimos cuatro años, me seco las lágrimas, abrazo a tía Dolly asegurándole que estoy mejor, y continúo con mi vida como si nada hubiera sucedido. Es lo único que me queda, es lo único que existe: el presente y el futuro. 

Septimus Hall 1# ChaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora