Collares Rotos
1
Al Amanecer7 de mayo de 1510.
De los ocho hombres reunidos en la habitación, solo uno de ellos había sido educado tan solo para ser un burócrata y, por consecuente, jamás había estado en un campo de batalla.
Ludwid, hijo del Maestro original de las clausuradas Fosas de Lucha, fue aleccionado por su padre para heredar su negocio y por tanto jamás había sentido la adrenalina correr furiosamente por las venas mientras la sangre se derramaba, sabiendo que un segundo, un movimiento, un error, era la diferencia entre la vida y la muerte; tampoco la expectativa, la ansiedad casi corrosiva que se siente momentos antes del encuentro, mientras se espera por el enemigo o se va al encuentro de él.
El resto de ellos, quienes en su mayoría seguían siendo soldados, habían experimentado ambos sentires en innumerables ocasiones, contra abundantes enemigos, saliendo siempre victoriosos de las batallas.
Sin embargo, ninguno de ellos había sentido en ningún momento de sus largas carreras como hombres de armas tensión semejante a la que se les metía en los pechos carentes de respiración en esos momentos en esa recámara.
Por tercera vez en un tiempo alarmantemente corto, luego de que eso no pasara durante casi medio siglo, altos mandos de los grandes clanes del reino de Inglaterra habían sido convocados a rendir cuentas en nombre de sus líderes a Lord Luther sobre el tema que tenía al Imperio Vampírico temblando: la Rebelión Lycan.
El silencio, transgredido solo por el crepitar del fuego frente al que estaba de pie el Lord, les ardía en los oídos. Sin embargo, ninguno de ellos se atrevía siquiera a moverse por no querer que las armaduras sonaran ni que las telas produjeran susurros, temerosos de atraer la atención de su enfurecido señor sobre ellos, con las mandíbulas apretadas y la sensación de sudor en las manos incluso cuando sus cuerpos no segregaban fluidos.
Aguardaron en silencio, con los nervios alterados y rogando a su Madre creadora porque el hombre que faltaba trajera nuevas diferentes a las suyas, aunque las esperanzas eran cercanas a la nada.
Siendo la Princesa Judith la encargada de supervisar las condiciones de los clanes en el Imperio Germano, había sido Ivor, su Comandante, el enviado a averiguar si los rumores que habían estado llenando los oídos de cada Úpiro de rango relevante eran veraces o solo historias malintencionadas para ponerlos como los tenían: nerviosos y con la sensación de estar acorralados.
El resto de ellos acababa de llegar de sus respectivas misiones, destinadas en los países que controlaban sus respectivos Príncipes: Firas, Capitán de los traficantes de Silvang, había traído reportes de Dubois en Francia; Randall, Comandante del Conde Charles, se hizo cargo de los clanes hermanos controlando Castilla; Thomas, Capitán de los traficantes de Lady Margareth, viajó al Reino de Dinamarca y Roth, Comandante del Príncipe Volusek, a Noruega.
Todos habían regresado con la misma noticia: era cierto lo que se decía, los lobos habían acabado con los clanes regentes en el continente. Con todos al mismo tiempo. De ahí que, incluso ahora, luego de recibir reporte tras reporte corroborándolo, nadie pudiese creer la situación en la que estaban.
Así pues, no, Luther no esperaba por «buenas noticias» por parte de Ivor. No había nada que compensara semejantes pérdidas. Sin embargo, tenía la vaga esperanza de que al menos un clan siguiera en pie, de que al menos alguien hubiese resistido, de no haber perdido el completo control de su territorio, de que el Imperio que tanta sangre le costó para levantar no estuviese tambaleándose tan inestablemente.
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Collares Rotos
WerewolfSEGUNDO LIBRO Durante la primera década del siglo XVI se libró una guerra de la que los humanos fueron ignorantes. Opresores contra oprimidos. Cazadores contra bestias. El Imperio contra la Rebelión. Vampiros contra Lycans. Liah Clark, la pr...