| 𝚙𝚛ó𝚕𝚘𝚐𝚘 |

460 33 6
                                    


27 julio, 1992. 

Madrid, España.


Es correcto afirmar que los cuerpos nacionales de inteligencia no prueban descanso alguno. En ocasiones, la falta de sueño no recibe recompensas ni lleva a los agentes a resolver ningún caso; pero en otras, la carencia de descanso se convierte en una droga. 

Las dos plantas dedicadas al control de drogas en la sede del Centro Nacional de Inteligencia parecía estar corriendo una maratón. En esos días, se estaba disputando una carrera a nivel internacional para atrapar a uno de los mayores capos de la droga que el mundo había visto. Su reciente fuga de La Catedral había dejado al gobierno colombiano y a su nación en evidencia ante el resto de Estados del mundo. Y, como era de esperar, los cuerpos de inteligencia estaban echando un pulso para ser los primeros en encontrar al narco.

Porque, ¿a quién no le gustaría atribuirse el mérito de atrapar a Pablo Escobar?

—Rodríguez —llamó uno de los compañeros de la aludida, que levantó la cabeza del montón de papeles que estaba rellenando— Carrillo está en el despacho del general. Me dijo que te avisara.

—¿Para qué?

—¿Te crees que le pregunto algo? —comentó en voz más baja, acercándose a la mesa de la rubia— No es que sea muy agradable, mucho menos desde lo de Escobar. Nos vamos a volver todos locos aquí.

—Sea lo que sea —suspiró Carlota, amontonando de nuevo los informes y levantándose de su escritorio—, seguro que no es un ascenso. 

—Con veintisiete años has logrado tres ascensos. Y llevas cuatro con nosotros —el hombre era ligeramente mayor que ella, quizá rondaba los cuarenta años. Pero podía asegurar que era su más fiel compañero.

—Haré como que no has dicho que no merezco ese ascenso —dijo la chica mientras alzaba una ceja, riendo cuando Juan cambió su expresión por una de reprimenda—. ¿Nos vemos luego en el bar de la esquina? Confío en que Carrillo me salve a tiempo para el almuerzo.

El hombre se despidió de ella tras afirmar que luego se tomarían unas tapas y volvió a su escritorio. Carlota, por su parte, se apresuró a subir a la decimocuarta planta del edificio mientras resoplaba. El general Gómez no era un hombre de muchas palabras, pero desde la fuga de Pablo Escobar de su lujosa La Catedral, la agente tenía que contestar el teléfono cada dos horas para desilusionar al general. Evidentemente, no había nada que pudieran hacer salvo sentarse y esperar.

Al menos, eso pensaba ella. 

—Oye, ¿cuándo nos ibas a decir que te vas?

Carlota frenó en seco frente a la mesa de Luisa, la secretaria del general Gómez. ¿La habían llamado para despedirla? No, no podía ser; Carrillo estaba dentro de ese despacho, ¿para qué lo llamaría si fuera a despedirla?

—¿Cómo? —murmuró la rubia, parpadeando varias veces mientras veía a la mujer acercándose a ella— ¿Te ha dicho algo?

—He escuchado hablar a Carrillo algo de la embajada de Estados Unidos, de que ya tenía tu visado aprobado y a la espera de que se lo mandaran. ¿No te lo han dicho?

—¿Decirme el qué? —preguntó con desesperación Rodríguez, un poco irritada de tanto secretismo. 

—Rodríguez —llamó el general, quien sostenía la puerta del despacho a la espera de que la chica lo acompañara. Luisa se disculpó con la mirada y volvió a su pequeño escritorio para contestar a una llamada—. Pasa. Carrillo y yo queremos hablar contigo. Siéntate.

La rubia tomó asiento junto al colombiano, que le extendió la mano en forma de saludo cordial. Era un formalismo a los ojos del general, que no vio como Carlota rodó los ojos brevemente. Conocía a Horacio desde sus primeros días en Madrid y ambos habían congeniado estupendamente. 

—¿Ha pasado algo? —fue lo primero que se le ocurrió preguntar. Gómez negó con la cabeza y miró por unos cortos segundos a Carrillo, que entendió la estrategia del general.

—Has realizado un trabajo estupendo estos últimos años. La Operación Nécora fue un éxito y tú fuiste una muy responsable de eso —comentó Horacio, girándose para establecer contacto visual con la española—. Por eso te recomendé a la embajada estadounidense. Quieren que te unas a la DEA en Colombia lo antes posible. 

"Colombia", repitió en su cabeza. Carlota se giró hacia el general, que asintió un par de veces con la cabeza, dándole el visto bueno a la proposición. 

Colombia. Su mayor sueño, que pronto se convirtió en su mayor pesadilla.

𝚃𝚑𝚎 𝚂𝚙𝚊𝚗𝚒𝚊𝚛𝚍 || 𝙹. 𝙿𝚎ñ𝚊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora