II

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Sus ojos se abrieron con pereza y se volvieron a cerrar ante la presencia de un rayo de luz que se colaba desde la ventana de la habitación. Su cabeza dolía de manera horrible, tanto que cuando se intentó sentar una punzada en las sienes la hizo echarse de nuevo para retorcerse en la cama. Frunció el ceño y soltó un quejido, cubriéndose el rostro con ambas manos solo para notar la venda que cubría la brecha que el día anterior se había hecho en la cabeza a causa de su aparatosa caída...

¿Caída? ¿De dónde había caído?

Abrió una vez más los ojos para fijar la vista en el techo del cuarto, como si aquel tuviese alguna respuesta para ella. Tratando de hacer memoria, la mujer se incorporó una vez más con dificultad y apartó las sábanas para apoyar sus pies en el piso con la vista fija en un punto imaginario. Una y otra vez, cuando intentaba acceder a los recuerdos que residían en su memoria, sólo sentía un vacío en el estómago y el sonido de estática llenando sus oídos. Era confuso y aterrador no saber de dónde venía o hacia donde se dirigía.

Escuchó la puerta abrirse para dar paso a una mujer de cabello rojo como el fuego que traía algunos objetos, supuso, para limpiar sus heridas y cambiarle los vendajes. La máscara que llevaba le impedía ver el rostro de la joven que se acercó con tranquilidad, sin decir una palabra hasta estar frente a ella.

—¿Cómo te sientes?

—¿Eh?—balbuceó como primera respuesta—Oh, bien. Eso creo, me duele la cabeza.

—Por lo que me contaron te diste un buen golpe ¿Recuerdas algo?

—Recuerdo que ese joven de cabello largo dijo... que estaba en el Santuario de Athena.

Marin soltó un suspiro, negando con la cabeza. La verdad era que estaba preocupada por la muchacha, no sabía qué bien podría hacerle no ser capaz de dar explicación alguna sobre su procedencia o el motivo de su visita. La dama de la máscara comenzó procedió a retirar las vendas que cubrían las heridas de la muchacha, solo para encontrarse que habían desaparecido con una rapidez abrumadora. No podía encontrar una explicación convincente, ni siquiera un caballero ateniense tenía esa clase de habilidad de regeneración, o por lo menos no a ese nivel. Quedaba entonces contestada, sino es que confirmada, la interrogante sobre esa mujer: no había forma en que fuese humana. La mente de Marin se llenó de nuevas preguntas, ¿Quién era? ¿De dónde venía? ¿Era una enviada de los dioses como un mensaje hostil? ¿Era ella en si misma un arma para destruirlos desde adentro? No, si así fuera Athena nunca le hubiese permitido permanecer dentro del Santuario.

—Mi nombre es Sarah—dijo la joven de piel morena, buscando sacar a la amazona de su ensoñación.

—Ah—suspiró a modo de contestación la pelirroja, después de observar los vendajes que no mostraban ni un solo rastro de sangre—Puedes llamarme Marin—era notorio que sus hombros estaban tensos, incluso Sarah con el mareo aun presente podía notar eso. La mujer estaba preocupada por la seguridad de todos, tal vez por eso había sido la primera en acercarse.

—Marin—repitió la joven, fijando la mirada en los vendajes un momento antes de llevarse la mano hacia la cabeza. Le dolía si, pero no había ninguna herida allí, cosa que hasta a ella le resultó extraña. Bueno, eso no era algo fuera de lo común teniendo en cuenta que no sabía ni quien era—¿Puedo hablar con quien esté a cargo?

—Nuestra señora Athena hablará contigo en cuanto puedas levantarte, es prudente que descanses hasta tu audiencia con ella—le aconsejó, sin embargo, la chica hizo el intento de levantarse apoyando una de sus manos en la pared. Las piernas le temblaron por un momento hasta que pudo afirmarse con más seguridad a pesar del persistente mareo. Marin no estaba contenta con eso, su experiencia como amazona le indicaba que la mujer debía ser eliminada de inmediato para proteger el Santuario, pero su instinto y su corazón le dictaban lo contrario.

The ChosenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora