Capítulo 8

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Volví a mi habitación antes de que ocurriese algo. Dejé la puerta abierta por ello y saqué la cuchilla de afeitar de mi neceser. La miré pensando que podría ser algo más que un arma para defenderme. Era la solución a mis problemas.

Luego decidí acercármelo a la muñeca. Me dio ese impulso, solo debía hacer un movimiento rápido para que, si hay suerte, pueda al final desaparecer.

Las manos me temblaban y lo acabé soltando. No era capaz, no podía hacer esto. Me acerqué a la ventana y perdí mi vista en el paisaje, a la espera de que alguien llegase. Sabía que uno de los pasos que ahora escuchaba se dirigía hacia mí.

Tras varios minutos alguien se adentró. No sé quién era ni me molesté en girarme para comprobarlo. Noté que esa persona se centró a mi lado, mientras que cerraban la puerta. Había dos aquí dentro.

—A ver, rizos —esa voz era de Alejandro—, solo queremos hablar.

No contesté. Traté de ignorarlo fijándome en las grandes aves que me vigilaban desde fuera. Clavaban sus miradas sobre mí, sabían que los veía y los observaba.

—Jesús, no te vamos a hacer nada —Alicia añadió, con tranquilidad se acercaba y me agarraba la mano, acariciándome el brazo.

—Mira, yo solo quería decirte que lo del otro día es falso, bueno cierto y exagerado. Alicia, ayúdame. Esto no es lo mío, si es que me pedís unas cosas... Lo siento, ¿vale?

—Él en ningún momento pensaba tan mal de ti. Solo buscaba ponerte algún apodo, no pretendía insultarte.

—«Ese gordinflón no es mi creador» —contesté.

—No llevas bien los comentarios de tu cuerpo —comentó Alejandro, siendo interrumpido por Alicia que le dio un codazo.

—Él en ese momento no estaba seguro de que nos creases. Todos tuvimos esa duda porque es difícil de creer. No todos los días conoces a la persona que decidió que existieses, imagínatelo como si conoces por primera vez a tus padres. Estás lleno de emoción, expectación y nervios; así estaba él —intentó excusarse.

Solo trataba de convencerme, aunque no podía evitar pensar que había algo de verdad en esas palabras. Decidí creerla.

—¿Y cómo está Nika?

—Descansando, no eres la prioridad de nadie ahora mismo. Están todos centrados en su recuperación —contestó el pelirrojo.

—¿Y después?

—No lo sabemos, pero podemos ayudarte a escapar. Seguro que —Alejandro le enseñó la cuchilla de antes—... ¿Qué es eso?

—Solo quería afeitarme, pero no pude. Es que ya me pica la barba —mentí.

Ellos me devolvieron una mirada incrédula. Dije algo que era improbable y se dieron cuenta.

—¡¿Qué es lo que haces?! —Alejandro me agarró del cuello de la camiseta, me fijé que sus ojos se habían puesto más brillantes y húmedos, reprimía las lágrimas —. No lo hagas, solo aguanta. Hace unos días estabas bien, antente así.

—¡No pasa nada!

Alicia primero miró por la ventana y al ver a los pájaros echó las cortinas. La habitación se oscureció, me habían privado de la amplia luz natural que gozaba.

—Jesús, lo siento. No pude hacer nada y empeoré todo.

—No es culpa tuya, también mía.

—Fue mía —contesté con firmeza—. Fui yo quien cayó en esas mentiras, os dejé solos, atados. Me disteis la mano y yo me alejé.

—Culparse no sirve para nada —Ronaldo interrumpió—. Nadie sabía lo que pasaba, todos somos culpables y lamentarse no sirve. No conocíais nada de lo que ocurría, ¿esperabais que supieseis reaccionar? Nadie sabía que nos vigilaban,

Él estaba allí con la puerta abierta y apoyado en la pared, con los brazos cruzados. Miraba el suelo. Confundido, no le vi venir y tampoco sabía si alguien más nos escuchaba. Con rapidez me moví y cerré la puerta, para acabar cayendo al suelo. Me sentía derrotado, hundido, solo quería estar en solitario llorando por largas horas.

—¿Cuánto tiempo llevas escuchando?

—No mucho, desde la cuchilla —Se sentó a mi lado—. Oí de pasada de un plan para salir y por eso entré.

—Yo no voy a irme a ningún sitio, me quedo aquí y ya. No me movéis y esta noche no me iré. Me buscaré la vida, así de simple

—¡No es una decisión tuya, te vienes y no hay más que discutir! —respondió Alejandro.

Flexioné las rodillas y tapé mi cara con mi pelo, no quería que nadie me viese así.

—Dejadme solo, por favor —Mi respiración se agitaba.

—Me encargaré de que no pase lo del otro día.

—No quiero que nadie más sufra por mí ¡¿no lo entendéis?! No quiero que os pase como a Nika.

—Eso ocurrió porque Nika fue sola, pero esta vez no será la única que sabe luchar que irá sola. Alejandro y Alicia, ¿qué personas de los otros grupos simpatiza con Jesús?

—Elvie —afirmó Alicia—, aunque tiene una relación rara.

—Maby y Carmen también, pero ellas no saben manejar armas —añadió Alejandro.

Ronaldo empezó a dar vueltas, pensando en alguien más. Era obvio la falta de personas que me apoyasen que sepan defenderse con armas de fuego o algo más sencillo. Nos enfrentamos a unos seres humanoides y ya tenemos una baja. No va a ser sencillo.

—El del sótano tiene armas de fuego y tengo buena puntería —Alejandro se levantó de la cama y miró a Alicia.

—No deberías ir solo —sugerí—. Fui antes y es extraño. Es como que juega un doble papel.

—Alicia, acompáñalo. Yo me encargaré de Elvie y miro de convencer a Teresa porque ella sí está más enfadada contigo.

—¿Y qué hacemos con Jesús? —Alicia observaba atentamente la cuchilla que tenía Alejandro en sus manos.

No quería irme de aquí, solo quería paz. Negué con la cabeza suplicando que no me dieran de elegir. Ellos ya habían tomado una decisión y daba igual mi respuesta.

—Te vienes conmigo, ¿vale? —Ronaldo me ofreció su mano para que me levantase.

—¿Por qué haces esto? Os hice daño.

—Me diste a una persona que para mí es como una hermana y una vida más decente. Para mí esto fue una mentira más. Si no estuviésemos en estas circunstancias nadie te trataría tan mal.

Ahora que se sinceraba podía obtener respuestas sobre la persona que quiso causarme estos daños.

—¿Y quién os obligó a estar así? Sé que es un personaje mío y ya está.

—No lo sé, pero de todas formas tú tienes la respuesta. Yo no lo conozco, tú sí. Revisa tus personajes, seguro que tienesalgo apuntado. No te puedo contestar algo que nunca he sabido.

«¿Yo tengo la respuesta?».

Me quedé pensando justo en eso. No terminaba por saber quién podía ser y tampoco me constaba que le hubiese dedicado más que cinco páginas.

Ronaldo me volvió a ofrecer su mano y yo me levanté. No sé cómo, pero al final creo que les haré caso. No pueden ir las cosas a peor, ¿no? 

Conviviendo con el peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora