Día 1: Soulmates que ven colores

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Es normal para la gente no saber cuándo ni cómo se enamoraron de su pareja, escucharlos decir que el amor es un sentimiento que llega callado, sin aviso ni explicación de por medio. Que no importaba porque tiene más valor el saber que esa persona te entiende y acepta con tus virtudes y defectos, que una persona que te ama estará contigo sin pedir nada a cambio y es algo que sucede sin querer.

Para Viktor era algo diferente.

Recordaba con lujo de detalles el momento en el que se enamoró de Horacio. 

El amor que nació entre ellos no ocurrió de inmediato, no hubo ese típico flechazo o ese estremecimiento del que hablan en las películas. Porque sus vidas nunca fueron un cuento de hadas, tuvieron que pasar por muchas dificultades, demasiados altos y bajos antes de siquiera poder pensar en estar listos para intentarlo.

Pocas personas en el mundo tienen esta anomalía, muchos lo llamaban maldición, otros regalo. Ver el mundo de un solo color era algo que a Volkov nunca le fue impedimento para ejercer su trabajo y seguir con su vida.

Después de todo el color gris no era solo por el tono de sus ojos.

Irónicamente su vida siempre había sido de ese color, pasó por muchas cosas desde muy joven como para que ese minúsculo detalle fuera de importancia para él. Durante mucho tiempo le pareció estúpido el cómo muchos sufrían esperando a su alma gemela que les permitiese ver el mundo a color.

Su relación fue un constante crecimiento, al principio cuando aceptó intentar algo con Horacio sabía que lo más probable era que nunca llegase a "curar", porque lo que lo había movido eran las sensaciones que percibía cada que estaba con el mayor, luego de reencontrarse, de que ambos hubiesen probado de la soledad, pareciese que el destino los hubiera unido para que no se quedasen solos. Ese impulso fue lo único que necesitó Volkov para aventurarse al mundo que era el cresta, más no pensó verse envuelto en tan poco tiempo, lo que inició en ocasionales quedadas y citas fugaces, fueron convirtiéndose en cenas continuas, escapadas nocturnas, muchos besos, su primera noche juntos y su primera vez...

Entonces, si había pasado por todo eso, ¿Por qué su mundo seguía siendo gris?

No fue hasta que una noche decidió tomar conciencia de ello. Cuando despertó horas después en la cama que compartía con el cresta, completamente solo y sintiendo el frío de su lugar vacío calando por su piel desnuda.

Salió de entre las sábanas blancas, y tomando su albornoz azul noche se dispuso a buscar al moreno por el departamento. Las luces yacían apagadas siendo la única fuente de luminosidad la luz de la luna y las luces de las farolas que alumbraban el hermoso parque que se ubicaba frente a su hogar.

Su pareja se encontraba apoyada en la barandilla de su pequeña terraza, cubierto apenas del frío de la noche con una corta pijama de satén, contempló su figura, los flashbacks de lo que hicieron hacía algunas horas aún quemaban en su piel.

Se quedó parado pensando en cuánto habían cambiado las cosas, los desayunos o las cenas juntos eran esperadas y especiales, el café sabía mejor, las noches ya no eran frías y solitarias. Horacio le enseñó a reír hasta soltar lágrimas,  apreciar sus momentos de paz, a ver juntos película cada fin de semana y disfrutar de su compañía incluso estando en silencio, la calidez de sus manos unidas en sus paseos por el parque, esos besos antes de irse a trabajar...

— ¿Vas a quedarte mirándome toda la noche o piensas acompañarme?

Despertó de su ensoñación y se acercó a paso lento hasta quedar tras el cuerpo del más bajo y, siguiente a esto, rodear su cintura sintiendo bajo sus brazos la piel fría de su pareja relajarse ante su toque. Ocultó su rostro en el cuello del menor, aspirando su propio aroma en él y dejando un beso bajo su oreja expresó:

— Hace frío, puedes enfermar — Susurró queriendo no romper el ambiente de paz.

— Hoy es noche de Luna rosa — Respondió ignorando su advertencia. — Es una noche especial, leí que pasa cada año.

— ¿Qué? — Miró instintivamente al cielo. ¿Horacio podía verlo?. Sabía que él también poseía su misma condición pero nunca supo el color con el que veía las cosas. A pesar de su curiosidad, no respondió.

— Pero no se podrá ver rosa aquí — Continuó contando sin despegar la mirada al cielo — Solo se volverá más brillante y luminosa.

Tras eso no hubo palabras por parte de los dos, continuaron en la misma posición un rato más, observando el cielo que, de alguna manera para Volkov se había vuelto más brillante, más hermoso. Miró de reojo el rostro de la persona que tenía entre sus brazos, la mirada de su pareja deslumbraba, y por primera vez en su vida pensó que quería saber el verdadero color de aquellos ojos.

El cresta notó su mirada y dándose vuelta para encararlo, tomó entre sus manos el rostro de su amado — ¿Que tanto me ves? — Preguntó con gracia notando el rostro contrario acercarse al suyo. Sonrió.

Durante un minuto quedaron así, cara a cara, mirándose, Horacio podía leer muchas palabras no dichas en los ojos del ruso, sin embargo no se comparaba con todo lo que éste experimentaba dentro de sí, probablemente nunca podría describir con palabras lo que sintió en ese momento con otra palabra que no fuese amor.

— Tus ojos... me gusta el color de tus ojos — Susurró contra sus labios.

Dejaron caer sus párpados, sintiendo a su alrededor el sonido del viento mover las hojas de los árboles cercanos al balcón.

— ¿Cómo- — El menor pudo completar la pregunta ya que los labios del hombre que había amado durante tantos años habían apresado los suyos con suavidad.

Se besaron con lentitud. El ruso trató de transmitir a través del toque de sus labios lo que pasaba por su cabeza, se había enamorado de Horacio, todo él, de ese chico que conoció una tarde de servicio, quien ahora era el hombre que le daba sentido a su vida, aquel que lo destruyó por completo, y lo reparó a base de puro y sincero amor.

— Te amo demasiado, Horacio — Dijo una vez roto el beso — Más de lo que llegué a imaginar alguna vez en mi vida.

Horacio entendió lo que pasaba y bajo la atenta mirada del más alto sonrió risueño. — Yo también te amo Viktor, muchísimo.

— Gracias por estar conmigo, gracias por amarme. — Exclamó afectado, ocultando su rostro en el cuello del menor, fundiéndose en un cálido abrazo.

Horacio devolvió el abrazo con la misma intensidad,  intentando reconfortarlo sobando su espalda, cuando sintió las lágrimas de este caer sobre su piel.

Sabía que durante todo este tiempo Viktor lo había llegado a querer muchísimo, más no con la misma intensidad que él durante todos estos años. No podía culparlo, ni mucho menos exigir apurar las cosas entre ellos, habían pasado por mucho y si era sincero consigo mismo, él amor que sentía por el ruso ahora, no es el mismo que el día en el que lo conoció, se volvió más fuerte.

 Ahora por fin comprobaba que después de pasar por tanto, estaban en la misma página y podían seguir escribiendo su historia juntos.

Y tal vez era cierto, tal vez el mundo de Horacio que durante toda su vida había estado tintado de rojo, se volvió colores esa tarde en comisaría cuando conoció a cierto comisario ruso.

Pero eso era algo que se guardaría para sí mismo.

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