Día 4: Joyas

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La oscuridad reinaba la habitación mientras el susurro de la naturaleza rodeante se hacía presente, se encontraban recostados uno al lado del otro, la luz de la luna que entraba por la ventana acariciando su semblante de lado, iluminándolos y haciendo destacar la piel morena del cresta bajo la intensa mirada del mayor, que apreciaba su rostro desde el otro lado del colchón.

Habían cenado hacía unas horas, luego pasaron al salón para compartir un ameno momento viendo cualquier cosa en la televisión entre mimos y caricias inocentes hasta que decidieron que ya era hora de ir a la cama. El ruso admiraba al menor que jugaba con su móvil, estaba jodidamente enamorado, se le aceleraba el corazón con solo pensar que iba a pasar el resto de su vida apreciando esa figura hasta hacerse lo suficientemente viejo como para que su vista empiece a fallar, pero aún así lo sabría, Horacio era lo más hermoso de su vida, y ahora iba a ser para siempre. Ansiaba que Horacio fuese feliz, a toda costa, y hoy finalmente, tenían aquel amplio hogar para ambos, libres de todo peligro y preocupación.

— Cariño, deberías dormir — Susurró el menor acariciando la mejilla del ojiazul con dulzura.

— Ya dormí por la tarde, aún no estoy cansado. — Murmuró cerrando los ojos, disfrutando de su toque.

— ¿Entonces qué es esa mirada?

Ambos hablaban en voz baja sin razón, el mencionado meneó su cabeza sonriendo con ternura, el aroma de las cremas que usa su novio llegaban a sus fosas nasales, relajándolo.

Horacio sonrió con amor al ver las muecas de su novio, la felicidad no le cabía en el cuerpo cada que tenía estos momentos con él, amaba a Viktor Volkov con cada célula de su cuerpo, con cada centímetro de su alma, que en un principio estaba dañada y que el ruso se encargó de reparar a base de amor. Lo amaba, más que a nada, no tenía idea de qué les depararía el futuro a partir de ahora pero estaba seguro que a su lado todo valdría la pena.

Viktor al notar la distracción del moreno, lo jaló hacía sí, haciendo que cayera sobre él, seguidamente lo abrazó, rodeando su espalda ancha con los brazos, ganándose una carcajada por parte de su pareja.

— Te amo Viktor — Susurró contra sus labios.

— Te amo Horacio, con todo mi corazón

Horacio le miró conmovido, no había persona en la tierra que fuese capaz de hacerlo sentir así. Querido, amado y con ganas de seguir amando, daría todo lo necesario para ser cada día mejor persona, por él sería fuerte y vulnerable, por él sería simplemente Horacio, quería ser el hombre que él merecía amar.

El moreno no aguantó más, sus labios se buscaban con necesidad hasta lograr encontrarse, necesitaban sentir el confort en la piel del otro, así que se besaron bajo los ojos de la luna, que era su único testigo mientras sellaban su amor, sus labios chocaban con pasión, amor y desenfreno. Transmitiendo lo que las palabras no podrían jamás, se amaban, más que nada en el mundo y querían sellar este amor como solo ellos sabían.

Se dejó caer un poco más, haciendo que el beso se profundizara, Viktor cerró los ojos con fuerza, saboreando el momento con hambre. Tomó su nuca y lo atrajo hacía sí, la pierna del menor rozando su miembro y él inconscientemente moviendo las caderas, ansiando el pronto roce de sus pieles.

Horacio no solía llevar camiseta, pero como aún no se acostumbraba al clima del campo, entonces se quitó la que llevaba para luego volver a atacar los labios del mayor, quien ya llevaba al descubierto su pálido pecho. Cada centímetro de su piel, conocía cada milímetro de su piel y aún era capaz de perderse en él, en lo profundo de sus ojos, en la curvatura de su cuello, el lunar en su hombro derecho, la cicatriz en su pecho, ese camino de vellos rubios en su abdomen. Se perdía en las profundidades de Viktor Volkov, sin deseos de salir.

Horacio besó la comisura de los labios de su pareja, comenzando a trazar un camino de besos suaves a lo largo de su pecho, bajando con lentitud haciendo al ruso perder el juicio. Llegó a la cinturilla del pantalón de chándal y lo bajó lentamente, rozando sus uñas con su piel en el proceso, liberando la erección del mayor que recién se empezaba a formar. Besó sus muslos con amor mientras el ruso bajaba las manos para acariciar la nuca del moreno, sus pieles ardían en deseo y amor. Horacio tomó el miembro del mayor, pasando sus manos por la punta y besando lo largo de este, volvió a subir para besar los labios del chico.

El mayor se deshacía en suspiros y jadeos, sus manos buscando la piel del moreno, hambrientas, estaba ansioso de tenerlo ahí, con él.

— El... el lubricante — Jadeó sobre sus labios, separándose del más pálido.

Horacio acercó su mano a la mesa de noche y sacó del cajón el pequeño tubo color turquesa, se sacó lo que le restaba de ropa y untó sus dedos en el líquido brillante para después volver sobre un Viktor expectante que le miraba con deseo y el corazón latiendo a mil por hora. Una vez el de cresta esparció aquel gel en su entrada, estaban preparados para unirse, el de mayor se tocó ligeramente para prepararse para el muchacho.

Se colocó encima de su pareja, alineando la prominente erección con su entrada y se dejó caer con lentitud, sintiendo a sus paredes ceñirse al miembro palpitante, robándole un gemido del gusto. Se sentía pleno y completo con el ruso dentro de sí, produciéndole una enorme sensación de placer.

Viktor comenzó a mover sus caderas con parsimonia, las movía de arriba a abajo con una lentitud que hacía temblar al moreno en placer. Horacio perdía la cabeza lentamente mientras jadeaba su nombre en su oído. Acarició sus cabellos mientras movía sus caderas a un ritmo constante, besaba y lamía su oreja con pasión haciendo al mayor sentir escalofríos.

Cada vez el ritmo aumentaba más, el choque de sus pieles haciendo eco por sobre sus gemidos suaves. El ritmo aumentaba más mientras sus corazones se aceleraban a la par que su respiración, las pieles sudadas tenían marcadas el nombre del otro, se pertenecían, se pertenecían porque se necesitaban y no había otra manera en que pudiese ser.

—Te amo — susurró Viktor entre jadeos, a punto de llegar al clímax — ¡Joder! Te amo tanto Horacio

El chico sintiéndose tan pleno en ese instante, se dejó ir, llegando al tan ansiado clímax, espasmos haciendo temblar su cuerpo cansado mientras se dejaba llevar por la gravedad que lo atraía a Viktor.

El ruso llegó a su vez, más sensible, sintiendo el interior del chico contraerse por el reciente orgasmo experimentado, sus respiraciones eran fuertes, jadeos estruendosos saliendo de sus cuerpos mientras el ruso seguía dentro del moreno. Poco a poco recuperaron la compostura y salió de él, se echó junto a este en la cama, acercándose para acurrucarse junto a Viktor.

Se quedaron mirándose, frente a frente, transmitiendo electricidad entre el espacio que les separaba. Volkov estaba feliz, eufórico, amaba a este hombre más que a nada en la tierra. Cada parte de él, lo amaba con locura, con una pasión desenfrenada, con un dolor que le rompía el corazón, lo amaba sin saberlo y sin pensarlo.

De repente el ruso se incorporó y buscó algo bajo su almohada, una vez lo encontró, se volvió a acercar al menor y tomando las mejillas con cariño le pidió — vykhodi za menya.— Porque era lo que quería, lo adoraba, más que a nada, y quería compartir lo que restaba de su vida junto a Horacio. Se acercó y comenzó a besar el rostro del chico, besó sus párpados y sus mejillas, sus comisuras y su mandíbula. Tapizó su piel sonrojada a besos mientras el chico reía con intimidad, emocionado al ver como Volkov abría esa pequeña cajita de terciopelo negro, mostrando un reluciente anillo de plata con pequeños detalles incrustados a su alrededor. Horacio había entendido a la perfección, sus ojos se humedecieron por aquel amor que le sobrepasaba, sonrió con alegría y seguidamente expresó un casto "Sí" antes de volver a acercarse y plantar un beso en los labios de su amado.

Después de tanto dolor, por fin podían decir que la felicidad existía y era este momento, ellos amándose a la luz de la oscuridad mientras la luna era testigo de su amor. Amarse sin tapujos y sin miedos.

La felicidad de Viktor era horacio, y la de Horacio tenía por nombre Viktor Volkov, ex-comisario de Los Santos del que se enamoró una tarde en la puerta de comisaría.

VOLKACIO WEEKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora