C/Ú, Especial: Las vajillas de Reiji

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Las vajillas de Reiji: ¡La venganza contra Ayato!

*

—Ayato, tú fuiste quien hizo este desastre, ¿no es así? —Regañó el segundo hijo de Beatrix, señalando el desorden en su laboratorio. En el ambiente habían tanto tazas como vajillas rotas, además de la cubertería tirada por el suelo.

—Tch... ¡Ore-sama no iba a dejar que el Hisuterī atentase contra su rostro! —Gritó a su vez el vampiro de mirar esmeralda.

—Entonces... Estás diciendo que usaste mis cosas como escudo, además en una pelea que tú ocasionaste —recapituló Reiji, alzando una ceja.

—¡¿Qué esperabas que hiciera?! —Refutó Ayato.

—No es de mi interés, pero no tienes por qué irrumpir en un espacio ajeno y además tomar, y destruir, cosas que no son de tu pertenencia —se quejó el mayor, arreglando sus lentes.

—Ayato-sama no debe soportar estas humillaciones... ¡Yo me voy!

—Qué cara dura eres, pero era de esperarse. Ja, eres todo un irresponsable y malcriado. Pero está bien, repondré lo que rompiste con ayuda de tu mesada, la cual padre hizo llegar hace poco, y claro, otra parte de tus ahorros —informó el científico.

—¡¿Qué?! —Se alarmó el menor, abriendo de más sus ojos y boca.

—No te hagas el ofendido, es lo justo. Ahora, hazme el favor de abandonar el lugar —pidió, dando un suspiro pesado.

—Kgh, ¡maldito Cuatro Ojos! Tú... ¡Estúpido Otaku de las Vajillas! —Insultó, haciendo ademanes propios del cólera.

—¿Algo más que quieras decirme? —Interrogó el de mirar espinela.

—¡Hmp!

Y entonces, sonó un portazo gracias a Ayato, a lo que el segundo hijo de la casa dió un sorbo a su té.

*

—Ese imbécil, desgraciado... ¿Cómo se atreve? Era obvio que tenía que defenderme con algo —murmuraba, justificándose, mientras bufaba y chasqueaba su lengua—. Kanato estaba como loco, y todo por ese estúpido oso de porquería.

El heredero de Cordelia mascullaba y se quejaba mientras comía los Takoyaki que Reiji había preparado poco antes de enterarse del incidente.

Como siempre, el aperitivo era delicioso, aunque tenía un toque algo distinto, pero quizá era su rabia, que seguro distorsionaba apenas un poco el sabor.

El sueño y el fastidio terminaron haciéndose presentes, así que terminó por acostarse a dormir, en lugar de seguir enfadado por el castigo que le impuso su hermano de lentes.

*

El segundo Sakamaki claramente se había molestado por las desconsideraciones de su hermano menor hacia él y sus cosas, lo cual era algo entendible. Aún así, las medidas que tomó Reiji quizá no fueron suficientes... Y debido a ello, algo muy curioso estaba sucediendo en el laboratorio del de lentes.

Cosas se abrían, otras se movían. No era de esperarse que algo así tuviera lugar, quizá ni en pensamientos descabellados, ¿quién podría imaginar que se llevaría a cabo un ajuste de cuentas? Y que no fuera originado entre los hijos de Cordelia... No, no era algo tan predecible.

Por alguna razón, mientras casi todos dormían plácidamente, cierto varón de cabellos rojos se encontraba inquieto. Y escuchó de pronto una lluvia que prometía tomar fuerza.

Entonces, fue cuando la puerta del laboratorio del más responsable de la casa, se vio abierta y luego cerrada con un deje de brusquedad.

Ayato se encontraba malhumorado por despertar demasiado pronto, y por recordar lo sucedido horas atrás. Se movía un poco, cambiaba su posición, e intentaba dejar la mente en blanco, pero su mente no estaba tranquila, sus sentidos estaban alerta.

La tormenta que había pareció comenzar, dejando caer uno y otro trueno.

Y percibió actividad en alguna parte de la extensa mansión. ¿Acaso eran cosas suyas? ¿Alguien despierto a esas horas? Lo veía extraño, y mucho, pero aún así trató de no darle mucha importancia, y no era como si detectase algún aroma extraño... Todo era inquietantemente normal. ¿O acaso los sentidos de "Ayato-sama" no estaban lo suficientemente alerta?

—Oe, Reiji, ¿eres tú? Joder... ¡Habla, Otaku Cuatro Ojos! —Demandó el heredero de Cordelia, saliendo de su dama de hierro. Sin embargo, no obtuvo una respuesta.

Seguido de la queja del trillizo, el pomo de la puerta se giró solo, y la misma procedió a abrirse lentamente.

—Pero q-qué... ¡¿Qué rayos es esto?! —Vociferó el vampiro, incómodo.

"—Esta es la venganza por lo que nos hiciste, Ayato" —dijo una voz masculina y gruesa, algo distorsionada.

¿De dónde llegaba esa voz? ¿Qué estaba sucediendo?

Un carrito con tazas y vajillas entró sin nadie que lo empujase, haciendo un molesto rechinido, y después, algunos de los artefactos comenzaron a levitar.

"—Ayato, has obrado muy mal... Y te lo vamos a cobrar, todos nosotros" —amenazaban.

—¡¿D-de qué carajos va esto?! ¡Muéstrate! —Retó el de cabellos rojos, confundido y poniéndose ansioso.

Entonces, un plato voló en dirección al rostro del hijo mayor de Cordelia, a lo que el mismo lo esquivó a como pudo, evitando el impacto. Luego se escuchó cómo la fina porcelana se rompía contra la pared.

"—No sigas haciéndote el fuerte, Ayato. Estás solo, y a nuestro merced" —terminaron por burlarse.

El tétrico carrito volvió a moverse apenas un poco, y la puerta se cerró de un portazo. Poco después, se escuchó un sonoro trueno.

Estaba apenas consciente, pero lograba apreciar en total esplendor era cada ruido que escuchaba, y la distorsionada voz que otorgaba a las pertenencias de su hermano.

Luego, dos tazas y un plato volaron hacia los lados de Ayato, asustándolo notablemente mientras se agachaba con rapidez, casi cayendo. Y ni aún así logró esquivar del todo los artículos de porcelana, que parecieron perseguirlo aunque sin golpearle, pero impactando bastante cerca de sí.

—¡AAAAAAAAAAH!

El de cabellos rojos procedió a soltar un desgarrador grito cuando vió que unas cucharas se le acercaban velozmente, para después terminar desmayado a causa del gran susto, que había sido maximizado a causa de algunos "factores externos".

El incauto vampiro de mirar esmeralda no había notado que su malcriadez no fue perdonada, sino hasta después de la anhelada venganza.

—Espero que hayas aprendido la lección, Ayato... —Se oyó de último una voz grave bien conocida, perteneciente a Reiji, mientras sus pertenencias regresaban con él a donde pertenecían, dando paso de último a unas cortas y profundas risas propias de sí.

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