C/Ú, Especial: El glotón y la bestia

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Todos los Sakamaki estaban durmiendo, hasta que Ayato tuvo un gran antojo y se despertó, víctima del hambre, o ¿era gula? A pesar de que hubiera ya luz solar fuera de la mansión, adentro todo estaba oscuro, solo con una que otra luz, relativamente necesaria para la comodidad de sus habitantes.

—Ja, ahora puedo tomar un poco más del pastel que Reiji preparó —decía el heredero de Cordelia, mientras asaltaba la nevera y se servía un generoso pedazo del tentador postre— Tan delicioso... ¡Está realmente bueno! —Murmuraba para sí, delitándose.

—Ayato... —Llamó una segunda voz muy conocida, perteneciente al hermano de lentes, que se acercaba al de cabellos rojos.

—¡Ah, Reiji! —Respondió el menor, escondiendo el pastel de forma ágil, para luego darse la vuelta y observar al más alto.

—¿Qué estabas haciendo? —Preguntó el segundo mayor de la casa, distinguiendo perfectamente la silueta de su hermano en medio de la relativa oscuridad que los rodeaba, gracias a su vista vampírica.

—Oh, eso... Eh, creo que soy sonámbulo. Es raro, ¿no? —Inventó con rapidez el trillizo, encogiéndose de hombros.

—Sí, es sorprendente —respondió Reiji, detectando la mentira—. Por favor, regresa a tu habitación.

—¿Por qué? ¿El fantasma de esta casa se va a molestar porque estoy despierto a esta hora? —Interrogó sarcásticamente el hijo de Cordelia, mirando a su hermano con fastidio.

—Quizá, ¿quieres tratar de hacer contacto? —Retó el de lentes.

—Si fuera tú, no tentaría a los espectros... —Dijo el de mirar esmeralda, burlándose del contrario.

—Silencio, esos son cuentos de hadas. Ahora, ve a dormir —ordenó el de cabellos carbones, hastiado de la situación, y con gran cansancio.

De pronto, la puerta se abrió súbitamente.

—¿Qué están haciendo aquí? —Inquirió una tercera voz, que aunque sonaba familiar, era muy gruesa. La figura se apoyó con cuidado en la entrada de la cocina, pero se le notaba despeinada, con una bata ancha y algo extraño en lo que debía ser su rostro; detalle que hacía resaltar unos raros orbes que suponían eran esmeralda.

El par de hermanos que antes hablaban, gritó estruendosamente—: ¡AAAAAAAH!

Y poco después de aquella rápida reacción, Reiji se escudó detrás de Ayato.

—¡Tómalo a él y vete! —Bramó el de mirar espinela, tomando por los hombros al menor y ofreciéndolo a aquella “entidad”.

—No, te escojo a ti, Reiji. Si quiera tú sabes cocinar... —Explicó el tercero, riendo levemente.

—Gracias, hermano. Yo tampoco quería ir contigo —aclaró al recién llegado, bufando—. Bueno, el otro lado está llamando. ¡Nos vemos, Reiji! —Dijo Ayato, para moverse y empujar a Reiji en dirección a la figura desconocida.

—¿Por qué me haces esto? ¡Ayato, detente! ¡Sigo siendo tu hermano! —Se quejaba Reiji, resistiéndose, y aunque tentado a teletransportarse, estaba muy nervioso como para hacerlo.

—Eres tú o yo, no es personal —aclaró el pelirrojo.

—¿De qué están hablando ustedes? ¿Están ciegos? —Quejó el entonces desconocido.

—Disculpa, eres el primer fantasma que conocemos —explicó el hijo de Beatrix, aprovechando para detener la trampa de Ayato.

—No estoy muerto... —Explicó el ajeno.

—¿Cómo sabes eso? —Interrogó Ayato, con gran sospecha. Aunque lo disimulaba, estaba increíblemente nervioso, casi tanto como Reiji.

—¡Payasos, enciendan las luces! —Pidió el ya harto poseedor de orbes esmeralda.

Y entonces, Ayato encendió las luces.

—Ah, eras tú, Laito... —Habló involuntariamente el autoproclamado “Ore-sama”, a lo que Reiji tosió.

—Lo supe todo el tiempo —quiso aclarar el Sakamaki de lentes, haciendo uso de su voz gruesa.

—Sí, claro —burló el de lunar, medio riendo.

—¿Qué es esa cosa rosa en tu rostro, Hentai? —Preguntó Ayato, bastante curioso al respecto.

—Ah, es una mascarilla facial, es para... —Al notar el rostro de confusión de su hermano de madre y que solo hablaría por gusto, se rindió en su explicación— Meh, olvídalo. Ahora, tú, comparte algo de pastel con tu hermano —demandó, acercándose hasta su trillizo para descubrir el postre que celosamente escondía.

—¡No! ¡Aléjate! —Se rehusó el de cabellos rojos, corriéndolo con todo gesto verbal y físico posible.

—Estoy tan harto de esto... —Dijo Reiji, después de suspirar pesadamente— Ambos, váyanse a dormir... ¡Ahora! —Exigió el más alto, en una clara y sonora orden.

—Sí, mamá —contestaron los hermanos de orbes esmeralda al unísono con claro sarcasmo.

Después de que Ayato tomara el pedazo de pastel que tanta disputa había causado, tanto él como y Laito desaparecieron.

—Esos trillizos van a volverme loco... —Dijo para sí Reiji, relajándose por fin.

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