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El premio.

Capítulo 3

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Asuna iba y venía dentro del patiecillo aquel que se ubicaba frente al edificio. A decir verdad, no era mucha la distancia que separaban los enormes portones de hierro de la entrada al recinto sagrado, las religiosas usualmente le llamaban patio interno, o descansillo, por el tamaño minúsculo que tenía. No había gran cosa allí, quizás algunos canteros con flores de estación y algunos arbustos.

En sus pasos rápidos se adivinaba la ansiedad que estaba carcomiéndole. Durante la última hora, no hizo más que atravesar de ida y vuelta, toda la vasta extensión, hasta que el sonido de sus sandalias logró ponerla de malhumor. Pese al clima tórrido, llevaba una capa sobre el fino vestido azul veraniego, luego de su encuentro con aquel habitante del Dark territory, decidió que era estúpido seguir fingiendo ser una monja, puesto que él ya había descubierto su farsa. Así que, abandonando sus hábitos, decidió vestir como la joven noble que aún era.

Lo ocurrido los últimos días, era el fruto de que esa mañana estuviera tan ansiosa e inquieta, con el corazón en la boca, y maldiciendo, pese a que se encontraba en un lugar sagrado, a todos los habitantes de las tierras rojas.

Las semanas anteriores fueron como una especie de bálsamo en el ánimo de la muchacha, se concentró en cuidar a su hermano Ryoutarou, y a la vez, hasta le pareció medianamente normal, ocuparse del rubio general que pasó aquellas largas vigilias presa de un ardiente delirio. A la par que su hermano mejoraba, el general enemigo respondía satisfactoriamente a las hierbas que la madre superiora había dispuesto para él.

Para Asuna fue una maravillosa sorpresa cuando luego de muchas vigilias de sueño y poco descanso, descubrió que sus pacientes se habían recuperado como por arte de magia. Sencillamente, un día entró al recinto donde ambos se hospedaban, y de pronto, encontró a los dos hombres sentados en sus camas, con buen semblante y hablando animadamente como si fueran viejos amigos de toda la vida. No pudo evitar que sus ojos se cuajaran de lágrimas, cuando notó que su hermano Ryoutarou le hacía chistes al pobre joven rubio y este, riera como si fuera muy normal que dos enemigos jurados se mostraran amistosos entre sí; sobre todo cuando uno de ellos le había quitado el hogar al otro, y que, por causa de esa maldita guerra, ambos se encontraran convalecientes.

Aunque eran soldados, no olvidaron sus modales y se mostraron atentos y caballerosos con ella. Asuna pensó que una vez que el general rubio se recuperara, se acabaría ese tiempo de paz entre ambos, pero no fue así. Eugeo, como se llamaba el militar, se mostró agradecido y complaciente, tratándola con respeto y educación. Se veía a leguas que era un hombre atento y bien instruido... Lejos, por supuesto, del talante soberbio del otro general, a quien por gracia y benevolencia de las diosas no volvió a ver en todo ese lapso.

El compañerismo que se formó entre ambos pacientes fue real, muchas veces Asuna entraba a ver como seguían y los hallaba jugando a las cartas, hablando de las muchas misiones en las que habían estado o jugando al ajedrez. También era buen incentivo para Ryoutarou, cuya mano abarcaría un proceso lento de sanación, algo que requeriría de mucha paciencia. A medida que los días empezaron a amontonarse, le fue costando más y más, ordenarles a sus pacientes que se quedaran en cama. Con las fuerzas establecidas deseaban ponerse de pie y recorrer la catedral. Asuna debió regañarle varias veces para que se estuvieran quietos.

Aunque a la joven le intrigaba que nadie, más allá de la guardia que estaba apostada en el pasillo, y que rara vez intercambiaba palabras con Eugeo, se hubiera allegado a ver como continuaba su recuperación. Específicamente el capitán de cabello negro y ojos burlones.

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