Capítulo 11: antorcha humana (parte dos)

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Felipe corrió por las frías y casi vacías calles del pueblo en dirección a la escuela. No estaba llegando tarde, por el contrario aquella era la primera vez que iba maravillosamente temprano.

En su mente atormentada, recreaba cada palabra que le diría a sus amigos para intentar convencerlos, cuando en realidad, hasta le resultaba imposible de concebir a él.

Tardó poco más que diez minutos en atravesar el pueblo y entrar a la escuela; con la respiración entrecortada, su corazón palpitando de forma frenética amenazando con escapar de su pecho y una expresión desquiciada dibujada en su rostro, comenzó a buscar a sus amigos por los pasillos del lugar.

—¡Simón, Emilia, Victor, Mariano!—gritaba en cada pasillo con desesperación atrayendo la atención de los estudiantes que pululaban por estos.

A cada paso que daba, un vacío más profundo se forjaba en su corazón. ¿Y si había llegado demasiado tarde?.

—¡Mierda!—gritó con fuerza mientras arrojaba con frustración la mochila contra una pared, acto seguido le propinó una fuerte patada.

Las personas lo observaban con curiosidad y miedo. Podía leer las preguntas dibujadas en sus ojos, preguntas que jamás se atreverían a hacerlas de frente o en voz alta.

¿Que había llevado a un Barrenechea a actuar así? ¿Acaso un negocio habría salido mal? ¿Lo que estaba pasando,les afectaría en algo a ellos?.

Felipe apartó sus verdosos ojos enramados de ellos, en su lugar optó por mirar la entrada del pasillo donde una chica de cabello rubio pálido se acercaba con pasos veloces, escoltada por un chico de menor estatura y cabello color oro.

Emilia y Mariano. Él podría haberse desmayado de alivio y alegría, pero en su lugar corrió hacia ellos.

—Los estaba buscando, tengo algo importante que decirles del juego a todos. ¡Es real! Todo es real, pero eso no es todo—comenzó a decir de manera eufórica sin hacer una pausa para tomar aire.

—Felipe no te entiendo, por favor cálmate—contestó Mariano colocandole una mano en el brazo de él.

—¿Que me calme?—susurró él de forma histérica mientras comenzaba a reír y se alejaba de su tacto, dejando perplejos a sus amigos.

—Hola chicos ¿Qué ocurre?—exclamó Victor acercándose a ellos con una clara duda escrita en su rostro y voz.

La visión de su amigo sano y salvo frente a ellos rompió la poca cordura que aún lo sostenía atado a la normalidad.

Con pasos veloces acortó los tres pasos que los separaban, se aferró con ambas manos a la remera que traía puesta y comenzó a sacudirlo de forma enérgica.

—¡Estás vivo!¡Estás bien!—comenzó a gritar con una genuina alegría y paz en su voz.

Al menos no tendría que cargar con su muerte en la conciencia por el resto de sus días.

—¡Detente Felipe! Me estás asustando—exclamó Víctor dando medio paso hacia atrás para alejarse de su agarre.

El chico eufórico, comenzó a observar a todos sus amigos, notando el creciente pánico en su rostro. Por este motivo, se obligó a enfriar su sangre y calmar su corazón antes de hablar.

—Lo resolví, sé cómo sobrevivir a el Titiritero—susurro Felipe, intentando aplacar la emoción en sus palabras—O al menos tengo una idea de cómo podría ser.

Sus amigos se tensaron, al tiempo que abrían sus ojos de forma considerable; las emociones comenzaron a dibujar sus rostros y él se preparó para enfrentar la tormenta de preguntas que lo arrasaría.

Pero no llegaron a salir al mundo, ya que alguien se adelantó.

—Felipe Berrenechea—vociferó la voz del detective Marcus Etecher mientras ganaba cercanía con pasos rápidos y seguros, seguido por los dos policías imbéciles de la última vez—quedas arrestado por el presunto homicidio de  Lucia Arlois, tienes derecho a guardar silencio y llamar un abogado, en vistas de que eres menos de edad él interrogatorio será pospuesto hasta que un tutor responsable esté presente—continuó diciendo el hombre mientras se colocaba a sus espaldas y tomaba sus brazos para esposarlo.

El shock de la situación dejó a Felipe desequilibrado e impactado, las palabras utilizadas por el hombre calaron profundo en su mente.

Homicidio, Lucía había sido asesinada. Estaba muerta y era por su culpa.

—Yo no fuí—alcanzó a susurrar Felipe.

—Eso ya lo verá un juez—contestó el detective.

Pero las palabras no habían sido dirigidas para Marcus, la dirección de los ojos del chico viajaban por los rostros de sus amigos quienes lo observaban igual de shockeados que él.

—Yo no fuí—volvió a susurrar mientras era arrastrado fuera del lugar acompañado por las miradas críticas de todos, desde alumnos hasta profesores.

Aquella situación solo serviría para agregar leña a los rumores que recorrían los pasillos, pero no le importaba la opinión de extraños. 

Él sabía que estaba jodido desde el primer momento cuando el detective se acercó a hablarles en la clínica, pero no estaba seguro de qué tan hundido estaba. El no sabía que había sido de Lucia luego de que…

Alejó el pensamiento y la culpa de su corazón, aunque no estaba seguro si el peso que se cernía sobre su espalda por la muerte de Lucía Arlois en algún momento lo abandonara.

El Titiritero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora