Capitulo 32:

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Los corazones comenzaron a latir con fuerza en el preciso instante que las luces se apagaron y la canción comenzó a sonar.

Muchas cosas, los cinco amigos tenían demasiadas cosas en la cabeza, volviendo casi imposible concentrarse en sobrevivir. Aquel nivel sería el más difícil de enfrentar para todos.

—¡Mierda, sáquenme estás malditas esposas!—comenzó a gruñir Omar Barrenechea.

Al parecer en aquella ocasión no serían solo ellos los jugadores, once piezas compartirían aquel tablero. Sin embargo, cinco de ellos permanecían atados a las sillas, incapaces de escapar hacia la luz.

—¡Emilia busca la luz!, el resto ayúdenme a romper las sillas porque no traje las llaves—gritó Felipe por encima de los murmullos y lamentos.

María Torres, quien no había sido esposada, salió corriendo directo para ayudar a Elena Tonkin, Víctor se apresuró a salvar a su madre, Felipe comenzó a forcejear contra la madera del respaldo de su padre, mientras que Simón seguía su ejemplo con la silla de Mario Galante.

El ruido a madera resquebrajándose y las astillas volando en diversas direcciones no tardó en escucharse.

—¡Eres un completo inútil bueno para nada Felipe! ¡Es una deshonra que lleves mi apellido!—gruñia Omar Barrenechea al mismo tiempo que se revolvía inquieto en su lugar.

El muchacho de ojos verdes no contestó a la sarta de insultos que su padre le dedicó, sin embargo su visión se volvió casi cristalina mientras luchaba por contener las lágrimas.

—¡Está en la entrada de la quinta!—gritó Emilia entrando al lugar con la respiración entrecortada—son casi cinco cuadras.

Lejos, esta vez era demasiado lejos para que todos lograran llegar a ella.

Ninguno dijo nada al respecto, la chica de cabello pálido se apresuró a ayudar a la señora Barrenechea, demostrando la increíble fuerza que podía contener su pequeño cuerpo.

Un par de segundos después, todos estaban liberados y corriendo con desesperación hacia la entrada de la estancia; Felipe y su padre arrastrando a Mariano fuera del lugar. Aquella era la primera ocasión donde ambos trabajaban juntos en algo que no implicaba el mal para alguien más.

El camino estaba lleno de pozos y piedras sueltas que entorpecían su carrera. El agotamiento reflejado en la quemazón del aire entrando de forma abrupta a sus pulmones y el dolor por el esfuerzo en los músculos de sus piernas.

Sin embargo ninguno se detuvo, todos corrían sin importarles nada, aquella era una verdadera carrera por sus vidas.

«Corre y corre, el titiritero está cerca»

Volvió a resonar aquella voz proveniente de todas direcciones, pero más cerca que antes. Como una sombra acercándose, acechando a la espera de un paso en falso.

Estaban cerca, solo cincuenta metros los separaba de la luz, cuando el señor Omar Barrenechea soltó el agarre de Mariano.

—¡¿Qué demonios haces?!— exigió saber Felipe viendo a su padre alejarse de ellos, uniéndose al grupo que estaban muy por delante de ellos, absortos en su propia lucha por sobrevivir.

—Tomo una decisión, si tienes un gramo de cerebro lo dejaras a su suerte y te salvarás—escupió su padre alejándose de ellos.

El corazón se desplomó en el pecho de Felipe mientras corría como podía tirando de su amigo, incapaz de vivir el resto de su vida sabiendo que había dejado morir a su amigo.

—Tiene razón, déjame y salvate—dijo Mariano con la respiración entrecortada haciendo uso de todas sus fuerzas por moverse con mayor velocidad.

—Callate pata de palo, te dije que no te dejaría morir en el hospital, no pienso hacerlo en este lugar de porquería—gruñó él en respuesta.

Cinco pasos, solo eso los separaba de la vida.

Pero la amarga y cruel palabra destino, ya había tejido sus propios hilos, guiados por las decisiones tomadas.

«Listo o no, el juego se terminó»

Al oír aquellas palabras, el corazón de Felipe dió un fuerte vuelco saltándose una respiración. Su mente, incapaz de aceptar otra carga más, tomó aquella fatídica decisión.

Haciendo uso de las pocas fuerzas que le quedaban, empujó a Mariano hacia la luz, haciéndolo tropezar e impactar de lleno contra la tierra, dejándolo inconsciente pero a salvo.

Media respiración, eso fue todo lo que le tomó a él Titiritero corporizarce frente a él, con aquella sonrisa macabra cargada de dientes afilados preparados para devorar la carne.

El chico solo pudo mirar hacia sus padres con desesperación y miedo en sus ojos mientras decía.

—Mami—con su voz rota, sabiendo cual sería su final pero incapaz de aceptarlo, suplicando a la mujer que le dió la vida, que se la otorgará una vez más.

Pero su madre no reaccionó, permaneció estática en el lugar observando la situación con su cara fría como la piedra, sin un ápice de emoción.

Felipe sintió como un sinfín de pequeños hilos se incrustaban en su piel, similares a agujas avanzando entre sus tendones.

Sintió como perdía la movilidad de su cuerpo, anestesiado por el perpetuo dolor, y solo logró abrir nuevamente su boca, sin embargo las palabras no lograron salir.

Aquel ser cargado de maldad pura, deslizó una mano pálida de dedos largos y color grisáceo por la garganta del muchacho, ahogandolo en su propia sangre.

«Las órdenes deben obedecerse»

Dijo aquel ser sin mover sus labios, mientras sujetaba sus órganos vitales y los jalaba con fuerza hacia el exterior, exponiéndolos ante sus ojos como una hermosa obra de arte.

Aquella fue la última visión que tuvo Felipe Barrenechea del mundo, antes de ser devorado por el oscuro y tranquilo olvido.

El Titiritero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora