Capitulo 25:

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El muchacho de ojos verdes y cabello castaño no demoró mucho en llegar a su casa.

Se excusó con sus amigos de forma descarada y se marchó del lugar antes de que la noche comenzara a caer.

Solo, en la enorme casa de los Barrenechea, ignoró a su estómago que le reclamaba a gritos por comida, más tarde se encargaría de aquel asunto; ahora tenía algo más importante que hacer.

Sin perder tiempo, sacó la carta del bolsillo trasero y la sostuvo en sus manos, al mismo tiempo que corría hacia su cuarto.

Una vez dentro, cerró la puerta con su brazo y apoyando la espalda contra ella, no esperó ni un instante antes de abrirla.

La emoción y euforia apoderándose nuevamente del temblor en la palma de sus manos, al mismo tiempo que comenzaba a leer.

Agosto de 1992.

Querido Mario; se que acordamos no enviarnos más cartas, pero mi corazón y alma claman por tí.

Sé que no recibirás de buena gana este simple trozo de papel, soy consciente de que hay palabras que deben ser dichas en persona, pero temo no ser lo suficientemente fuerte o valiente para hacerlo ya que de solo escribirlo, mi ser amenaza con romperse en un millón de pedazos.

Mis mayores miedos se hicieron carne y en mi vientre cargo con nuestro hijo, fruto de aquella hermosa noche juntos.

Estoy aterrada, mi madre y padre ya lo saben, me amenazan a diario exponiendo la visión de mi futuro.

Sé que estás comprometido con Sahara Petkus, el cual es un matrimonio de lo más conveniente para tí; pero aún recuerdo tus palabras hacia mí, esa oferta de escapar juntos para tener una vida el uno al lado del otro.

Entiendo si aquellas fueron, como las llama mi mamá "meras palabras de un conquistador", por lo que no debes afligirte respecto a mi condición; ya me han conseguido prometido.

Se llama Eduardo Días, parece algo osco pero mi madre dice que eso se debe a sus raíces húngaras.

Aún no es nada oficial, logré convencer a mi madre para esperar al menos una semana por tu respuesta, si no recibo una para finales de esta deberé casarme con él haciendo nuestras fantasías a un lado.

Te amo Mario, estoy segura que un pedazo de mi corazón siempre llevará tu nombre grabado.

María Torres.

Cuando Felipe terminó de leer aquella carta, sintió una gran repugnancia hacia Mario Galante, por no hacerse cargo de Simón.

Sujetando la carta con fuerza entre sus manos, dejó que todas las emociones se apoderaran de su mente, sembrando pequeñas ideas para seguir adelante.

Pensó en quemar aquel trozo de papel, pero no sería justo para su amigo, él debería tomar esa decisión si así lo quería.

Entonces hizo lo único que estaba a su alcance, se quitó la ropa transpirada, dejó la carta sobre la cama y deslizándose dentro de la ducha, permitió que el agua alejara todos los problemas que moraban por su mente.

Entonces hizo lo único que estaba a su alcance, se quitó la ropa transpirada, dejó la carta sobre la cama y deslizándose dentro de la ducha, permitió que el agua alejara todos los problemas que moraban por su mente

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Emilia se había despedido de Simón hacía ya unas horas en la puerta de su propia casa, sin embargo aún permanecía fuera observando el lugar con creciente pavor.

«Eres Emilia Rivarola y no tienes miedo» se dijo a sí misma intentando convencerse.

El aire frío de la noche comenzaba a sentirse en cada músculo tenso de su cuerpo, respiró profundamente una vez recordando que fue ella quien decidió volver, y la importancia de hacerlo.

Tenía que convencerla de ir, ya tenía un astuto plan ideado, solo le faltaba reunir el valor suficiente para ingresar a la casa y ponerlo en marcha.

Cerró los ojos con fuerza, tragó duro y al abrirlos, enfrentó su destino, guiada con pasos firmes y decididos.

«Te enfrentaste al Titiritero, no debes temerle a una drogadicta y su amante con sobrepeso» se dijo a sí misma mientras subía el pequeño escalón que la separaba de la puerta principal.

Con la espalda recta, los ojos frívolos y distantes, al igual que sus emociones; ella entró en la casa.

El Titiritero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora