Cuatro

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Entre los documento que Harvey le entregó a Amalia, se hallaba un folleto de la escuela de artes Madame Crusoe, no podía entender qué significaba, pero estaba casi segura de que Dago estaba investigando sobre aquellas muertes antes de su deceso y las pruebas fidedignas las tenía entre sus manos; solo debía encajar cada pieza.

Decidió acudir a la escuela de artes; fue recibida por un hombre de contextura gruesa y actitud amigable, a pesar de su apariencia tosca y fría. Mintió al decirle al hombre que estaba interesada en la academia para su pequeña hija, aun sabiendo que no tenía pareja estable, ni hijos. Tras la pérdida de Maya, no estaba dentro de sus prioridades enfrascarse en una nueva relación.

El hombre le enseñó la multitud de aulas, cada una de ellas, enfocada a un instrumento en particular, lo cual, ya era bastante novedoso y atractivo.

Amalia se adentró al aula de pianos, donde pudo ver cuatro de ellos distribuidos estratégicamente a lo largo de la habitación. Se detuvo en uno de ellos —el único que tenía sobre su tapa un conjunto de papeles—, pudo notar como el hombre hablaba, pero sus palabras parecían suspendidas en el aire; momento que aprovechó para curiosear esos papeles. Solo eran partituras, pero entre ellas había un recorte de periódico.

«Escultor Lamar Daniels hallado muerto en su estudio (...) le arrancaron los labios (...) números tallados en su brazo derecho».

Abrió los ojos de par en par y, con dedos temblorosos, guardó rápidamente el papel entre su bolso.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó el hombre.

—Sí, sí... tal vez suene extraño, pero... el nombre Dago de la Vega ¿le suena de algo?

El hombre acarició su barbilla mientras pensaba en la respuesta ante aquella interrogante.

—Fue nuestro alumno, un niño prodigio en cuanto a música se refiere —contestó—. Hace unos días vino a visitarnos antes de que muriera... al parecer es otra muerte que quedará impune.

—¿A qué se refiere? —preguntó Amalia con una misteriosa curiosidad apoderándose de su cuerpo.

—Han habido muertes similares los últimos meses, no hay duda de que se trata de un asesino serial, pero al parecer la policía no llega a ningún lado y deciden archivar... en fin, son solo rumores ¿sabe?

—Sí, rumores —contestó Amalia de vuelta—. Debo decir que es una escuela grandiosa, tendré que traer a mi hija.

—Ah, sí, por supuesto, acá todos son bienvenidos —rebatió el hombre con una sonrisa.

Tras ello, ambos caminaron hasta la salida de la escuela y Amalia prometió volver con "su hija" para tomar una decisión definitiva.

La sospecha de que Dago estaba investigando por su cuenta se hacía más fuerte, o al menos, él tuvo indicios de lo que estaba sucediendo y estaba hallando respuestas.

*

De vuelta en su apartamento, caminó directo hasta su oficina, su hermano no estaba y eso le pareció un alivio; no era que lo odiase, todo lo contrario, pero a veces su presencia la ponía de los nervios.

De tanto pensar y ver todo en perspectiva, llegó a la conclusión de que, las víctimas habían perdido una parte de su cuerpo, lo que indicaba que efectivamente se trataba de un asesino coleccionista.

Revisó nuevamente los recortes de periódico. En octubre murió Raisa (siendo la primera víctima), era arquitecta; la segunda víctima era Maya, murió en diciembre —su navidad más cruda—; revisó el recorte de periódico de Lamar, el escultor, su muerte: 20 de febrero de 2020. Luego la muerte de Dago dos meses después. Eso, daba como resultado que el asesino aparecía cada dos meses, entre los días diecisiete y veintiuno.

—Bellas artes —pronunció Amalia—, el asesino mata a personas cuyo trabajo o educación está relacionado con las bellas artes, pero no son víctimas al azar...

Revisó nuevamente el expediente y las hojas sueltas, se detuvo en el recorte de periódico de Lamar, el cual, tenía cierto relieve a pesar de la antigüedad y, al ver su respaldo, descubrió un número de teléfono.

Llamó y al otro lado de la línea contestó una voz femenina bastante dulce, Amalia se presentó y explicó que encontró su número en un recorte de periódico entre algunas partituras de la escuela a la que había ido y que estaba llevando a cabo una investigación.

—¿Es usted de la policía? —preguntó la chica.

—No, soy abogada y estoy investigando estas muertes de manera clandestina ¿usted me podría ayudar, por favor? Prometo no quitarle mucho tiempo —respondió Amalia.

—Estoy entrando a una clase de yoga, podemos vernos en una hora ¿conoce el salón de té entre la calle Winfred y Forest Hills?

—Sí, puedo llegar, ahí estaré.

*

Llegó hasta el lugar acordado. La chica se presentó como Denali, alta y de cuerpo atlético, sus rasgos orientales eran bastante visibles y estaba vestida con ropa de gimnasia.

—Un placer —saludó Denali.

—¿Usted es yogui? —cuestionó Amalia y saludó a la chica con un apretón de manos.

—No realmente —respondió, bajando la cabeza y tocó su pecho, revelando un collar de la rueda del Dharma—, soy budista, nací y crecí en la India, llegué a este país hace unos años, me dedico a la pintura y en mis tiempos libres practico yoga, me he dado cuenta que, es más divertido en grupo que en solitario. Vivo a una cuántas manzanas, si me acompaña, puedo mostrarle algo —informó Denali.

Amalia aceptó y tras una corta caminata, llegaron a una casa familiar, Denali le explicó su relación con los chicos y que vivía con su pareja.

—Conocí a estos chicos en el pride de hace dos años —confesó la anfitriona—. Los invité a una clase de yoga, pero no les agradó. —Sonrió de medio lado—. Quedó esta foto de recuerdo, de izquierda a derecha están Daryl, Raisa, Lamar, estoy yo, Maya y Dago. Rudolf tomó la foto; decía que no le gustaban las fotos, le decíamos Ruffie y desde junio del año pasado no sabemos nada de él.

Amalia no articuló palabra, todo comenzaba a tener sentido.

El asesino de las artes © [historia corta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora