Dos

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La noche llegó, y con ella, la noticia de que su hermano menor se mudaba a su apartamento. Tras aceptar el caso de aquel hombre, Lars llamó insistentemente; hasta tal punto, que Amalia no tuvo más remedio que responderle.

Realmente no sabía cómo tomar dicha noticia. Por un lado estaba bien, pues ya no estaría sola en ese apartamento. Por otro lado, su intimidad se veía medianamente trastocada; aunque la decisión de tener una mascota retumbó en su mente por mucho tiempo, la verdad, no tenía tiempo para eso. Además, estar con Lars, era como tener que cuidar a una mascota.

Su hermano llegó en su automóvil a la oficina; aún seguía pensando cómo fue posible que consiguiera un auto, más adelante, la respuesta llegó por sí sola. En cuestión de minutos, llegaron al apartamento.

Recayó en que debía tomar un curso de conducción si quería usar el auto de su hermano y sacar provecho de ello. El vehículo no era pretencioso, un modelo de hace dos años de color vino tinto, y que, el muy descarado, usaba en carreras clandestinas. Amalia lo recriminó por ello un montón de veces y en cada oportunidad, él hacía de oídos sordos.

Se dirigió hasta su pequeño estudio con la caja del expediente que le había entregado el hombre: Robert de la Vega. En medio de su trayecto, le indicó a Lars las pocas reglas que debía seguir para lograr una "convivencia pacífica". Él, era más alto que ella, de un cabello marrón y alborotado que caía en ondas. Aunque sus ojos eran de color chocolate, irradiaba cierto parecido con ella. Sí, era un hombre guapo de veintisiete años, pero con una personalidad que a su hermana la sacaba de quicio.

Lars atendió todo lo dicho por su hermana y se acomodó en el pequeño sofá de la sala de estar y prendió el televisor. Mientras que, Amalia resoplando, llegaba hasta su estudio. O básicamente, la habitación que adoptó como estudio.

Sin tiempo que perder, comenzó a leer las primeras hojas del expediente y para su mayor entender, leyó en voz alta. La primera hoja se titulaba: resumen de la víctima y pruebas recaudadas.

—Dago de la Vega. Diecinueve años. Estudiante de la Escuela de Artes de la Universidad de Yale. Grandes habilidades para tocar el piano. Causa de muerte: asfixia. Su cuerpo fue hallado en el Teatro Iseman luego de dar un concierto como parte de su programa académico. —Tomó una pausa y revolvió las hojas, había fotos, entrevistas y un sinfín de documentos más; se removió en su asiento para acomodarse mejor y continuó su lectura—. Al parecer quería obtener puntos extra. Su lengua fue removida y no fue hallada en la escena del crimen ¿Acaso el asesino se quedó con su lengua? —preguntó y esperaba una respuesta, pero no llegó—. Su muerte fue reportada por uno de sus maestros, el teatro no cuenta con cámaras de seguridad. Sin embargo, en las calles sí se hallaban cámaras de vigilancia. En el pecho se hallaron marcas hechas con un bisturí... ¡Santo cielo! —exclamó y decidió mirar las fotografías.

Efectivamente, el cuerpo de Dago se veía de un tono entre grisáceo y morado, con su mirada perdida en algún punto del horizonte y con su camisa abierta, dejando su pecho a la vista, confirmando lo dicho en la primera página del expediente. Había una serie de números con unos cortes finos hechos con bisturí: 139204. ¿Qué significaba esos números? Recordó el expediente de Maya y para su sorpresa, el número de ella estaba tallado en un muslo por debajo de la falda que llevaba la noche del crimen, su número: 133402. De algo estaba segura, ambos números estaban conectados y tenían un significado que estaba dispuesta a hallar.

Por otro lado, Dago había perdido su lengua; mientras que Maya, había perdido una oreja. Bien, al parecer se trataba de un asesino coleccionista, o algo similar, pero eran tantos detalles que no sabía con qué comenzar.

Entre tantos documentos pudo hallar la carta  dental y el expediente médico de Dago. Nada relevante; aunque, era probable que algo interesante se hallara en esos documentos.

—¿Quieres algo de comer? —preguntó Lars, tras cruzar la puerta sin golpear antes de hacerlo. De alguna forma,  ya comenzaba a romper las reglas.

Amalia suspiró y dirigió la mirada a su hermano.

—No me digas que vas a cocinar —le riñó la chica.

—Aunque lo dudes, sé hacerlo, ya verás. —Lars le regaló una sonrisa que cubría todo su rostro—. Tomaré ese silencio como un sí. —Y desapareció sin recibir respuesta positiva por parte de ella.

Amalia puso los ojos en blanco, recayó en que sería todo un desafío lidiar con su hermano en casa, y aunque no estuviera de acuerdo con él (en muchas cosas) debía apoyarlo y ayudarlo. Además, que cocinara  —si es que realmente lo hacía—, alivianaba un poco la situación.

Volvió a la primera hoja de resumen para saber que más información relevante hallaba y quedó perpleja al ver aquellas palabras:

«Se tomó entrevista a Harvey McGregor, novio de Dago».

¿Dago era gay? Amalia abrió su boca, asombrada por aquel hallazgo. Había encontrado otra conexión con el caso de Maya; pero era prematuro concluir que el asesino fichara a sus víctimas, de acuerdo a su orientación sexual.

Tomó un bolígrafo y una libreta y escribió lo más relevante hasta el momento; como si de una lista del mercado se tratara: parte del cuerpo extirpada, números en alguna zona del cuerpo, orientación sexual, asesino meticuloso... ¿forma de muerte relevante?

Golpeó el escritorio con la punta del bolígrafo. Debía haber más, de eso estaba segura, pero con lo que tenía, ya era más que suficiente. Revisó por encima los demás documentos del expediente; incluso leyó la entrevista de Harvey, y al parecer, su relación salió a la luz debido a la muerte de Dago.

Cerró el expediente y fue hasta la cocina para ver cómo iba su hermano. Tenía mucho trabajo por delante.

El asesino de las artes © [historia corta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora