Con amor, Daniel.

Epifanía

Habían terminado por fin las clases, ¡Claro! Después de cuatro horas encerrados en un salón con el letrero «Feliz inicio a clases» pegado en la puerta.
Saliendo de la escuela, me encontré a Paula, estaba platicando con un vato que no era de la prepa, tendría tal vez diecisiete años, no sé. Él estaba fumando, y los amigos que lo acompañaban, inhalando algún ácido. No me esperaba verla ahí, con personas así; ella no estaba fumando ni nada, pero el simple hecho de verla con ellos, hizo que perdiera las ganas de tenerla cerca, me dio asco desde ese momento.
—Nos vamos a ir todos a la casa de Marco, ¿te vienes a la peda? —Le preguntó el de camiseta y tatuajes a Paula.
—Tal vez —respondió ella, sonriéndole—, mi papá va a estar trabajando hasta la noche, entonces yo creo que sí.
—Va, entonces sí se arma al rato, ahuevo —. Exclamó el de gorra y cabeza rapada.

En otro momento, y con otra persona, yo me habría acercado a ella a saludarla, pero recordé lo incómoda que se veía conmigo, y el tipo de compañía que prefería.
Me di la vuelta, justo en el momento en el que el de tatuajes le dijo a la pelinegra: "Esa morra se te estaba quedando viendo, ¿es tu novia, eh?", a lo que ella respondió en frialdad pura: "No la conozco, ni quién quiera andar con ella."

No pude evitar molestarme, pero preferí evitar conflictos y confrontarla. Yo no le había hecho nada malo, pero ella se comportaba como si sí.

Llegué a mi casa, completamente solitaria, como siempre. Fernanda aún estaba en la escuela; su encargada a sueldo, Mary, la llevaba en carro hasta la primaria vespertina, así que siempre me quedaba solo el día entero.
Prendí la tele, en el canal once; acababa de empezar 31 minutos, el programa que yo veía con mi mamá cuando era peque.
—Top, top, top, top.
—¿Qué te pasa, Policarpo?
—Me pasa cada vez que nos invaden los zombies, y hablando de zombies, ¡Vayamos a mi Ranking Top!

Abrí el refri, tan vacío como de costumbre: una lata de frijoles, dos jitomates, unos limones partidos a la mitad, secos. En la alacena, había una nota de mi mamá.
"Te dejo $50 pesos en el bote. Compras comida para tí y para tu hermana, TQM."

Entonces agarré el dinero y salí al tianguis por carne enchilada y tortillas.
Así era mi vida desde hace cuatro años, tan sola, tan aburrida. Sabía que necesitaba algo para cambiarla, pero, ¿qué?

Regresé a mi casa con la comida en una bolsa, la cual procedí a cocinar mientras escuchaba "Wide Wake" de Katy Perry. Siempre tuve un gusto enorme hacia la música pop, sobre todo, de ella.
Tocó a la puerta la vecina, doña Susa, tan malhumorada como siempre. Cuando estaba chico, acostumbraba inventar historias en mi mente sobre esa mujer, y por qué siempre estaba enojada con el mundo, con ella misma. En una de tantas, imaginé que su marido, un reconocido arquitecto, tenía una amante en Mixcoac, y todos los días la veía en Plateros, paseaban por el centro de la ciudad, por la alameda. En una de sus tantas escapadas, doña Susa los cachó, porque, claro, Susana también tenía un amante. Se divorciaron al año, el ingeniero huyó con otra mujer y formaron una familia, dejando a doña Susa sola, con sus frustraciones.

Pero sólo eran cuentejos, los mismos que otras personas decían en secreto a voces. Como pensar que era una curandera, o una bruja. Todos falsos.

—Doña Susa, ¿cómo está? —dije, amablemente, ofreciéndole pasar.
—Te vale madres, hija. ¿Está tu mamá?
—No, está trabajando.
—Puta madre. Dile que el sonido de su refri no me deja dormir, y que a la próxima que lo escuche, voy a venir a desconectarlo y entregarlo a los del fierro viejo. A ver cuánto me dan por esa chingadera.
—Está bien, yo le aviso.
—Pero es en serio, chamaca. No quiero meter una queja. —Exclamó, acomodándose uno de sus cabellos teñidos en rubio, que contrastaba con su piel morena.
—Sí, señora. —Acentí con la cabeza.
—Señora, señora, ¡Ja! A ver si a mi edad te ves como yo. —Respondió ella, yéndose.