3. Anónima

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El joven se dirige a una mesa en el centro de la cafetería. La mesa era pequeña y circular y tenía tan solo dos sillas. Coloca su computadora portátil, su café y su pan en la mesa y toma asiento. Abre la tapa de su computador y comienza a leer su correo electrónico. Se encontraba muy concentrado escribiendo un correo, cuando de repente, el sonido de la campana de la puerta lo distrae. Lo extraño era que ya había entrado y salido gente muchas veces pero jamás notó la campana sonar. Su mirada se dirigió directamente a la puerta. El sol deslumbraba la mirada de Luis así que sólo se alcanzaba a ver la silueta de una mujer de baja estatura que acababa de entrar por la puerta, acompañada de  brisa un poco fría. Conforme la mujer se acercaba al mostrador, era más fácil verla con más detalle. Tenía pelo largo que le llegaba a media espalda, ondulado, color marrón oscuro. Usaba una bufanda verde limón, un suéter café oscuro, botas café claro y pantalones de mezclilla. No podía verle la cara en ese momento, pero algo de esta mujer le llamaba mucho la atención.

La mujer ordenó algo, pagó y se comenzó a caminar hacia donde estaba Luis. Pasó por delante de él, dejando un aroma a vainilla a su paso. Nuevamente, Luis la volteó a ver. La desconocida se sentó dos mesas por delante. Él intentaba concentrarse, pero había algo dentro de el que no lo dejaba. Se asomaba discretamente por encima del monitor de su computadora para observar a la joven que sostenía un papel con una mano, y lo leía cuidadosamente mientras tomaba su café con la otra. Ahora sí podía ver su cara claramente. Era de piel bronceada pero no muy morena. Tenía pestañas largas y rizadas color negro, cubriendo sus ojos color miel. Aquellos le recordaban al oro líquido. Tenía mejillas un poco coloradas naturalmente, una nariz pequeña y chata, y labios gruesos. No era una mujer fuera de lo común pero había algo de ella que la hacía parecer bastante atractiva. La joven mordía su lápiz, pensando arduamente en algo que estaba leyendo en su papel. Luis intentaba concentrarse en escribir su correo pero de nuevo su mirada se movía automáticamente hacia esa dama. Su café se había puesto frío, al igual que su pan.

Después de varios momentos de verla, la mujer intercambió miradas con Luis y le dirigió una sonrisa tímida. El parecía estar perdido en un trance, embobado con la muchacha. Ella rió silenciosamente y siguió leyendo. Luis pensaba: «Creo que debería de hablarle. No pierdo nada, ¿o sí? Vamos Luis... No seas cobarde, es tan sólo una muchacha. ¿A cuántas muchachas les has hablado?» Luis frotaba sus manos nerviosamente. Tenía demasiado trabajo como para socializar con alguna desconocida.

Se dirigió a su computadora de nuevo y comenzó a escribir. De vez en cuando, su mirada volteaba a ver a la joven quien seguía trabajando en sus papeles. «Vamos Luis, concéntrate.’’», pensaba repetidamente. Pasaban los minutos y los jóvenes se turnaban para mirarse por un momento y luego proseguir con sus actividades. Ambos sabían que ocurría algo extraño en este lugar. Eran desconocidos, pero sentían como si se conociesen desde hace mucho. Era extraño para Luis, ver a una persona y sentir tan conexión con tan sólo mirarla. No sólo el hecho de que era una persona desconocida, pero que ni siquiera fuera tan hermosa como para robar miradas. Era extraordinariamente simple y cautivadora. Luis tenía que ir a hablar con ella.

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