Capítulo Único

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Bebí un gran trago de esa bebida amarga y fuerte. Sentí como mi esófago escocía al instante. Hice una mueca algo extraña. Nunca me había gustado demasiado el alcohol, me quemaba y tenía un sabor extraño, pero no tenía mucho más que hacer.

Desde que me fui a la capital del país en busca de nuevas oportunidades, me quedé más solo que la una sin siquiera darme cuenta. Desde hacía unos días me sentía algo decaído, y pensé que si iba a pasar un rato en dónde solía haber mucha gente -como el bar en el que me encontraba- quizás podría conocer a alguien con quien ser amigo. Se me acababan las ideas.

Un suspiro traicionero escapó de entre mis labios, y se mezcló con la música sutilmente melancólica que danzaba en el aire del local en esos instantes. Quizás nunca fue una buena idea marcharme de Hokkaido. Di otro trago, dispuesto a marcharme ya de ese lugar tan descuidado y lleno hasta el techo de gente.

Sin embargo, unas risas estridentes llamaron mi atención. Había un grupo bastante ámplio de gente apiñada en un par de mesas. Me acerqué un poco para husmear, y pude darme cuenta de que estaban jugando a las cartas. ¿Qué encontraban de gracioso en eso?

Uno de ellos se levantó algo enfurecido, y se alejó de la muchedumbre , causando aún más risas por su parte. Luego noté un agarre en mi brazo, y alguien me tiró hasta allí.

-¿Quieres jugar, muchacho? - me preguntó uno de ellos.

-¿Qué? No - levanté las manos, como si con un arma me apuntaran - Solo estaba mirando.

-Venga anímate - me sonrieron con picardía.

-En serio, no, pero gracias - me excusé.

-No seas estirado.

Entonces me tiraron de nuevo y me sentaron en una silla vacía. Me encontré fente con frente con un chico joven, de pelo color del sol, atado por encima de su hombro, y ojos carmesí. Se le veía concentrado, y posó un mazo de cartas encima de la mesa, entre nosotros.

-Coge una carta, luego yo - habló tranquilamente - El que saque un número más alto reparte primero.

-...

-¿Qué me dices, compañero? ¿Aceptas el reto? ¿Apuestas?

Me dejó elegir a mí primero. Agarré una carta del montón, sin saber lo que realmente estaba haciendo. Luego él, y ambos la mostramos en el mismo instante. Un as de corazones apareció ante mis ojos.

-Vaya, eres un chico suertudo - me tendió el brazo, con el mazo de cartas en la mano - Todo tuyo.

Repartí las cartas entre los dos como si se me dara bien hacerlo. La verdad es que no, pero no quería quedar muy mal ante tanta gente. En el fondo, se trataba de un juego de mucho azar y saber poner cara de póquer, y quién sabe, quizás me llevaba un poco de dinero a casa, ¿qué tan mal podía salir?

Bien, en ese momento aprendí a no ser tan iluso. Fue una tras otra, sin antestesia. Las cartas no me coincidían y mi compañero rubio se llevaba las fichas a montones. Y yo siempre pensaba «Alguna ganaré, solo paciencia, vas aprendiendo, lo lograrás». Tonto de mí.

Se me vaciaron los bolsillos con la misma rapidez que el sol es comido por el horizonte. Y decidí apartar mis esperanzas. Me levanté de la mesa y me despedí de esa gente, triste y cabreado a partes iguales. No sabía cómo lo hacía, pero la gente siempre lograba engañarme para aprovecharse de mi poca experiencia en todo.

Mi hermano ya me advirtió de que tuviera cuidado con la gente. Qué poco caso le hice. Siempre pensé que sabía cuidarme yo solo, y sin darme cuenta me metí en la boca del lobo.

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⏰ Última actualización: May 16, 2021 ⏰

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