Capítulo 1.

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Otra noche más en la que me encuentro sola en el prado. Otra noche de soledad en la que me puedo quitar esa careta que esconde rechazo e insuficiencia.

Las pequeñas discusiones se han vuelto costumbre con mi familia. Cada día es una decepción más, sentimientos de insuficiencia inunda mi cabeza hecha un lío, y la sensación de asfixia no me deja pensar con claridad.

Extraño tanto cuando todo para mí era fácil. Cuando mi única preocupación era que mis muñecas estuvieran bien vestidas. Cuando esperaba ansiosa toda la semana hasta llegar el viernes para poder ir al bosque. Cuando llorar para mí era por un pequeño tropiezo, y mi fracaso era ser atrapada jugando al escondite. Y extraño cuando mi mayor miedo era la oscuridad.

Y ahora, todo a desaparecido.

Estoy en un mundo totalmente distinto donde la oscuridad a la que tenía miedo cuando era pequeña ahora es mi refugio.
Pero esta vez tengo más preocupaciones, más fracasos...

Doy la bienvenida a la oscuridad y abrazo a la noche. Sabía que esta noche también lloraría.
Los sollozos se quedan atrapados en el frío aíre nocturno mientras en mis mejillas las lágrimas caen.
Esta es la verdadera yo, un alma tan frágil que con el leve soplido del viento podría desvanecerse.
Dejo que el aire inunde mis pulmones mientras la brisa choca con mis rostro, dejando que la tempestad que llevo conmigo drenara un poco.

Me quedo observando el cielo estrellado. Podría estar horas contemplándolo sin cansarme.
Como hago siempre, intento encontrar las constelaciones y recordar el pasado que esconde cada una de ellas.

Mi favorita sin duda es la historia de Casiopea. Poseidón la situó en los cielos atada a una silla en una posición tal que, al rotar la bóveda celeste, queda cabeza abajo la mitad del tiempo.
La constelación de Casiopea se asemeja a este trono, que originalmente representaba un instrumento de tortura. Casiopea no siempre se representa atada a la silla como tormento; en algunas  sostiene un espejo, símbolo de su vanidad, mientras que en otras sostiene una hoja de palma, un simbolismo que no está esclarecido.

Recuerdos de cuando él y yo veníamos a ver las estrellas aquí ve vienen a la cabeza, e inevitablemente mis pensamientos vuelven a esa persona; a Elijah.
Sacudo la cabeza para echar todos esos momentos que me atormentan, noto que me arden las mejillas y los ojos empiezan a amenazar con inundar mi rostro de lágrimas.

Solo han pasado dos semanas desde que su vida se me escapó de las manos. Dos semanas teniendo pesadillas de cómo sus ojos se iban apagando.
Dos malditas semanas que se me han hecho años en las que mi vida cada vez tenía menos sentido, y los días solo van de mal en peor.

Él era un chico de mi edad, de una familia humilde de cazadores y muy querida.
Vivíamos en la misma aldea, y poco a poco nos fuimos conociendo.

Fue la luz que alumbró mi vida después de mucho tiempo.

Él era vida, la pura definición de la palabra. Era inteligente y cariñoso y amaba todas las cosas. Incluso a mí, el desastre en carne y hueso.

Elijah disfrutaba de las cosas más sencillas y más tontas. Yo no era como él. Era más cínica, sobretodo después de haberla cagado tantas veces. Pero él me escuchaba cada vez que mi ira alimentaba un error.

El día que cumplí 17 años ayudó a mi padre a limpiar el salón de mi casa después de que yo lo destrozara derramando pintura negra sobre los preciosos cuadros de mi madre tras una discusión.

Tampoco me preguntó por qué había deseado estar muerta en más de una ocasión.

Jamás me juzgaba, y conseguía apaciguarme de un modo que yo era incapaz de hacer.
Siempre pensé que él sería la razón por la que lograría seguir adelante y ser una mejor persona.

Nunca se me ha dado bien ocultar lo que pienso de la gente, así que no me resultaba muy fácil que digamos hacer amigos. Él siempre me decía que no pasaba nada, que era perfecta tal y como era; que simplemente era demasiado sincera y que tendría que ser él quien interpretara el papel de mentiroso en nuestra relación.
Elijah fingía que le caían bien los ricos y nobles pretenciosos con vestimentas caras llenas de lujosas joyas. Pero siempre era agradable con todo el mundo, y todos los querían.
Como siempre estábamos juntos, la gente empezó a aceptarme a mí y a mi actitud. Supongo que él lo compensaban con su encanto. Él era lo que me excusaba ante el mundo, porque parecía ver algo en mí.

Pero todo lo bueno llega a su fin.
La única persona que me aceptaba y quería, me abandonó.
Y fue culpa mía.
Todo por un maldito e inoportuno error.

Maldigo el día en el que le propuse salir con los caballos por el bosque cerca del palacio real. Aunque a él no le parecía buena idea, acabó viniendo para que no fuera yo sola.

Lo que no sabíamos era lo que nos esperaba al final del trayecto.
Cuando más nos acercábamos al final, más cerca estábamos de lo que cambiaría nuestras vidas por completo.

Nos pareció oír a una mujer suplicando a gritos que la dejaran marchar. Oíamos otras voces de fondo, pero no supimos identificarlas.
No estoy muy segura de lo que ví ni oí debido ya que Elijah no paraba de decirme que nos marchásemos. Que fuese lo que fuese, no nos incumbía.

Pese a que tenía un mal presentimiento y la curiosidad me corrompía por dentro, cedí a irnos del lugar, pero un fuerte estruendo, o mejor dicho, un grito, alarmó a los caballos haciendo que el de Elijah se pusiera sobre sus patas traseras y que este, cayera al rocoso suelo.

Las rocas. Las malditas rocas.

El duro sonido de mi salvación impactando con el suelo me sigue atormentado por las noches, incluso por el día.

Mientras asimilaba la situación, veía el cuerpo retorcido de Elijah, el cuerpo junto al que estuve dos horas antes de que alguien nos encontrara.
Intenté parar la sangre que no paraba de salir de su cabeza, pero fue en vano.

Yo, de una familia de curanderos, fui incapaz de hacer nada mientras su corazón luchaba por seguir latiendo.

El modo en que el suelo se tiñó de rojo me impedía mover los brazos. Pero lo intenté y lo intenté, y gritaba mientras mis manos intentaban hacer algo útil.

Mi amor no se movía, no emitía sonido alguno, y yo le grité, y le grité a su cuerpo y al universo entero mientras luchaba por salvarnos.
El universo me traicionó de la manera más cruel y todo se oscureció cuando su rostro se volvió pálido y sus brazos se tornaron laxos.

Ahora lo agradezco.

Agradezco que mi cuerpo desconectara después de su muerte y que no me viera obligada a permanecer allí quieta, mirando aquel cuerpo que ya no era él, y deseando de algún modo que volviera conmigo, o que me llevase con él para no tener que luchar yo sola otra vez.

Un ángel caído Donde viven las historias. Descúbrelo ahora