Capítulo 3.

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1 años más tarde. Presente.

La pequeña casa se queda sumida en el silencio. No se oye nada más que los ronquidos de mis padres y algún grillo solitario, lo que me indica que todo el mundo se ha dormido.
Me incorporo lentamente sobre mi cama, intentando no despertar a mi hermana Adara, con la que comparto habitación.
Su cuerpo está pegado al mío, por lo que en un intento de levantarme de la cama, suelta un pequeño gruñido.
Por un momento pienso que va a abrir los ojos y me va a pillar con las manos en la masa, pero para mi suerte, no lo hace.

Nunca me han pillado escapándome de casa por la noche, pero siempre hay una primera vez, ¿no?
Además, mi madre esta más tensa y cabreada que nunca, y estoy segura de que si me llegara a pillar, me echaría al bosque a mi suerte.
Aunque he de admitir que sería mil veces más feliz allí, que aquí rodeada de gente sintiéndome sola por dentro.

El otro día pillé a mis padres hablando en la cocina que corren rumores de algunas aldeas de Áragon han huido del reino, marchándose a las profundidades del bosque a las afueras de la muralla.
No sé la razón de este hecho y tampoco me importa mucho. A decir verdad, nunca me cayeron bien todos en general.

Tampoco hay mucha relación entre las pocas aldeas del reino. Cada una vive de manera autosuficiente, intentando llegar a fin de mes con un plato de comida caliente en la mesa y procurando mantener vivos a cada uno de sus seres queridos.
Esta, sin duda, es la parte más complicada.

Áragon se encuentra en una pequeña isla aislada. Tampoco sé que hay más allá, ya que un enorme muro de piedra nos impide salir. Mis padres dicen que el muro nos protege y deberíamos estar agradecidos. Y una mierda. Además, ¿de qué nos tenemos que proteger?
Seguramente será otra de las muchas mentiras que se han inventado lo de la Corte para tenernos retenidos.

Siempre tan pretenciosos, sin mostrar emoción alguna, como una caja misteriosa llena de secretos y sorpresas.
Apenas salen de Palacio, todos desconocen lo que ocurre tras esos muros.
Nadie entra, nadie sale, parece que ningún alma viva allí.

A nadie parece picarle la curiosidad por saber que hay tras esas gruesas paredes de palacio.
Solo me han contado historias de fantasmas para asustar a los niños.
Los de mi escuela solían burlarse de mí por querer entrar, conocer qué se esconde al otro lado de la barrera que nos aísla de todo lo demás.
Pero sinceramente, me dan más pena ellos por tener una vida monótona y aburrida, ¿cómo no les puede importar tal cosa?

Miles de ideas exóticas rondan por mi cabeza sin parar imaginándome como puede ser aquello.

Mi madre me solía decir que no hay nada bueno para nosotros allá, que aquí tenemos una vida tranquila sin problemas. Que mientras los de allí arriba no nos molesten y nos permitan cazar en los bosques, no debemos preocuparnos.
Desmintiendo todas esas historias que contaban de palacio y aberraciones que se cometían.

Puede que tenga razón. O puede que no.

Sumida en mis pensamientos, me dispongo a salir de la habitación de una vez por todas.
Me vuelvo para volver a comprobar que Adara sigue en el quinto sueño.
Su rostro está completamente relajado. Su largo cabello castaño le cae sobre la frente y se le pega a la piel debido al sudor. Tiene las mejillas coloradas, lo que hace que le resalten las pecas que tiene. Su boca está entreabierta y le cuelga alguna que otra baba, aun así, sigue siendo hermosa.

Aunque no lo quiera admitir, siempre le he tenido celos, era la favorita de mamá y nunca le faltó de nada.
Tiene una figura prácticamente perfecta y posee una belleza que te deja sin aliento, literalmente. Y por si fuera poco, tiene unos ojos verde esmeralda que hacen que te pierdas en ellos cada vez que los miras. Y no como yo, que tengo unos ojos color marrón en los que es imposible ver un mínimo de luz.

Siempre tenía a miles de chicos detrás, le alagaban y le soltaban cumplidos a todas horas. Patético.
Aunque cada vez que alguien me dice algo bonito lo mando a tomar viento, me gusta tener un poco de atención, por no decir toda...

Tras admirar lo perfecta que está dormida, salgo del dormitorio y cierro la puerta intentando no hacer ruido.
Paso por delante de la habitación de mis dos hermanas pequeñas, Cristel y Elora, la reencarnación del diablo en el cuerpo de unas niñas de 10 años.
A simple vista parecen una ricura con su melena rubia y ojos verdosos, pero atrévete a llevarles la contraria y a la mañana siguiente tendrás toda tu ropa agujereada y con mensajes amenazadores.

Finalmente, llego a la puerta principal y la abro con cuidado con tal de que no chirríe el pomo oxidado. Al abrirla, una leve brisa nocturna choca con mi rostro y se me pone la piel de gallina.
La calle está totalmente vacía y da incluso un poco de miedo ver las casas sin vida.
Las casas de mi aldea son todas del mismo tamaño y de la misma forma.
Están construidas en cemento gris, con pocas ventanas, formando rectángulos funcionales y económicos.
En vez de césped hay malas hierbas, y las campanillas al lado de las puertas de metal mate. Puede que haya alguien que lo considere lúgubre, pero a mí me reconforta su simplicidad.
La simplicidad no se debe a que despreciemos la singularidad, como a veces lo interpretan otros habitantes de Áragon.
Si tenemos poco, deseamos poco y todos somos iguales, no envidiaremos a nadie.
Intento que me guste.

En esta zona, solo habitan cazadores y curanderos, ya que en Áragon estamos separados los unos de los otros: por un lado los herreros, los pescadores, ambos aún viven en las aldeas cercanas.
Por otro lado los chamanes y hechiceras, que juntos han marchado al bosque por razones desconocidas.
A decir verdad, no estaban muy cuerdos y destacaban por sus locuras y engaños.

Antes, solía ver la vida de diferente manera, pero a uno el dolor le cambia. Y nunca olvidaré como los de la Corte justificaron los gritos que escuchamos Elijah y yo aquel día.
Sé lo que oí, había alguien suplicando por su vida. Y no me voy a quedar de brazos cruzados.
Se salieron de rositas y nadie dijo nada. Mientras que yo había perdido al ancla que me mantenía a flote.
Todos me dieron la espalda, nadie me creía, por lo que empecé a crear un odio descomunal hacia todos. Desde entonces, mi visión se ha vuelto negativa, más de lo que ya estaba.
Los demás seguían viviendo su vida, y yo deseaba cada día que hubiese sido yo quien se hubiera caído del caballo.
Aunque nadie lo diga, sé que preferían que yo hubiese tenido el accidente. Él daba amor y esperanza, yo solo doy decepción y angustias.
Pero con el tiempo, he aprendido a vivir con el dolor, y aunque cueste mucho, ha seguir adelante.

Me desvío por un sendero que lleva a un pequeño bosque hasta llegar al viejo establo de padre.

Esta noche necesito escapar de esta cruda y asfixiante realidad. La gente piensa que todo es magia y alegría en este apestoso reino, y solo puedo sentir pena por ellos por vivir dentro de una burbuja que, tarde o temprano, acabará explotando.

Mis padres tienen toda la vida de mis hermanas y la mía planificada, y eso me agota. A ellas no parece importarles, pero yo no encajo en ese mundo, por no decir que no he aprobado nada en la escuela y cada vez que veo sangre me mareo.

¿Cuándo me enseñaron a perder la felicidad ? Me siento aquí, sola, en este sitio aburrido llamado hogar del que probablemente no saldré nunca, condenada a ser quien no quiero ser.

Necesito tiempo para llorar lo que aún no he llorado, dañar lo que aún no he dañado, extrañar lo que aún no extraño y vivir lo que aún no he vivido.

Dicho esto, al llegar al pequeño establo, monto al caballo de mi padre, Eranthe, que es de un negro azabache.
Para mí, es el caballo más bonito, fiel y fuerte que haya existido nunca.

No importa las veces que lo monte, nunca me cansaré de sentir como dos almas totalmente diferentes forman una sola cuando cabalgan juntas por los sederos sin rumbo.

Cada vez que lo acaricio me transmite una tranquilidad incondicional, y la sensación de fundirnos en un solo ser es exquisita.

Es irónico que aprecie más a un animal que a cualquiera de mi familia, aunque los quiera de todo de corazón, a veces no hay quien los aguante.

Sin pensarlo dos veces, me subo en él en un rápido movimiento y salgo galopando a pelo lo más rápido que puedo del establo sin echar la vista atrás, adentrándome en el pequeño bosque más y más .

Así soluciono los problemas, huyendo de ellos.

Un ángel caído Donde viven las historias. Descúbrelo ahora