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En una calle vacía, una mujer mira en silencio el color rojo del semáforo. Los autos estacionados se vuelven la única compañía y sus vidrios empañados por las gotas de lluvia dan al lugar un aspecto triste y melancólico.

El semáforo cambia a color verde y la mujer voltea hacia la calle frente a él, buscando algún carro que le haga caso, pero está vacío.

Camina por la misma calle de la avenida por la que llego. La lluvia regresa a la pequeña ciudad, pero nadie le nota más que la solitaria mujer. La única mujer que va por la calle mientras que el resto de la ciudad duerme.

Ella tiembla, pero no se lleva las manos para darse calor porque sabe que no ayudara en nada. Recuerda vagamente el abrigo en la silla frente a la puerta de salida de su casa, piensa en las razones que tenía para dejarlo y se arrepiente.

"Es el amor". Cree.

Pero no es la primera vez que hace cosas como esa. Mira de nuevo el semáforo detrás de ella y regresa la mirada antes de que alumbre verde de nuevo. En noches silenciosas, no faltan miradas curiosas, y en el caso de ella, las miradas son como cuchillos que desgarran con sus verdades ocultas y supersticiones la parte más profunda de su alma.

Tiembla nuevamente y agarra el bolso en su hombro para llevárselo a la cabeza. Aunque esté totalmente empapada, sabe que eso es exactamente lo que él le diría que hiciese, aun si eso no tiene mucho sentido. Siempre consideraba que tenía razón, y eso era lo que a ella la volvía loca. Jugar a quien sabía más siempre había sido el momento perfecto para arreglar cada grieta en su relación.

La mujer quiere voltear de nuevo, pero no puede, y lo sabe; ya es muy tarde.

Revisa la calle en la que va y su única compañía sigue siendo el ruido de las gotas de lluvia al caer sobre el tejado de chapa del supermercado frente a su paso, cerrado. Y como no, si la hora no permite ninguna infracción de atenciones.

La mujer sonríe. Ama todo eso; los misterios, el silencio y la soledad. Todo en una sola noche. Él sabría cómo mejorar todo para que esa parte ella deje de sentirse tan desgraciada, para evitar esa pequeña voz dentro de ella que le decía que su soledad estaba mal.

"Es por amor". Piensa.

Pero no pude asegurar si el amor es culpable de su dolor o de su propia felicidad antes de todo. No lo sabe, nunca lo supo. Siempre fue muy inútil para esas cosas, y la confusión era pan de cada día en su rutina amorosa. No lo podía evitar, le gustaba que fuera así; simple y complicado a la vez.

Pero siempre hay una excepción para todo. Aunque solo sean efímeras y algo olvidadas. Allí estaban, allí están. Y siempre aparecen en algún instante.

La avenida ya quedaba atrás, dobla a la derecha y sigue su recorrido. Al final de la calle puede escuchar el ruido de cristal, caer y romperse en el suelo. Sin detenerse, levanta la mirada y observa al grupo de jóvenes que caminan entre risas y tambaleos por medio de la calle hasta llegar al callejón frente a su partida. Allí desaparecen.

"Típico". Piensa ella, y no puede evitar recordar la última vez que hizo eso. La última vez que rio a carcajadas, tan fuertes como para ser escuchadas en la esquina contraria.

"Es por amor". Supuso.

Y es que no había mejor forma de ser feliz y reírse que por puro amor. La calle solitaria seguía siendo la única vista, la lluvia comenzaba a cesar y el bolso regreso a su lugar principal. Las piernas le temblaban, pero la postura y la mirada seguía firme al frente. Lista para llegar a su destino.

La mujer llegó a la quinta avenida y miro a ambos lados. La izquierda estaba plagada por el ruido de los autos y las discotecas. La derecha se mantenía vacía y callada, con el único espectáculo de un parque de rosales mucho más allá. Un parque ella no necesitaba ver para saber que allí estaba.

Con una pequeña vacilación miro por última vez a su derecha y dirigió sus pies a la izquierda.

Un pequeño cambio de ajustes en el mundo representa un planeta nuevo para algunos...

La Mujer del SemáforoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora