Comienzos. (1)

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_Me gusta la lluvia.

_Pero usas paraguas, ¿no es así? Eso es como decir que te gusta el sol, pero siempre buscas una sombra donde refugiarte de sus molestos rayos de luz. A mí me gusta la lluvia, me gusta ver las gotas caer, me gusta escuchar el sonido de esas formas o aladas colapsar con el primer objeto con el que entran en contacto. Me gusta sentir la lluvia, me gusta sentir la sensación de esas bolas de agua chocando contra mi cuerpo, como primero colapsan pero luego van recorriendo lentamente mi piel. Por eso opino que si no te gusta eso, no te gusta la lluvia, ¿no crees?

Eso dijo aquella chica de pelo rubio con bucles perfectos, ojos azules como un mar en el que casi se podían apreciar las olas chocando contra un acantilado. Era de estatura mediana, alrededor de 1,60. Si te fijabas, podías apreciar unas pequeñas motas en su cara que se hacían pasar por pecas. Y una sonrisa, una sonrisa que no se podía comparar a ninguna otra. Dicho aquello, me sorprendí levemente, pero me sonreí y cerré el paraguas.

_Tienes razón. Tan observadora como siempre, ¿verdad, Ray?_ Ella volvió a dedicarme una de sus encantadoras sonrisas.

_Así me gusta, Greta._ Respondió ella.

Greta

9 de febrero de 2006, Bretaña.

_¡Eres una vergüenza, no sirves para nada, el día que me dijeron que estaba embarazada debí haberte abortado, pedazo de mierda!_ Golpe tras golpe, era lo que recibía mi cuerpo. Apenas estaba consciente, pensé que me mataría en cualquier momento. Lo único que sentía era la espesa y caliente sangre del suelo, mi propia sangre, brotando de mi cuerpo y los escandalosos gritos de mi madre. Mi padre la abandonó poco tiempo después de la noticia del embarazo. La mujer seguía desahogándose en mí, al fin y al cabo yo era el ser que le había arruinado la vida. Minutos más tardé, abrió la puerta en un brusco golpe y me echó de allí. En parte me alegré, no podía más. Me empujó, lo que provocó que cayera al suelo. Traté de levantarme, apenas con fuerzas, para empezar a alejarme a paso lento de aquel lugar. Caminaba mientras me balanceaba a los lados, sin apenas equilibrio. Al atravesar la puerta del portal, vi a un hombre que juraría no haber visto en mi vida. No le di demasiada importancia, seguí caminando con cuidado de no caer. Me oculté en un callejón sin salida. Llovía y hacía mucho frío, lo que provocaba temblores en mi cuerpo. No tuve tiempo de llevarme una sudadera, lo único que tenía de abrigo era un pijama.

_¿A entrado, jefe?

_Sí, esto va a ser muy fácil. Volaremos el edificio y nos quedaremos a la cría.

_De acuerdo, jefe._ Se cortó la señal de aquellos transmisores. Aquella noche, en aquel oscuro callejón, sola y con todas las evidentes marcas de mi cuerpo, viví algo que jamás olvidaré. Todo fue demasiado rápido, apenas me dio tiempo a reaccionar. En apenas unos segundos, vi todo lo que había sido mi hogar volar por los aires, junto con aquella mujer que no merecía el título de madre. Me quedé en shock, hasta que la presencia de unos hombres que se acercaban lentamente a mí me sacaron de mi trance. Empecé a gritar y a llorar con desesperación. ¿Qué voy a hacer yo ahora? Me preguntaba.

_¿Cómo te llamas, pequeña?_ Me preguntó un hombre, bastante alto e imponente. Tenía gesto orgulloso, llevaba un chaquetón negro bastante grande, junto con una camisa blanca y unos pantalones negros. Los hombres situados detrás de él vestían de forma parecida. Su pelo era negro y sus ojos eran marrones con un tono rojizo, reflejaban una expresión sádica, algo escalofriante. Por esto mismo, me imaginé que sería el jefe de todos ellos.

_Gr- Greta, ¿quiénes son ustedes? ¿Por qué ha explotado mi casa?_ Empecé a llorar con más fuerza. Aquel hombre trató de calmarme.

_Tranquila. Te aportaré un hogar y serás cuidada. Empezaremos por curarte las heridas._ No sabía si fiarme del todo, me daban bastante miedo, pero sabía que si me quedaba en aquel callejón moriría de cualquier forma. Me llevaron a un edificio bastante grande, pero a la vez muy discreto. Era un rascacielos negro, cosa que desde siempre me ha gustado. Por dentro era bastante minimalista, todo un ambiente de tonos blancos, grises y negros. Me llevaron a una de las habitaciones. Era bastante lujosa, la cama era matrimonial. Tenía dos mesitas de noche. En la pared, un armario cuya puerta era un espejo enorme. También había un tocador con unos cajones amplios. Había un baño, con ducha, bañera, un espejo y otro mueble con cajones.

La mafia de los corazones rotos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora