Un mujeriego y niños esclavizados.

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"No puedo hacer nada". Aparentemente nadie podía, pero si no me hubieran secuestrado, no estaría allí en primer lugar. Me daba asco, todo me daba asco. Me encontraba en mi habitación, vistiéndome. Como cada mañana, Enzo y yo teníamos asignado entrenamiento en el gimnasio, siempre quedábamos a las puertas 10 minutos antes. Esperé allí los 10 minutos, luego 10 más, luego 30 más... estuve esperando 1 hora y media. Me rendí y opté por ir a buscarlo a su casa. _Tal vez se ha dormido._ Pensaba de camino hacia allá. Me planté en la puerta, estaba dispuesta a golpear hasta que escuché una voz femenina hablando. Pocos segundos después, escuché una segunda voz, también femenina.

_La madre que lo-._ En una situación normal hubiese optado por gritarlo allí o irme a mi casa, pero decidí jugar mejor mis cartas. Llamé al timbre un par de veces. Después de unos minutos, Enzo abrió la puerta.

_Ay Dios..._ Dijo, al verme.

_¿Quién es ella? ¿Va a unirse?_ Preguntó una de las chicas. Sentí mi sangre arder como jamás la había sentido. Respiré hondo, muy hondo y entré un poco en la casa apartando a Enzo de un pequeño empujón. Me dirigí a la chica que había preguntado, con una sonrisa algo forzada.

_No, verás querida, me encantaría pero me temo que hoy no voy a poder unirme._ Hablé en un tono fingido._ De cualquier forma me encantaría aclarar que no está bien hacer un puto trío con alguien a quien acabas de conocer._ Me acerqué mucho a Enzo, quedando básicamente a centímetros de su cara._ Sobre todo si esa persona está comprometida._ Me quité el anillo al que menos aprecio tenía y se lo lancé al pecho, me fui de allí, fingiendo estar indignada. No pasó ni un minuto, empecé a escuchar algunos gritos de enfado de las dos chicas, lo cual hizo que me sonriera. Por lo menos había un punto a mi favor, tendría la mañana libre. Me la pasé en mi cuarto escuchando música. Después de una media hora, escuché que llamaban a mi puerta. Ignoré la primera, la segunda y la tercera vez. A la cuarta parte de mi paciencia se agotó.

_¡¿Qué coño quieres?!_ Pregunté, mientras me quitaba con desgana mis cascos.

_Ah... quería hablar contigo._ Obviamente era Enzo.

_¿Qué pasa, te has traído a tu súper grupito aquí para montarnos una fiesta? QUE TE DEN POR EL CULO._ Estaba enfadada, muy enfadada. No me importaba lo que hiciera con su vida sexual, lo que me jodía era que me dejara plantada.

_No, más bien quería disculparme y devolverte tu anillo._ Lo medité unos segundos. Por lo menos se había tomado la molestia de ir hasta allí, así que decidí escucharlo. Con desgana me levanté de mi cama y le abrí la puerta.

_¿Qué?_ Le pregunté, con notable molestia.

_¿Podrías... dejarme pasar?_ Rodé los ojos y me aparté de la puerta. El entró y cerré de golpe.

_Bien, ¿ahora qué mierdas quieres?_ Metió su mano en uno de sus bolsillos y sacó mi anillo, lo tomé y volví a ponérmelo en el dedo._ Gracias._ Respondí secamente.

_Ray me ha dicho que tenemos un encargo._ Suspiré con molestia.

_¿De qué se trata?_ Le pregunté.

_Traidores. Hay que matarlos.

_Bueno, como sea._ Me levanté de mi cama y me dirigí a donde solían encontrarse los traidores. Allí maté a mi primera persona. Llegamos a la habitación a donde estaban todos los reclusos.

_Empecemos de una vez._Dije, sacando mi cuchillo.

_Mechitas, te noto molesta.

_No te aguanto._ Le respondí, clavándole el cuchillo a uno de ellos.

_Eso es porque no me has dado la oportunidad como para conocerme de verdad, sólo me conoces por trabajo._ Él también mató a uno de ellos, clavándole el cuchillo en la cara._ Disculpe, caballero.

La mafia de los corazones rotos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora