Día 6: Amigos de la Infancia

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No era la primera vez que lo alejaban así de su familia, de hecho era habitual que Servicios Sociales se involucrara en este tipo de casos. Era la quinta vez que su padre se enfrentaba a los cargos de asociación ilícita y no sería la última; la diferencia radica en que sólo había pasado una semana desde la muerte de su madre y por primera vez sería enviado solo a una especie de orfanato. Su querida gemela Molly había logrado escapar de la casa antes que llegara la policía. Su hermano mayor Aaron se encargó de ello; Henroin ordenó a su primogénito que la ocultara por mientras se investigaban su red de influencias y estado financiero.

Seguramente el procedimiento duraría poco más de un mes, ya que la mafia tenía la facilidad de hacer desaparecer toda evidencia incriminatoria del almacén de la policía y tampoco escatimaba a la hora de sobornar a los magistrados para zafar de estas situaciones.

No sería algo nuevo para el joven Anthony. A sus cortos 10 años, ya había experimentado todo tipo de procedimientos legales y pasado por diversos hogares temporales durante el periodo que duraban los juicios. Su expediente había pasado por manos de diversos profesionales que habían hecho lo posible por procurarle una nueva familia a los gemelos, pero el resultado siempre había sido el mismo: algo misterioso ocurría que evitaba que se concretara la adopción. A pesar de ello se sentía inquieto, tenía un presentimiento extraño de que algo iba a salir mal esta vez. Es cierto que sabía defenderse, su padre y su hermano lo habían entrenado bien, pero prefería mantener un perfil bajo. Evitaba meterse en peleas y se aislaba del resto de los niños.

Y justo ahora todo se había arruinado.

Era la medianoche de su primer día en ese orfanato y Anthony estaba jadeando sobre el cadáver de otro joven, tres años mayor que él. Se había quedado en shock tras quebrarle el cuello a ese infeliz. Cerró los ojos, tratando de estabilizar su respiración y tranquilizarse, mientras repasaba mentalmente lo que sucedió más temprano ese día.

Después de que la asistente social lo dejara al cuidado del Orfanato Hope en Nueva York, trató de pasar inadvertido e ignorar a todo el que se le acercara. Sin embargo, tuvo la mala fortuna de encontrarse con un adolescente que parecía empeñado en llamar su atención, lo estuvo molestando desde el momento en que lo vio; sus primeros acercamientos eran cordiales, pero era evidente que sus verdaderas intenciones eran tratar de sacarle cualquier tipo de información. Anthony estaba consciente de que la razón era principalmente debido a los negocios de su familia. No obstante, empezó a recibir comentarios acerca de su apariencia, lo cual le pareció extraño. Era cierto que Anthony tenía una apariencia delicada y atrayente que destacaba entre los demás niños de ese hogar: Tenía cabello rubio, ojos azules, pecas y prácticamente era el niño más blanco.

Su acosador se llamaba William, era caucásico de cabellos negros y ojos verdes. Pertenecía a una familia racista y con ancestros esclavistas del sur del país. Tenía muchas cicatrices, siendo la más notoria, una que estaba en la parte derecha superior del cuello. Era básicamente un delincuente que estaba de paso en aquel lugar mientras localizaban a sus padres. Por supuesto que se tomó a mal la indiferencia del niño italiano, cuando lo vio supo que sería su ticket de entrada a la vida criminal llena de status y riquezas que creía merecer. Iba a enseñarle que con William McLeod no se juega. Se despertó en medio de la noche y abandonó el dormitorio común en silencio. Avanzó por los pasillos con paso sigiloso, podía escuchar los ronquidos del guardia nocturno. Se dirigió al sector más aislado del orfanato; en ese lugar sólo se quedaba aquel chico raro y callado, era espeluznante, decían que era el hijo bastardo de una bruja africana, que había hecho un pacto con el diablo y un sinfín de otros rumores.

El no creía en nada de esas cosas, pero ya había aprendido a mantenerse alejado. Hace dos años, intentó quitarle su almuerzo y aquel chico moreno respondió clavándole un lápiz en el cuello; aún recordaba esa risa maníaca. Desde ese momento, fue recluido en esa zona y aislado del resto de los niños.

Anthony estaba en esa misma área, a un par de puertas de ese niño. No podía dormir, así que se puso a explorar el lugar. Le recordaba a la antigua casona donde vivió, aquel tiempo en que su madre estaba viva y fue feliz. El joven rubio esbozó una mueca triste al recordarla, le hacía tanta falta. Gracias a ella conoció la parte bella de la vida, la música, el arte y la cocina; actividades que no eran apropiadas de un hombre.

-¡Hola pequeño! Qué curioso encontrar a alguien por aquí ¿Estás perdido?- Anthony se sobresaltó quedando con su espalda pegada a la muralla.

Frente a él, un muchacho de cabello castaño de unos 15 o 16 años lo miraba con una gran sonrisa. Sus ojos eran rojizos y vestía una camisa blanca con suspensores y unos pantalones de tela algo desgastados por las polillas. Anthony lo observó atentamente y estaba seguro que no lo había visto cuando llegó.

- Oh, disculpa mi rudeza. No pretendía asustarte. Hace tiempo que no veía a otra persona por aquí y mucho menos a alguien tan pálido jajaja.

-N-No me asustaste y no soy pálido. Ya me voy.

Anthony se dirigió a los baños, dejando al sonriente moreno verlo marchar. Había escuchado a alguien merodear los pasillos, pero los pasos eran diferentes. Las pisadas del niño rubio eran mucho más ligeras y tenían un ritmo más decidido que el que escuchó hace un rato.

El baño era un corredor en forma de L, Anthony avanzó por la fila de las duchas y giró hacia la zona del final, donde estaban los urinarios. Se miró al espejo mientras abría el grifo del lavabo para refrescarse. Justo cuando se lavaba la cara, escuchó una de las casetas abrirse lentamente a sus espaldas. Apenas sintió el roce de una hoja afilada en su piel, sus instintos se activaron y comenzó a forcejear, sólo debía inmovilizarlo o dejarlo inconsciente para después salir a avisar al guardia.

Pero la había cagado. Nada podría ser peor.

-¡Qué fantástico espectáculo! No creo haber visto tal demostración de habilidad y audacia antes, mon petit ami.

Anthony levantó la vista ante el moreno que seguía riendo y halagando su actuar. Un escalofrío le recorrió la espalda. Sin duda era un loco, cómo podía alguien estar tan tranquilo al descubrir un asesinato.

-Oh ¿dónde están mis modales? El nombre es Alastor mi querido albino y no pongas esa cara, no le diré a nadie. De hecho, quiero ofrecer mi asistencia para disponer de esa carcasa vacía. Es descortés dejar la basura tirada así.

-Eh...¿Por qué quieres ayudarme?

-Es lo menos que puedo hacer, después del entretenimiento que me has brindado. Ven conmigo, te mostraré.

Alastor cargó el cadáver con facilidad, siendo seguido por el perplejo italiano. Lo condujo a una habitación con muchos recortes pegados y símbolos extraños tallados en las murallas. También había un estante con varios libros apilados y un gran baúl al costado de una cama. Alastor era muy carismático y entusiasta, si bien Anthony se vio inclinado a responder todas sus preguntas por temor, luego se relajó al descubrir que compartían muchas afinidades. Ambos disfrutaban del mismo estilo de la música y también compartían el gusto por la buena mesa, aunque Alastor se guardó algunos detalles sobre sus cortes favoritos de carne para no perturbar al menor. Pero quizás lo más significativo que compartían ambos, era la presencia de una madre extraordinaria y la melancolía que les carcomía el alma con su ausencia.

Alastor fue abandonado por su padrastro en un orfanato tras la muerte de su madre y debido a sus singularidades, fue transferido de un lugar a otro. Debido a un gran incendio en New Orleans, los huérfanos fueron redistribuidos en diversos hogares a lo largo del país y Alastor fue localizado temporalmente en Nueva York por un par de meses.

Ninguno imaginó que encontraría un amigo aquella fría noche del 22 de enero de 1919.

Lamentablemente la estadía de Anthony sólo se extendió unos tres días más y Alastor sería transferido de vuelta a su ciudad de origen en New Orleans. Tras la muerte de su padrastro y la ausencia de tutores que se hagan responsable, se dictó sentencia para emanciparlo; A sus cortos 16 años sería considerado un adulto ante la ley.

Anthony se despidió de su loco amigo, que no le gustaba el contacto físico y que siempre estaba sonriendo. Por la naturaleza delictiva del negocio familiar, no podía prometer mantener el contacto con Alastor a través de cartas, sólo podía esperar que la vida los volviera a juntar.

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