Marcos

26 1 0
                                        

11 de julio de 2019

Tenía la impresión de ser parte de un nudo ajustado que no se podía deshacer y de hacerlo, tendría miedo a que todo cuanto me rodeaba cambiase conmigo. Era de esperar que en aquellos momentos solo pensara en volver a casa y tratar de olvidar todo lo que había sucedido, pero la llama que se encendió hace tantos años gracias a Alejandro y que por la misma razón desapareció, volvió a aparecer delante de mis ojos como un fantasma, esperando a que la volviera a sentir en mi propia piel.

Nunca he tenido el don de la prudencia, siempre he preferido dejarme llevar por los sentimientos o por donde la vida prefería llevarme. Nunca fui capaz de controlar ese sentimiento o ese don hasta que Alejandro murió. Con él murieron mis ganas de experimentar o desviarme de un camino que no fuera seguir adelante con mi vida. No desparramé una lágrima después de unos días de su muerte. Ni realicé ninguna acción que mis padres no aceptaran.

Aquello iba a cambiar en el momento en el que pusiera un pie sobre mi casa del pueblo. Trataría de meterme en el fondo de aquel río de misterios que solamente fue en aumento en aquellos tres años que estuve ausente. Corrí expulsando risas sin sentido que solamente añadieron excitación en aquel día que por fin aparecieron mis ganas de bailar, de reírme y de vivir una vida en general.

Giré la llave y entré con ya más calma en mi interior. No sabía que hacer para descubrir que ocurría en aquel pueblo y qué escondía entre las ramas de sus árboles o las palabras que el viento escondía tan codiciosamente. Tal vez todo aquello que mi mente trataba de averiguar se disiparía tomándome un café frío que acompañase a ese calor de verano.

Entonces me decidí a averiguar la realidad que escondía la muerte de Alejandro. Alguien la había enmascarado para que nadie supiera la verdadera apariencia de esta. Sabía que ir al cementerio y cavar hasta ver si su tumba poseía su cuerpo sería de las últimas opciones que accedería a realizar. Lo que sí que sabía que podría hacer es hablar con alguien que sí podía hacer que pudiera acceder al archivo que indicaba su muerte o una foto en la que pudiera ver con mis propios ojos que había muerto. Esa persona era Marcos.

Aún estando a las afueras del pueblo, había oído los rumores de que Marcos se había convertido en guardia civil. Desconocía las razones de su elección, pero sabía que él era una de las pocas personas en las que podía confiar para destapar este tema. Ya era tarde y había pasado por un día muy extraño y, a la vez, difícil. Sin embargo, no podía esperar un solo día más. Tras levantarme del sofá, me acerqué a la puerta para poder sentir los últimos rayos de Sol de aquel día sobre mi cara.

En el centro del pueblo se encontraba el único centro de la guardia civil de este así que no podía haber posible confusión. Esta vez iba mejor preparada con mis Jordan color azul cielo. No podía pasar desapercibida por el pueblo. Era un imán que atraía a todo tipo de metales porque no podía evitar tener la presencia de: el pelo rubio, ligeramente más corto, mis deportivas y en general mi nueva vestimenta o la sed de curiosidad por la que había sido mi vida.

Para mi sorpresa, nadie se paró a dirigirme la palabra, pero estaba a punto de saber por qué. La atención de todo el pueblo estaba dirigida a otro lado que a la chica rubia que no había aparecido desde hace tres años. Decidí parar para mirar en la dirección de la gran mayoría de las personas que estaban en aquel momento al lado de la plaza. Entonces vi a una mujer con apariencia de ser maja así que decidí preguntarla:

- Oye, ¿qué ha pasado?

- No eres de por aquí, ¿verdad?

- No – tampoco quería dar detalles, así que decidí mentir -.

- Bueno, pues ahora tendrás que presenciar esto pasar casi diariamente. El que está a la derecha, el regordete de pelo gris, es el alcalde Tobías. El de la izquierda es un guardia civil. Se llama Marcos y es muy bueno en su trabajo, pero la muerte de su amigo le afectó y se dedica a quejarse de casos parecidos al de su amigo porque estos se cierran innecesariamente, al parecer.

Quería seguir escuchándola, pero la cara de Marcos era inevitablemente atrayente en el sentido de que parecía que estaba a punto de desmoronarse, pero, a la vez, nunca lo había visto tan serio. Estaba seguido por otros hombres que llevaban el mismo uniforme verde que él. En cuanto al resto del pueblo, seguían como insectos hacia la luz, atraídos por el rayo de luz de la novedad del día, del descanso de su habitual monotonía.

Mientras tanto, Marcos seguía parado delante del ayuntamiento exigiendo el tema que había mencionado la amable anciana. Todo acabó cuando el alcalde salió del ayuntamiento diciendo que accedería a realizar su propuesta. Todo el pueblo explotó en una ola de aplausos. Ese sería, seguramente, el último rayo de luz del que se alimentaría el pueblo o, al menos, proveniente de Marcos.

Cuando el pueblo se disipó, fui yo la que quedó atrapada en un rayo de luz que solamente podía ver Marcos. Traté de sonreír, pero, en vez de hacerlo, apareció una especie de mueca en mis labios. Él no pudo evitar reírse y acercarse corriendo hacia mí.

- Pero Paula...

- Pero Marcos... jaja

Nos fundimos en un abrazo. Eso sirvió para que todos los recuerdos ascendieran a mi cerebro a la vez que lo hacía su perfume, que olía igual que hace tanto tiempo. La cara que vi hacía unos segundos ya no estaba en su rostro. En cambio, había una cara de felicidad que también apareció en la mía. Fue en ese momento que me di cuenta de que me había equivocado. Marcos volvía a ser el rayo de luz del pueblo, pero, esta vez, yo también estaba en él.

Nos acercamos a una heladería que solíamos visitar y nos compramos dos helados. Era sorprendente pensar que pasó tanto tiempo y que podíamos seguir hablando como si ni un segundo hubiese pasado desde que nos vimos la última vez. Me contó sobre su trabajo y lo duro que era. Siempre quiso ser guardia civil pero decía que desde la muerte de Alejandro, todo le sonaba a él y que, de alguna manera, su muerte era lo que le impedía hacer bien su trabajo pero que, de la misma manera, era lo único que lo hacía continuar en este.

- ¿Y qué ha sido de ti?

- Ya sabes, me fui a la ciudad y seguí con mis estudios. De hecho, ya he hecho la EVAU.

- ¿Qué dices? Y... ¿sabes qué quieres hacer?

- No. Pero esa es la razón por la que he venido aquí. Siento que la muerte de Alejandro no fue como la contaron. Lo siento desde que he llegado aquí. Sé que no tengo ninguna prueba, pero prefiero aferrarme a esa esperanza a pensar que su muerte fue tan repentina.

- Te alegrará saber que no es sólo tu instinto. Esa era la razón por la que me estaba quejando en el ayuntamiento. Se dice que fue atropellado, pero, revisando las pruebas me di cuenta de que, según el informe, Álex falleció por un golpe contra el volante. En este, se desangró. Sin embargo, revisando las pruebas, descubrí que la bolsa de aire no tenía ni una gota de sangre. Seguramente, los policías que investigaron el caso lo taparon. Últimamente, hay mas casos como este y estoy harto de que por situaciones política...Paula, ¿estás bien?

No lo estaba, pero me recompuse lo más rápido que pude. Sabía que era lo que tenía que hacer si quería obtener respuestas.

- Sí, sólo impresionada. ¿Descubriste algo más?

Fue entonces cuando se acercó a mi oído.

- Sí, pero tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie – lo prometí -. Fui a desenterrar su cadáver del cementerio. Sé que suena disparatado y todo eso, pero adivina lo que encontré. Una telaraña, eso es lo que encontré. No había nada en esa tumba. Nunca quise desvelar mis medios, pero supongo que tú lo necesitas saber más que yo. Bueno, ¿qué tal está Elena?

En ese momento se me cayó el helado.

Un verano en ÁvilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora