II

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Fuimos a uno de esos barcitos de Palermo. Son un poco caros, pero era una ocasión especial. Además, pasaban clásicos de los ochenta.

—Demasiado retro para mí –dijo mi hermana–. Menos mal que le mandé un mensaje a Ludmila.

—¿Qué? ¿Para qué?

—Para tener con quien conversar mientras bailás. Me aburro, si no –señaló vagamente alrededor–. Acá no se puede leer.

No me pasé la mano por la cara porque no quería arruinarme el maquillaje.

—Pero se puede bailar, boluda. Bailás conmigo.

—No me gusta, no quiero. Ludmi me entiende.

Enfilé directo a la barra y pedí un mojito. Lucía hizo un gesto de asco.

—¿Sabés la de alcohol que tiene eso? –preguntó.

Le saqué la lengua. Ella pidió una gaseosa.

—Puaj –dije yo–. ¿Sabés la de azúcar que tiene eso?

Ella puso los ojos en blanco y se sentó al lado mío, junto a la barra. Cuando tuvimos las bebidas en las manos, brindamos por el trato y tomamos un sorbo. Bah, yo tomé el sorbo, Lucía se bajó casi toda la lata de un tirón.

—Bueno –dije cuando terminó–. Hablemos de algo que no tenga nada que ver con la facu.

—Ni con el trabajo –agregó ella tomando otro sorbo.

—De Flavio el Acosador, tampoco, eh –agregué.

Ella frunció el ceño sin dejar de tomar.

—Contame qué estás escribiendo –dije después de un silencio.

Se atragantó. Supongo que creía que yo no sabía que lo hacía. Todos en casa lo sabíamos.

—¿Qué querés saber?

—El título, de qué se trata... qué sé yo.

Dudó un poco, pero era obvio que se moría de ganas de contarme.

—Bueno... Pero no te rías.

Resultó ser una novela juvenil de romance paranormal que mezclaba las cartas del tarot con personajes de la mitología griega. No era una premisa tan descabellada; me consta que leía cosas peores. Pero, o la historia era retorcida, o ella la explicaba mal, porque, antes de llegar a la mitad, yo ya me había perdido. También era posible que a mí me estuviera haciendo efecto el alcohol, o a que a ella se le hubiera subido el azúcar.

Había llegado a la parte donde Casandra en persona aparece para sabotear el naciente amor eterno entre la protagonista y el mismísimo flechador Apolo, cuando decidí interrumpirla, solo para molestarla:

—Che, ¿y si se hacen amigas? Digo, Apolo es bastante picaflor. Sibila podría descubrir por las cartas que la engaña, y...

Lucía puso una cara como si yo le hubiera confesado que era una asesina serial:

—¿Vos estás loca? ¿Dónde viste una novela juvenil sin romance?

—Bueno, no sé... Si no existe, podrías inventarla...

—No, no. Si quiero que me lean, tiene que haber romance –respondió, tajante–. ¿Te cuento el final o no?

—Bueno, dale –Terminé el resto del trago y agregué:–. Pero el romance está sobrevalorado.

—OK –siguió ella, ignorándome–. Sibila y Apolo huyen por la ciudad, cuando...

Sus ojos se desviaron hacia un punto detrás de mí, sobre mi hombro derecho. Permaneció muda un instante, mientras abría los ojos de sorpresa; enseguida me tomó del brazo y se inclinó hacia mí.

—No mires –murmuró, toda emocionada–, pero tu amiguito Flavio está sentado en la otra punta de la barra... ¡y te está mirando!

Hola de nuevo! Qué opinan de este cap nuevo? Ustedes leerían la novela de Lucía? Cómo se imaginan a Flavio el Acosador? Por qué creen que anda detrás de Lucrecia?

Los hombres lobo no se depilanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora