VII

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No me oyeron. Siguieron enfrascados en la pelea. Mauro había perdido pelo, mientras que el otro estaba cubierto de heridas. Di unos pasos más y levanté la voz. No me importaba nada.

—¿Qué dijiste de mi hermana?

Esta vez sí se detuvieron. Incluso en esa forma, se les notaba la sorpresa de que yo estuviera ahí todavía. Y a un metro de distancia. Mauro me miró, extrañado.

—¿Qué dije? ¿Dije algo de tu hermana?

—Que por qué mejor no me la como a la pelotu... —comenzó a decir Fulvio, pero lo frené en seco.

—Vos te callás —dije, levantando la mano hacia él—. Que querer comerme y tratarme de gorda no te pone en mejor posición.

Lo que sucedió después no tiene nombre.

—Eh... Lu..., no te enojes, pero un poco de razón tiene —susurró junto a mí la que se supone que es mi hermana.

Bueno, sí tiene un nombre. Yo lo llamo traición. Me di vuelta hacia ella, incapaz de creer lo que acababa de oír.

—Me estás jodiendo —dije—. ¿En serio? ¿Ahora?

—¿Ves? —se metió Mauro, sentado con toda su humanidad, si se le puede llamar de esa manera, sobre la pasa de uva mutante que era su hermano—. No entiendo por qué la defendés.

—Soy su hermana. Los de afuera son de palo.

—Pero...

—¡Pero nada! No quiero hablar más con vos. Me mentiste.

—¿Cómo que te...? ¿Cuándo?

—¿Cuándo tenías pensado decirme que sos un hombre lobo, eh? "Lucrecia —dije ahuecando la voz—, ¿querés conocer a mi familia? Te aviso que nos convertimos en lobos cuando hay luna llena, pero no te preocupes, el único que te va a querer comer es tu futuro cuñado."

—Ja, ja, muy graciosa. Vos esperaste a que yo encontrara el diente de ajo para decirme que creías en vampiros.

—Perdón, señor, discúlpeme por no salir a la calle con una bala de plata; ¡no sabía que me iba a chapar a un puto lobizón!

Mauro abrió la boca para responderme, pero no llegó a decir nada porque, en ese momento, surgió, de entre los árboles que nos rodeaban, un grupo de cinco o seis lobos de todos los tamaños y colores, encabezado por dos mujeres. Una de ellas era la chica que habíamos visto en el bar, la que había amenazado a Fulvio. Caminó sin detenerse, mientras los animales se sentaban en silencio, sujetó a los dos hermanos de una oreja a cada uno y los obligó a separarse.

La otra mujer, mucho mayor que esta, les habló en un tono autoritario:

—Les dije que no salieran de cacería. Mil veces les dije.

La chica se llevó a los revoltosos a la rastra. La mujer se acercó a nosotras, nos tomó de las manos con delicadeza y nos habló amablemente:

—Les pedimos disculpas por esto. Tenemos reglas estrictas sobre nuestra relación con los humanos, pero este par de estúpidos no termina de entender lo importantes que son. Espero contar con su discreción sobre este episodio.

Hablaba con tanta calma, que ni el espectáculo de los dos lobos, todavía discutiendo, ya no me causaba ningún efecto. El enojo que tenía se desvaneció. Suspiré.

—Le agradezco de todo corazón. Y no se preocupe, esto queda entre nosotras. Aunque quisiéramos contarlo, nadie nos creería.

Sonriendo, nos soltó las manos, rozó apenas mi barbilla con el índice y murmuró:

—Mi hijo es un boludo.

Se alejó unos pasos. Antes de desaparecer entre los árboles junto con su manada, exclamó:

—Si alguna vez necesitan ayuda, no tienen más que silbar.

Y se esfumó. Lucía y yo nos quedamos ahí paradas, como esperando que pasara algo más, hasta que Ludmila nos trajo de nuevo a la vida real.

—¿Nos vamos, chicas? Son las cinco de la mañana. No sé ustedes, pero yo me quiero ir a dormir.

—Dale —dije yo—. Podés quedarte en casa, si querés.

En el silencio que reinaba ahora, nos llegó una voz lejana, llamando:

—¡Ludmila! ¡Dónde estás!

—Che —dijo mi hermana—, ¿ese no es tu ex? ¿Volviste con él al final, o no?

Mi prima dio un saltito de emoción.

—¡Qué bien! Ya tenemos quien nos lleve. Espérenme acá.

Mientras ella hablaba con su ex o actual, supongo que para convencerlo de que sea nuestro chofer, Lucía me preguntó:

—Che, Lu, ¿vos sabés silbar?

—No —le contesté—. ¿Y vos?

—No, yo tampoco.

Los hombres lobo no se depilanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora