5

53 17 11
                                    

'HIERRO CALIENTE'

Me acerco a donde está Lea, su respiración es pesada y está sudando frío como si tuviera una pesadilla. Siendo justo lo que deseo, pongo a grabar la cámara. Se remueve cada vez más y yo simplemente me mantengo entre las sombras. De un momento a otro se sienta con los ojos desorbitados y lágrimas comienzan a caer de sus ojos.

Con lentitud mira el estado de su cuerpo y a los segundos empieza a gritar una y otra vez que dejen de molestarla, que no la golpeen, que su cuerpo no puede más, grita y grita sin cesar haciendo un espectáculo.

Quisiera reírme, pero arruinaría el show.

Siento como su voz se pone rasposa y se va a pagando, deja de gritar poniendo su rodillas cerca de su cara y sollozando en voz baja, me pongo uno de los pasamontañas que tengo, un distorsionador de voz y me acerco hasta quedar frente a ella, de la cinta que tengo en el abdomen saco una de las navajas elevandola a la altura de su rostro. Con mi mano izquierda ―la que no tiene el corte― enfundada en un guante, le levanto el mentón y ella sigue desorientada.

―Saluda a papi y mami ―digo mientras giro a su cabeza en dirección a la cara.

―¡Mamá, sácame de aquí! ¡Por favor! ―Mueve su cabeza débilmente tratando de zafarse de mi agarre.

―No van a poder... ―pronuncio lo suficientemente alto para que se escuche en la grabación.

Empuño con más decisión la navaja y hago el ademán de clavarsela a lo que ella suelta un alarido de supuesto dolor. Le doy al colchón, pero ella sigue sumida en el pesar imaginario.

Que teatrera.

Me aparto de ella para parar la cámara, edito el video y lo guardo, aún no es momento de enviarlo.

Me quito el pasamontañas y levanto la mirada, ella está dormida en posición fetal y el maquillaje con la sangre falsa la hace ver devastada.

Me rió suavemente y salgo del cuarto rumbo al almacén. En un conservador hay varios tubos de cristal y al lado hay un estante lleno de productos médicos debido a la herida que tuve en el tórax. Cojo un localizador, varios paños, agua oxigenada, una jeringa, algodón y esparadrapo.

Me regreso a la habitación y procedo a limpiar una zona de su brazo, una vez lista ingreso el líquido en la jeringa para inyectárselo; termino de aplicarlo y le pongo el algodón con el esparadrapo. Quito la navaja del colchón y la guardo en el listón que tengo debajo de mi polo.

Me quedo unos minutos para comprobar que su respiración se nivele, su cuerpo se relaja y deja de temblar. La inyección ya le hizo efecto y todo estará como nuevo, aunque dudo mucho que le agrade su apariencia cuando despierte.

Me despreocupo dejándola dormida en el cuarto; ya bajando las escaleras me encuentro frente a frente con mi hermano.

―¿Qué haces vestida así? —pregunta desconfiado.

―¿No dijiste que estabas fuera? No creo que te guste saber la respuesta.

Con cuidado me quito los guantes y una gota de sangre falsa le salpica la mejilla. Automáticamente se va a ver al espejo que ocupa una pared de arriba a abajo. Yo tranquilamente me quito la cinta de navajas dejándola en el mueble que tengo al lado y puedo ver el momento exacto en que se descoloca totalmente apretando los puños y abriendo su boca.

―No lo hiciste... tú no podrías hacer eso ―afirma en voz baja.

―Depende de lo que estemos hablando, porque con tu tartamudeo no se entiende. ―Me coloco detrás de él y nuestras miradas se encuentran en el espejo.

AlianzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora